Rex Harrington.
Pasaron casi tres semanas desde la última vez que la vi. Ya no podía más. No ver su rostro y el hecho de que ni siquiera se hiciera presente en mis transmisiones en vivo me volvía loco. ¡Y encima renunció a su trabajo! ¿Qué diablos estaba pasando con ella?
—¿Pero por qué? —pregunté, llevándome una mano a la cabeza mientras me jalaba suavemente el cabello, buscando algún tipo de respuesta.
—No lo sé —respondió Olivia—. Como su mejor amiga, tengo el derecho de guardar sus secretos, pero te juro que ahora mismo no sé nada, Rex. Simplemente dejó de venir y me envió un mensaje a través de Esther, diciendo que no volvería a trabajar.
—Joder… —cerré los ojos, tratando de calmarme y pensar con claridad.
—Tranquilo, amigo, seguro que solo necesitaba un respiro —intentó tranquilizarme Wilder, notando mi evidente ansiedad.
—Claro, un respiro después de todo lo que Sonia le dijo —dije con sarcasmo, sin poder evitarlo.
—¡¿Qué le dijo Sonia?! —Olivia se levantó de la silla de golpe, claramente sorprendida por mi comentario.
Estábamos en un bar, rodeados de ruido y gente, pero nada de eso me importaba en ese momento.
—No sé exactamente qué le dijo, pero estoy seguro de que no fue nada bueno —respondí, tomando un sorbo de mi cerveza con nerviosismo.
—¡Dios! ¡Cada día que pasa la odio más! —Olivia apretó los puños.
—Siéntate, nena —le dijo Wilder, tratando de calmarla—. Ya sabemos que la odias, pero levantarte de esa manera no va a arreglar nada.
Olivia lo miró con intensidad, como si quisiera lanzarse sobre él en ese mismo instante.
—Y con esas palabras no estás ayudando en nada —respondió, antes de sentarse nuevamente en la silla, claramente molesta.
—Lo sé —dijo él en voz baja.
Miro a la gente a mi alrededor, charlando, riendo, parejas besándose… El mundo sigue su curso como si nada, mientras que yo siento que el mío se ha detenido por completo. Es como si el tiempo hubiera dejado de existir para mí. Me siento atrapado en una espera interminable, incapaz de avanzar, de seguir adelante. Todo lo que quiero es encontrarla, saber qué le pasa, entender por qué se alejó.
He ido hasta su casa en busca de respuestas, pero no había nadie. La casa estaba vacía. Su madre no estaba allí, ni ella. Se habían ido, pero no tengo ni idea de a dónde. La incertidumbre me consume más que cualquier otra cosa.
—¿Tiene algún lugar favorito? —preguntó Wilder, interrumpiendo mis pensamientos con una pregunta que, por alguna razón, me parecía crucial.
Miré a Olivia, porque era la única que podría saberlo. Ella siempre había sido la que conocía los detalles más íntimos de su vida, los rincones a los que le gustaba escapar.
—Sí, ella… —comenzó a decir Olivia—. Adora pasar tiempo en la casa de su tía Ana.
—¿Ana? —repetí—. ¿Y en dónde vive?
—Ese es el tema —respondió Olivia, como si estuviera buscando las palabras correctas—. Le gusta estar allí porque está a miles de kilómetros de aquí.
—¿Dónde, Olivia? —pregunté, ya comenzando a desesperarme.
—Está en… México.
—¡¿México?! —respondí, sin poder creer lo que acababa de escuchar.
—Sí —continuó Olivia—. Ana vive allí desde hace diez años. Conoció al amor de su vida, un turista, y después de recorrer medio mundo juntos, ella se embarazó. Él la llevó a su país, y allí se establecieron. Ahora viven allí.
Lo que acababa de decir me dejó sin palabras. México. Miles de kilómetros de distancia, un mundo entero entre ellos y nosotros.
—Aida me contó que olía ir mucho cuando era niña —continuó Olivia—. Cada vez que tenía ganas de ir, su tía les pagaba el boleto y se iban. Era su lugar especial, su refugio. Hasta que sucedió lo de Luna.
—¿Luna? —fruncí el ceño, sin entender.
Olivia palideció de inmediato. Su rostro se transformó, como si la mención de ese nombre la hubiera golpeado de lleno.
—No te lo ha dicho… —murmuró, casi para sí misma, antes de cubrirse el rostro con las manos—. Mierda, mierda, mierda… Aida me va a matar…
Su tono se volvió de preocupación genuina, como si estuviera lidiando con algo que no sabía cómo compartir. Eso solo me dejó más intrigado, pero también preocupado.
—No entiendo, ¿qué sucede? —pregunté.
¿Quién era Luna, y por qué Olivia se mostraba tan incómoda al hablar de ella?
—Yo no soy la indicada para hablarte de eso —respondió Olivia, evitando mi mirada—. Dejaré que sea ella quien te lo cuente, ¿vale?
Mi mente seguía dando vueltas a esa pregunta, pero, sabiendo que no obtendría más respuestas de Olivia en ese momento, decidí tomar un respiro profundo. Me pedí otra cerveza, mientras pensaba seriamente si estaba preparado para lo que estaba a punto de proponer. Claramente, no lo estaba. Sin embargo, sentía que debía hacerlo, que algo dentro de mí me empujaba a tomar esa decisión, aunque no tuviera ni idea de cómo iba a resultar.
Actué por impulso.
—¿Tienes pasaporte? —pregunté, mirando a Olivia con determinación.
Olivia me miró a los ojos, desconcertada, y luego dirigió una mirada rápida hacia Wilder, buscando tal vez alguna respuesta en él.
—¿Qué? Era obvio —dijo Wilder, con una ligera sonrisa, como si lo estuviera anticipando.
—¿Tienes o no? —insistí.
Olivia vaciló por un momento, pero finalmente asintió.
—Perfecto —dije, tomando el último sorbo de mi cerveza—. Vamos a descansar. Mañana viajaremos a México.
Me puse de pie, y ellos me imitaron, pero la reacción de Olivia no tardó en llegar.
—¡¿Estás loco?! ¡No tengo dinero! —exclamó, con incredulidad, como si no pudiera comprender lo que acababa de proponer.
—No te he pedido dinero —respondí, caminando hacia la salida del bar, sin detenerme.
—Ya, pero… ¿y mi trabajo? —su tono ahora era de preocupación.
—No te preocupes, hablaré con tu jefe —dije con tranquilidad, sin pensarlo mucho.
No iba a dejar que eso fuera un obstáculo.