Aquella noche me despedí de Rex un poco más desanimada de lo normal. Los comentarios de Sonia sobre mi cuerpo me hicieron sentir muy mal, y lamentablemente, me quedaron dando vueltas en la cabeza. Rex también se notó triste cuando le dije que no iba a pasar la Navidad con él.
Ahora estábamos a punto de acostarnos con mamá después de haber pasado una Navidad tranquila, solo las dos juntas.
Habíamos compartido un brindis y disfrutado de una película, y poco después decidimos irnos a dormir. Para mí, no era más que un día común y corriente. La Navidad había perdido su magia cuando crecí, pero aún más cuando Luna partió de este mundo. Ella, con su presencia, lograba devolverle a la Navidad, aunque solo fuera por unos segundos a la medianoche, ese toque de magia que tanto me llenaba de alegría.
Sin ella, las celebraciones ya no eran lo mismo.
—¿Puedo ir contigo? —preguntó Luna, poniendo unos ojitos de cachorro triste.
—No.
—¡Aidaaa!
—Tengo que ir y volver rápido, Luna —respondí—. Vas a retrasarme.
—Prometo no pedir nada más —dijo, juntando las manos en señal de súplica—. Porfaaa, déjame ir…
—No sé… No te creo.
—He dejado de buscarlo, Aida. Me he rendido.
—¿Segura?
—Sí…
—Bueno, pues vale. Anda, ve y súbete —dije, y ella salió corriendo al instante.
Negué con la cabeza, divertida. Luego, antes de irme, grité hacia la cocina.
—¡Mamá! ¡Tengo que ir a recoger unas cosas al trabajo y Luna irá conmigo!
—¡Vale! ¡Tengan mucho cuidado! ¡No la dejes sola! —gritó mamá desde la cocina.
Salí de casa y me subí al coche. Luna ya estaba en el asiento del copiloto, esperándome.
—¿A dónde iremos?
—No hagas preguntas ahora, Luna —respondí, concentrada en el volante.
Ella suspiró.
—Está bien… —dijo, resignada.
Manejé hasta el otro lado de la ciudad y, como temía, mi hermana reconoció el lugar al que nos dirigíamos.
—¿Le has mentido a mamá? —preguntó, completamente sorprendida.
—No… —aparqué en la acera y detuve el coche, mirando al frente por un momento antes de responder—. Sólo omití una parte.
—¿Por qué hemos venido a la casa de Travis? ¿No habías terminado con él? —su voz sonaba más confundida ahora.
Suspiré antes de contestar, intentando mantener la calma.
—Luna, a penas tienes siete años. Cuando seas grande, entenderás muchas cosas.
—Aida…
Antes de abrir la puerta y salir, le advertí:
—Necesito que te quedes aquí, ¿entendido? No salgas por ningún motivo, Luna.
Ella asintió, y por un instante, me sentí tranquila. Sin embargo, al salir del auto, una sensación incómoda me invadió, como si algo estuviera a punto de suceder. No era para menos, estaba frente a la casa del maldito de mi ex. Cuando Travis abrió la puerta, su expresión fue de sorpresa y algo más, como si estuviera esperando este momento.
—No es por nada, pero sabía que volverías… —dijo el muy cabrón, con esa sonrisa arrogante que tan bien le salía.
Sin pensarlo, le solté un puñetazo directo en la cara.
—¡¿Qué…?! ¡¿Qué diablos te pasa, loca?! —exclamó, tocándose la mejilla como si no pudiera creer lo que había sucedido.
—¿No te bastó con denigrarme por todos lados y serme infiel? ¿Eso no fue suficiente? —le solté, furiosa—. ¡Te he pedido todas mis cosas, y me has robado lo más importante!
—No entiendo de lo que hablas… —dijo, tratando de parecer confundido, aunque yo sabía que lo entendía perfectamente.
—No te hagas el idiota ahora, Travis, sabes bien de lo que hablo —dije, con los dientes apretados—. ¡Era todo lo que había ahorrado! ¡Era para ella!
Miré a Luna, que se tapaba los ojos con las manos, tratando de no ver la confrontación. Me alivió que hiciera eso, aunque me partía el alma verla así.
—No sé, Aida, seguramente se te cayó en la calle o algo y vienes a acusarme a mí —mintió—. Vete de mi casa ahora o llamaré a la policía. Esto es acoso.
—¡¿Acoso?! ¡¿De verdad crees que eres alguien que vale la pena acosar?! ¡No seas patético, Travis, por favor! ¡Somos bastantes grandes ya! —me reí, casi burlándome de él—. Devuélveme los tres mil dólares por los que me he matado trabajando toda mi vida o…
—Joder… ¿Eres estúpida o te haces? ¡No los tengo! —me interrumpió bruscamente.
—¿En qué los has gastado, Travis? —le pregunté, señalando la mancha blanca en su camiseta—. ¿En la cocaína que llevas en el pecho?
Travis tragó saliva.
—¿Qué crees que pasará si llamo a la policía ahora? —le amenacé, dejando que mi voz fría y decidida atravesara el aire—. Estás hasta el cuello con esa mierda, y seguro que dentro de esa casa hay más. Así que dime, ¿qué crees que pasará si hago esa llamada?
Él vaciló por un momento, como si intentara evaluar sus opciones, buscando alguna salida.
—Ni se te ocurra, Aida… —dijo, levantando el dedo hacia mí. Cerré los ojos de forma instintiva, como si eso pudiera protegerme de lo que podría suceder a continuación.
Pero me recompuse rápidamente, sacudiendo el miedo que amenazaba con invadirme.
—¿O qué? ¿Vas a pegarme? —le enfrenté, mirándolo fijamente—. Ya no soy esa estúpida a la que le hacías de todo, Travis. Ya no tienes control sobre mí.
El aire entre nosotros se tensó. Él estaba furioso, su enojo era palpable, y aunque temía lo que pudiera hacerme frente a Luna, sabía que este momento podría ser crucial para finalmente llevarlo a la cárcel. Vi cómo sus ojos se agrandaron, pero no fue por mí. No. Fue por algo que había detrás de mí.
Antes de que pudiera reaccionar, una sensación de peligro se apoderó de mí, y me giré rápidamente, pero ya era demasiado tarde.