—No tienes que irte…
Me dijo Alessandro, después de haber hablado con Rex, quien ni siquiera pareció inmutarse con mi presencia. Quise hablarle, saludarlo, pero simplemente se alejó de mí, como si no estuviera allí.
—Sí, Ale, esto ya está resultando bastante incómodo.
—¿De qué hablas? —dijo él, completamente desconcertado, como si no entendiera nada.
—De nada…
—En serio, quédate. Serías un gran apoyo emocional —intentó convencerme con una sonrisa tentativa—. No tienes que trabajar, y, para serte sincero, te pagaré para que sigas aquí, por si te preocupa.
—¿Qué? ¡Ni de broma! —respondí—. Si me quedo, será por ustedes, no por el dinero.
—¿Eso es un sí?
—Es un tal vez—respondí, cruzando los brazos, mirando hacia el suelo.
—Bien, sabes que tenemos nuestro propio baño y que Olivia tiene bastante ropa y maquillaje guardado en este lugar —me dijo, como si ya me estuviera convenciendo de que quedarme aquí era una opción viable.
Después de unas horas, ya estaba lista. Me había preparado nuevamente en este lugar. Para ser honesta, era la segunda vez que usaba el baño de mi antiguo trabajo. La primera vez fue para ir a esa discoteca en la que conocí a Rex por primera vez. Solo de pensarlo, me dan escalofríos. A lo lejos, escucho a los del sonido ajustando todo para que salga a la perfección, y mi corazón late con una frecuencia demasiado alta. Jamás hubiera imaginado que esta noche estaría aquí, a punto de presenciar el compromiso del amor de mi vida.
La leucemia me abrió los ojos y me enseñó que todo puede cambiar en un segundo, que un castillo de ilusiones puede derrumbarse a la primera y que nada en la vida es realmente para siempre. Me mostró la fragilidad de la existencia, cómo lo que damos por seguro puede desvanecerse en un instante, dejándonos frente a lo incierto.
Olivia es la encargada de las camareras, aunque ya ni recuerdo cómo era el trabajo. Sin embargo, aquí estoy, apoyada en la barra, observando a la gente entrar de a poco.
—Te ves muy linda —dijo Alessandro a mi lado.
Lo miré de reojo. Iba de traje, tan impecable como siempre.
—Tú también —respondí, forzando una sonrisa que ni yo misma me creí.
Sentí un nudo en la garganta, pesado y difícil de ignorar, porque temía ver el momento en que él cruzara esa puerta, tomándola de la mano a ella. Sonia. Es obvio que la mujer con la que se va a comprometer es Sonia. No hace falta ser un genio para deducirlo, ni una lectora experta en historias trágicas.
—Yo… quería preguntarte algo —comenzó a decir, acercándose un poco más y posicionándose a mi lado.
—Dime.
Alessandro respiró hondo y luego, en un susurro bajo, casi imperceptible, preguntó:
—¿Sigues sintiendo algo por él?
La pregunta me tomó completamente por sorpresa, como un golpe en el estómago que me dejó sin aliento. Por un momento, no supe cómo reaccionar, y me vi obligada a fingir que no tenía idea de a qué se refería.
—¿Por él? —repetí, intentando que mi voz no temblara—. De qué hablas?
—De Rex —contestó—. Sabes perfectamente que te estoy hablando de él.
Una sensación de incomodidad me invadió al instante. Tragué saliva con dificultad, buscando las palabras adecuadas para evitar que esta conversación tomara un giro que no estaba lista para enfrentar.
—Si no quieres hablar de eso… —continuó él, como si quisiera ofrecerme una salida, pero no sin antes haber dejado claro que esperaba una respuesta.
No podía mentirle. No podía esconderme de mis propios sentimientos, pero tampoco quería ser tan directa. Así que, respirando profundamente, respondí, aunque con cierta vacilación:
—No, yo… estoy bien.
Pero, en el fondo, sabía que no era cierto.
—Me alegro mucho por él —dije, aunque sabía que estaba mintiéndome a mí misma—. Esto era algo que tenía que pasar tarde o temprano, supongo…
Alessandro me miró con una expresión de desconcierto, como si intentara entender lo que había dicho. Abrió la boca, a punto de responder, pero antes de que pudiera hacerlo, alguien lo interrumpió.
—Hey, amigo —dijo un chico con traje, acercándose rápidamente, casi con urgencia—. ¿Me acompañas a fumar? Necesito hablar contigo…
El chico parecía visiblemente nervioso, sus manos se movían de un lado a otro, inquietas, como si no pudiera encontrar una forma de calmar su ansiedad.
—Enseguida vuelvo —me dijo Alessandro, saliendo apresuradamente tras el chico.
Mis ojos se desvían involuntariamente hacia la puerta de entrada. Entre el constante paso de las camareras y la multitud, logro distinguir a dos personas que se aproximan para entrar. Un nudo se me forma en el estómago cuando me doy cuenta de que son Sonia, elegantemente vestida y abrazada al brazo de Rex. Mi corazón se detiene por completo, como si se frenara en seco ante su presencia. La gente no para de halagarla y, aunque ella parece recibirlo con naturalidad, su felicidad es notoria.
Su sonrisa es tan brillante que parece hacer justicia a toda la sofisticación que la rodea.
Olivia se coloca a mi lado, luciendo el mismo uniforme que llevaba la antigua jefa de camareras. Ambas nos quedamos observando a la chica nueva quien camina con demasiada cautela, equilibrando con destreza una charola cargada con copas de champagne de la mejor calidad.
—Espero que no suceda nada… —susurró Olivia, inquieta.
—Tenle más fe —respondí, intentando ser optimista—. Parece comprometida con su trabajo.
—Así parece —asintió Olivia, sin apartar la vista de la joven—. ¿Sabes? Ella llegó aquí rogándome por una oportunidad, necesitaba el trabajo. Su madre la abandonó cuando tenía apenas diez años, y desde entonces ha tenido que hacerse cargo de sus hermanos. La acaban de despedir de un local donde repartía folletos… Se le ve que no le queda opción más que hacer todo lo posible para salir adelante.
Me quedé observando a la chica, fijándome en cada movimiento que realizaba con sumo cuidado. Me resultaba tan familiar, tan parecida a mí…