No sé en qué momento nos alejamos de aquella fiesta, ni cómo llegamos tan rápidamente a mi casa. Lo único que recuerdo con claridad es que los besos no habían cesado en ningún instante, y que, en este preciso momento, ambos estábamos despojándonos de nuestras ropas con una urgencia que parecía surgir de lo más profundo de nuestros deseos.
Jamás había experimentado algo como esto con él. No habíamos tenido el tiempo suficiente, ni habíamos estado mucho rato frente a frente. Sin embargo, el sentimiento es genuino, y cuando lo es, no hay espacio para dudas ni reservas. Lo que el corazón dicta, uno lo sigue sin cuestionarlo. Y lo que el mío ordena ahora, es que llevemos a cabo lo que ambos anhelamos desde ese primer encuentro, cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez, y sin palabras, supimos que algo especial estaba comenzando a gestarse entre nosotros.
Sin separarse de mí, él se quitó la corbata con un movimiento rápido y luego arrancó su camisa de un tirón, rompiendo cada uno de los costosos botones. Con una suavidad sorprendente, me ayudó a quitarme el tedioso vestido que no era mío, y enseguida me deshice de los tacones, dejándome caer en la cama. Rex se quedó inmóvil por un instante, atónito, observándome con una intensidad que me hizo sentir vulnerable. Mis mejillas ardieron al instante, y de manera instintiva, me cubrí el cuerpo con las sábanas, buscando algo de protección. Sin embargo, él se trepó suavemente encima de mí, con sus ojos fijos en los míos, y susurró con una ternura que me desarmó:
—No tienes que esconderte de mí… Eres hermosa. Eres la mujer más hermosa que mis ojos hayan visto jamás.
Se acerca y me besa suavemente los labios, para luego bajar lentamente hasta mi cuello, besándolo con ternura y dejando una sensación de calidez en mi piel. Cierro los ojos, disfrutando de cada roce, de cada beso y cada toque.
—¿Estás segura? —preguntó cuando sintió mis manos desabrochar su pantalón.
—Nunca había estado tan segura de nada como de esto… —respondí.
—Está bien.
Rex me besó nuevamente, y luego se deshizo de su pantalón. Ambos nos entregamos al momento, explorándonos mutuamente, besando y acariciando cada parte de nuestros cuerpos. Después, él tomó su pantalón, sacó su cartera y apareció un preservativo cuidadosamente guardado entre el dinero.
—¿Es que siempre llevas protección contigo? —bromeé, con una sonrisa juguetona.
—Sí, pero no he estado con nadie desde que te conocí a ti —admitió—. Puedes comprobarlo por ti misma —añadió, mirando hacia abajo—. Todos estamos ansiosos…
—¡Rex! —me reí, golpeándole suavemente el pecho.
—¿Qué? ¡Solo digo la verdad! —rió él.
Pero entonces, todo cambió. La atmósfera se tornó más seria, más real, y nos entregamos por completo al deseo, a la pasión que nos envolvía con fuerza. Después de haber estado con él, supe en lo más profundo de mi ser que no habría nadie más. Me sentí cuidada, querida, anhelada de una manera que jamás había experimentado. En ese instante, no podía pedirle más a la vida, solo deseaba que ese momento, esa conexión y nosotros, durara para siempre.
Al día siguiente, me desperté más viva y feliz que nunca. La teoría es cierta, ¿o no? Ustedes saben de qué hablo. Pero, para mi sorpresa, Rex ya no estaba en la cama. No había ni rastro de él ni de su ropa. Por un momento, creí que todo había sido un sueño, o peor aún, que me había dejado allí después de lo que pasó entre nosotros. Sin embargo, tomé aire profundamente y, al hacerlo, supe que no estaba sola. Me envolví en las sábanas con calma y, guiada por el irresistible olor a comida, caminé hacia la cocina. Rex estaba allí, de espaldas a mí, concentrado mientras preparaba el desayuno. Me apoyé en la pared, crucé los brazos y observé en silencio, esperando que notara mi presencia. Pero, claro, ¿cómo lo haría si estaba absorto en una conversación telefónica?
—¿Pero por qué me salieron secos? —dijo, frustrado—. ¡Los hotcakes no son así! ¿Qué carajos hice mal?
Desde aquí podía escuchar una voz varonil respondiendo en su teléfono.
—¿Qué? ¿Cómo que falta de líquido? No, espera... ¡aaaah, ya entendí! —comentaba, mientras giraba un hotcake en la sartén—. Entonces le agregué demasiada harina, qué estúpido…
Una risita se escapó de mis labios sin quererlo.
—¡No me jodas, Alessandro! —bramó, visiblemente molesto—. ¡¿Cómo que tienes asuntos más importantes?! ¡Este también es un asunto importante! No, espera, no me cuelgues…
Me mordí el labio inferior para contener la risa, pero la situación me resultaba demasiado graciosa.
—Idiota… —murmuró, guardando el celular en su bolsillo.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté, haciéndolo sobresaltar por completo.
—¡Mierda! —exclamó, y mis ojos se desviaron automáticamente al hotcake que terminó en el piso.
—Creo que eso va en la sartén… —bromeé, sin poder evitarlo.
—Estaba ahí hace un segundo —dijo, rascándose la nuca, claramente avergonzado.
Tiró a la basura el hotcake que se le había caído y luego vertió un poco más de mezcla en la sartén. Me acerqué a él y, sin pensarlo, le di un beso suave en los labios.
—Buenos días —lo saludé, sonriendo.
Rex se sonrojó al instante.
—Buenos días… —respondió, recuperando algo de compostura y dándome otro beso, esta vez un poco más largo.
—¿Quieres que te ayude?
—No, yo puedo —respondió rápidamente, pero sin mucha seguridad.
—Pero… —otra risita se escapó de mis labios—. Se te está quemando, Rex.
—¡¿Qué?! —exclamó, dándose vuelta rápidamente—. ¡Pero si lo acabo de poner!
Una hora después, le ayudé a preparar una nueva mezcla de hotcakes, y después de eso, nos dejamos llevar por el deseo y terminamos haciendo… otras cositas en la ducha. La verdad es que somos como una adicción, incapaces de resistirnos el uno al otro, queriendo más y más de nosotros mismos, sin poder separarnos ni un momento. Luego, cuando Rex terminó de hacer el desayuno, recordé que debía tomar mi medicamento. Casi lo había olvidado en medio de todo lo que había sucedido.