El cielo en tus manos

2

Los meses pasaron, y Julie se aseguraba de cumplir a rajatabla su juramento. Sin embargo, hubo algo en lo que nunca pudo ganarle: quitarle la amistad de Cath. 

Catherine era popular en la escuela; sin ser una porrista, o la más hermosa, tenía un aura atrayente y dominante que hacía querer ser parte de su círculo, pero el círculo de Catherine era muy reducido, y todos sabían que Joyce era su mejor amiga.

En casa, las cosas no habían mejorado ni un poco, todo lo contrario. Pero Joyce procuraba pasar allí el menor tiempo posible. Veía acercarse su cumpleaños casi con miedo, y esa ansiedad causaba estragos en ella. ¿Qué iba a hacer luego? ¿La echarían de la casa? ¿Esperarían, al menos, a que se graduara de la escuela?

Ah, cuántas ganas tenía de irse pronto, aunque sabía que le tocaría, de aquí en adelante, trabajar duro para mantenerse, pues sabía que no podría ir a la universidad. Sus tíos le habían pagado el colegio, pero no moverían un dedo para que consiguiera un título profesional.

Y fue entonces cuando apareció Laverne con su propuesta.

La marca de maquillaje Laverne Inc. se había hecho muy popular los últimos años, y Laverne se había hecho muy rica. Algunos rumoreaban que su fortuna ascendía a varios millones de dólares, y todo lo había conseguido ella sola.

En ocasiones, cuando estaba en casa de Catherine y Laverne llegaba con sus atuendos de última moda, tan estilizada y dominante, Joyce quería ser como ella, pero en otras, se sentía intimidada.

Laverne era directa, ofensiva, y hasta ahora, la peor madre que hubiera visto jamás. Eso le quitaba las ganas de ser como ella.

Un día, simplemente, recibió una llamada donde la secretaria de Laverne le pedía que acudiera a su oficina, pues había algo importante que dialogar.

Joyce sintió miedo, y se preguntó si acaso Catherine había hecho algo malo y Laverne las castigaría a ambas.

Su imaginación estaba trabajando a mil preguntándose qué querría, así que se presentó en el edificio de Laverne Inc. 

Se quedó de pie en medio de la preciosa oficina, con un piso de mármol tan brillante que se preguntaba cómo las mujeres aquí no resbalaban y caían por esos tacones tan altos que tenían que usar.

—Señorita Miller —dijo Sharon Smith, la secretaria personal de Laverne—. Espere aquí unos minutos, ella no tarda.

Sí tardó, pero ¿qué importaba? El tiempo de ella no valía nada, mientras que el de Laverne era oro. Cuando esta se apareció, rubia, alta e imponente, Joyce se puso en pie. Con un gesto, Laverne le indicó que se volviera a sentar, y ella lo hizo poniendo su mochila en su regazo, un poco cohibida.

—Tengo entendido que eres la mejor amiga de mi hija —dijo sentándose en tras su enorme escritorio. Desde el mueble donde estaba, Joyce asintió. Eran amigas desde niñas, pero al parecer, Laverne nunca lo tuvo claro, y por eso preguntaba.

—Así es.

—Vives con… Patrick y Kristen Carroll, y su hija Julie —aquello lo dijo revisando unos papeles, y Joyce sintió un pinchazo en el vientre. ¿La había mandado investigar?

—Sí, señora.

—Son tus tíos.

—Tía Kristen… es hermana de mi papá.

—Que está muerto, y también tu madre—. Joyce no tuvo más alternativa que asentir. Laverne se recostó en su cómodo sillón y se meció un par de veces pareciendo muy relajada, pero Joyce ya la conocía, esa mujer nunca se relajaba—. Ellos no te dejaron bienes. No te dejaron nada.

—Papá… era profesor. Y mamá… 

—Eran pobres —la interrumpió Laverne—. Pero tus tíos tienen dinero.

—Patrick Carroll viene de una familia importante.

—Ni tanto —dijo Laverne en tono de desprecio. Era obvio que ella conocía familias más importantes—. ¿Irás a la universidad? —le preguntó Laverne, y Joyce frunció levemente su ceño mostrándose confundida.

—Fui admitida en varias facultades… sigo esperando respuesta de otras… Pero… 

—No tienes el dinero para ir —completó Laverne por ella, y cuando Joyce intentó negarlo, Laverne la interrumpió—. Conmigo no tienes que mentir, he investigado a tus tíos, los Carroll. Tienen una pequeña empresa de envíos. Su dinero les alcanza para pagarte los estudios, pero no lo harán, ¿verdad? —Joyce miró a otro lado sintiéndose incómoda, descubierta—. Tengo una propuesta para ti. Como sabes perfectamente, Catherine también irá a la universidad, está empeñada en estudiar en la mejor, la MIT, lo que significa que la perderé de vista por mucho tiempo, y eso no me agrada. Necesito alguien que la vigile.

Joyce la miró de nuevo con sus ojos algo desorbitados, Laverne siguió como si nada.

—Convenceré a tus tíos para que te paguen la universidad, si a cambio aceptas vigilar a Catherine para mí.

—¡No haré tal cosa! ¡Catherine es mi mejor amiga!

—No seas tonta —la interrumpió Laverne con voz calmada, sabiendo que trataba con una criatura—. No vas a negarte, es una oportunidad demasiado buena para desaprovecharla.

—No voy a hacerle eso a Cath. Es traición.

—No, es supervivencia. O, ¿qué harás?, ¿quedarte en casa de tus tíos hasta que envejezcan? ¿Buscar un empleo en un McDonald’s, o en una cafetería, y rentar una habitación para no ser más la arrimada en casa de tus tíos? Si colaboras conmigo, serás una profesional, y podrás irte pronto de su casa—. Joyce quedó con su boca abierta dándose cuenta de que todo eso era verdad, sin embargo, sacudió su cabeza negando.




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