El chico que salvó mi vida

Capítulo 22

Aida.

—¿Qué…? —susurré, apenas pudiendo pronunciar las palabras—. ¿Se lo has dicho?

—No, yo… sólo… —la voz de Olivia temblaba mientras buscaba explicarse.

—¡Váyanse! —grité—. ¡Déjenme sola! ¡Déjenme tranquila!

—Aida… —Rex intentó acercarse a mí, pero me aparté violentamente.

—¡No me toques! —exclamé—. ¡No me gustas, no te quiero!

Vi cómo sus ojos se cristalizaban al instante, la sorpresa y el dolor reflejados en su mirada, y supe que le estaba haciendo daño, profundamente.

—¡Vete con Sonia! ¡Ella es perfecta, hace todo bien, y es sana! —grité con toda la fuerza que me quedaba, cada palabra me cortaba aun más por dentro.

Lo decía con rabia, pero también con desesperación, porque sabía que no lo iba a comprender. No podía esperar que lo hiciera. Pero era necesario, tenía que lastimarlo ahora, aunque fuera un poco, si eso significaba evitar destruirlo por completo más adelante. No podía dejar que me siguiera viendo de esa forma. No de la manera en que me veía, no mientras yo misma me desmoronaba por dentro.

Rex se quedó mirándome, con las lágrimas contenidas, luchando por no dejar caer ninguna frente a mí. Después de lo que parecieron una eternidad, se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida.

—¿Qué esperas? —le dije a Olivia—. Vamos, vete con él.

Wilder pasó caminando frente a mí, negando con la cabeza.

—Tal vez no lo sepas, Aida… —comenzó a decir ella, con la voz quebrada—. Pero ese chico daría su vida por ti.

Lo sé.

—Solo mira dónde estamos y el esfuerzo que hizo para llegar hasta aquí —continuó—. No sé dónde se ha ido la Aida valiente que conocí. Si sabes dónde está, dile que aparezca, porque la cobarde que tengo frente a mí no es la misma mujer que fue capaz de soportar tantas cosas —hizo una pausa y tragó saliva—. No sé qué está pasando contigo ahora ni qué te llevó a tratarnos así, pero estoy segura de que tiene solución. Cuando estés lista, al menos yo estaré aquí, dispuesta a acompañarte en lo que sea que estés atravesando, incluso si se trata de una recaída.

Se enjuaga las lágrimas, se da la vuelta y comienza a caminar tras los demás.

Ella pensó que era una recaída de depresión, y es que no sé qué es más peligroso aún.

Volví a la casa y me dirigí directo a mi habitación, sintiendo el peso de cada paso. Me dejé caer sobre la cama y, sin poder evitarlo, comencé a llorar. Jamás imaginé que tendría que recurrir a palabras tan dolorosas para alejar a las personas que más quiero. No quería verlos sufrir, así que tomé el camino más fácil, mantenerlos lejos.

Me dolía el cuerpo, sí, pero lo que más me dolía era el alma.

—Aida… —la voz de Marco rompió el silencio de la habitación—. Siento mucho que estés pasando por esto…

Tragué saliva, pero no pude responder. Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta.

—¿Lista para otra sesión? —preguntó, aunque no sonaba como si realmente esperara una respuesta.

Con esfuerzo, me senté en la cama, casi sin fuerzas, y luego me moví hacia la silla cercana. Después de lo que la doctora me había explicado ese día, no podía evitar pensar en todo lo que había venido después. Me había dicho que necesitaba varios estudios y, efectivamente, ella tuvo razón. Tenía leucemia. Aunque la detectamos temprano, el miedo seguía ahí, constante. No era algo fácil de aceptar.

Marco, el esposo de la tía Ana y un excelente médico, ya tenía todo listo para la intravenosa. Desinfectó mi mano con antiséptico, y la frescura del líquido me hizo sentir aún más vulnerable. Luego, insertó la aguja con cuidado y reguló el equipo de infusión. Sentí cómo el líquido frío comenzaba a recorrer mi cuerpo y no pude evitar que las lágrimas se me escaparan.

—Siento que esto es como una especie de karma, ¿sabes? —murmuré, sintiendo el sudor frío en mi frente.

Marco dejó de ajustar la máquina por un momento y me miró con seriedad.

—No digas eso, Aida —respondió con suavidad—. La leucemia es una enfermedad que no discrimina, que puede afectar a cualquiera, sin importar su pasado ni las decisiones que haya tomado. Lo que pasó con Luna no fue tu culpa, y no, esto definitivamente no es tu karma. No pienses así. Lo que tienes ahora es una batalla que se puede ganar, pero solo si te permites vivir sin esas sombras sobre ti.

Su voz tenía una calma que, por un momento, me hizo sentir algo de alivio. Pero la culpa seguía ahí, escondida, y aunque sus palabras eran reconfortantes, no era fácil dejarla ir.

Después de haber estado una hora sentada en esa silla, lo único que deseaba con todas mis fuerzas era acostarme. Mi cuerpo me dolía, me sentía completamente agotada y una intensa náusea me invadía, casi con ganas de vomitar en cualquier momento. Marco me informó que mi madre quería pasar a la habitación, pero le negué otra vez, pues era lo que habíamos acordado. No quería que me viera en ese estado durante las sesiones, así que le pedí que esperara a que me sintiera mejor. Ella sabe que, una vez recuperada, bajaría a la sala por mi cuenta.

Los días siguieron pasando, al igual que los meses, y todo seguía igual. La rutina no cambiaba, la repetición diaria parecía ser lo único constante en mi vida. Hasta que, finalmente, después de un año, me realicé el último estudio y recibí la noticia. Había entrado en remisión.

Fue entonces cuando pude regresar a casa.

No esperaba encontrar tantos cambios en tan solo un año.

Mientras yo estuve allí, sentada en esa silla, con mi vida detenida en el tiempo, el mundo fuera de esas cuatro paredes siguió su curso, ajeno a mi sufrimiento, a mis silencios. Las vidas de los demás no se pausaron, y yo solo pude observar desde mi lugar, esperando que el tiempo, por fin, me devolviera a la normalidad.



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Editado: 27.03.2025

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