El Circo Maldito

EL CIRCO MALDITO

La sombra frente a mí parecía respirar, como si inhalara mi miedo. Sus ojos rojos brillaban más fuerte con cada segundo que pasaba, como si se alimentara de mi angustia. Sus brazos largos y delgados comenzaron a extenderse hacia mí, como ramas negras que buscaban envolverme.

Quise retroceder, correr, gritar… pero no podía moverme.
“Señor, ayúdame…”
La niebla me tenía aprisionada y el aire estaba tan denso que dolía respirarlo. Un nudo me apretaba el pecho. Quería creer que esto era una pesadilla, pero todo se sentía demasiado real.

Entonces, escuché un grito.

—¡Mariana, resiste! ¡Estoy contigo! —Era Steve.
Su voz atravesó la niebla como un rayo de luz entre la oscuridad.
Mi corazón se agitó. Por un instante, recordé las palabras del Salmo:
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo.”

Vi su silueta luchando contra la niebla, como si el aire mismo lo empujara hacia atrás, pero aun así seguía avanzando. Cada paso suyo hacía que la sombra retrocediera levemente, como si su presencia lograra quebrar la oscuridad.

—Steve… —logré susurrar, y las lágrimas ya corrían por mis mejillas.

Él llegó hasta mí. Su rostro estaba lleno de terror… pero también de algo más fuerte: determinación.
Me tomó el rostro entre sus manos, y sus ojos se clavaron en los míos. Vi en ellos la misma fe que yo tenía, la esperanza que nunca muere incluso en los peores momentos.

—No voy a dejar que te pase nada —dijo con firmeza.

Y entonces me besó.

Fue un beso cálido, desesperado, como si quisiera asegurarme que seguía viva. Que aún éramos reales, que todavía había algo por lo que luchar. Por un segundo, la niebla se disipó alrededor de nosotros.
¿El amor puede ahuyentar la oscuridad?
¿O era Dios mostrándonos que no estábamos solos?

Pero la calma no duró.

Una risa gutural, distorsionada, rompió el silencio. Provenía de todos lados y de ninguno a la vez. Las sombras que antes eran figuras amorfas comenzaron a tomar forma: payasos con bocas cosidas, domadores con ojos vacíos, acróbatas con cuellos rotos que aún bailaban en el aire, suspendidos por cuerdas invisibles.

—¡Corran! —gritó Percy desde algún punto lejano, pero no podía ver más allá de la niebla.

Steve me tomó de la mano. Comenzamos a correr entre la bruma densa. Criaturas salían a los lados: una marioneta con agujas por dedos intentó alcanzarnos, una mujer sin rostro nos susurró cosas horribles al oído.
"Dios mío, cúbrenos con tu sangre, líbranos del mal…"

Una figura encapuchada arrastraba una cadena oxidada de la que salían gritos desgarradores.

—¡El centro! ¡Tenemos que llegar al centro del circo! —dijo Steve, como si supiera algo que yo no.

Corrimos sin rumbo, hasta que de pronto tropezamos y caímos por una escotilla en el suelo que no habíamos visto. Caímos varios metros hasta aterrizar en un suelo de tierra húmeda y podrida.

—¿Dónde estamos? —pregunté, temblando.

Las paredes del túnel estaban cubiertas de fotografías antiguas: niños llorando, artistas de circo deformes. En todas ellas, había una figura al fondo.
La sombra.
Siempre presente, acechando.
No temo a la sombra, temo a perderme a mí misma. Pero no dejaré que eso pase. No si sigo orando… no si sigo creyendo.”

Una voz surgió del fondo del túnel. Susurrante, cruel:

—Ustedes eligieron venir. Ahora son parte del espectáculo.

Las luces parpadearon. Una figura emergió del fondo: una mujer con un tutú raído y una sonrisa desgarrada. Su cuello crujió con un sonido imposible mientras se acercaba.

—La función… jamás termina.

Steve me empujó detrás de él.

—¡Corre, Mariana! ¡Yo la distraigo!

—¡No! —grité, aferrándome a su brazo—. No te dejaré. No otra vez. No cuando acabas de salvarme. ¡Dios no nos trajo hasta aquí para separarnos!

La sombra volvió. No caminaba, flotaba. Su cuerpo de humo oscuro envolvía la sala, sus brazos se estiraban hacia nosotros.

Y ahí, en el último segundo, Steve sacó algo del bolsillo: un amuleto en forma de estrella.
El mismo que me había regalado meses atrás.

Lo alzó con fuerza.

Una luz intensa brotó del amuleto. Las sombras gritaron al unísono, un alarido de furia y dolor. Todo comenzó a temblar. Las paredes crujieron, las fotos ardían… y una fuerza nos empujó hacia atrás con violencia.

Y entonces… todo se volvió blanco.

Despertamos en el pasto, afuera del circo.

La carpa ya no estaba.

Solo nosotros. Temblando, cubiertos de tierra, con el amuleto roto en los dedos de Steve.

Él me abrazó con fuerza, su respiración entrecortada.

—Te dije que no dejaría que te pasara nada.

Yo no dije nada. Solo me aferré a él.
Porque en ese momento, supe que lo que habíamos vivido… no había terminado.



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En el texto hay: 20 capitulos

Editado: 28.05.2025

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