El beso terminó, pero mis piernas seguían temblando. No por miedo. Bueno, sí… pero también porque Steve besaba como un maldito dios griego. Uno de esos de los cuadros renacentistas con abdominales cincelados por ángeles.
Nos separamos solo porque el suelo se agrietaba otra vez. La caja musical empezó a sangrar.
¿SANGRAR?
Sí. Gotas rojas caían como lágrimas desde la tapa, y la habitación giró violentamente.
—¡Cuidado! —gritó Steve, tomándome por la cintura.
Y ahí estaba otra vez. Su brazo firme sujetándome, su pecho contra mi espalda, su aroma a menta con tormenta.
¿La tormenta huele?
¡Claro que sí cuando es él! Probablemente si Noé lo hubiera olido en el arca, se tiraba al agua.
Ok, Mariana, enfócate. Estás en un circo maldito, no es momento de pensar en quitarle la camiseta con los dientes.
Aunque… con esos brazos… y esa voz… y ese “te amo” susurrado que me dejó la entrepierna emocionalmente inestable…
¡Señor, te pido perdón! Pero también gracias. Gracias por este hombre. Y perdón otra vez.
—¿Estás bien? —preguntó él, mirándome como si yo fuera su mundo entero.
¿Estoy bien? Estoy más caliente que una empanada recién frita. ¡Ay, Mariana, por favor! ¡Estás en una pesadilla! ¡Ubícate!
—Sí, sí… solo un poco mareada —respondí, mientras mi mente gritaba:
¡Nadie se ha mareado por atracción sexual más que yo!
Entonces, el escenario se desmoronó del todo. Caímos por un túnel de carne. Sí, carne. Como si estuviéramos siendo tragados por una garganta gigante.
—Esto es asqueroso —susurré.
Pero si me tragara Steve, no me quejo. ¡¡CÁLLATE, MENTE!! ¡ESO NO ES CRISTIANO!
¡Señor, esta vez sí que necesito un filtro celestial!
Al final del túnel, llegamos a un espacio cuadrado, cubierto de espejos rotos, sangre en las paredes y lo peor… nuestros dobles.
Sí. Dos versiones nuestras, parados frente a nosotros.
Yo… pero más pálida, con los ojos vacíos y una sonrisa falsa.
Steve… pero lleno de cicatrices, con una mirada vacía y sin alma.
—¿Qué es esto? —dije, sintiendo cómo se me helaba el alma.
La Mariana falsa se adelantó.
—Él va a dejarte. Como todos.
—¡Cállate! —le grité.
—Y tú —le dijo el Steve falso a él—. Ella se cansará. Está rota. Desequilibrada. Necesitada.
¿Disculpa? ¿Me estás llamando sedienta? Ok, sí lo estoy. ¡Pero nadie lo dice en voz alta!
—No les creas —me dijo Steve, tomándome las manos—. No somos ellos. No somos lo que esta maldita cosa quiere que seamos.
—Lo sé —susurré—. Porque tú me ves como nadie más lo ha hecho. Y aunque mi cabeza esté hecha un lío, cuando estás cerca… todo se calla.
—Excepto tu mente caliente —murmuró mi consciencia.
¡Y tú también cállate, demonio interno! Voy a bautizar mi cerebro con agua bendita.
Nos besamos otra vez. Porque era eso o enloquecer.
Pero esta vez no fue solo un beso de desesperación. Fue uno de desafío. De amor rabioso. De dos almas diciéndole al miedo: "no nos quiebras.”
Y sí, yo sé que Jesús nos ama, pero creo que en este momento está mirando para otro lado.
Las sombras aullaron.
Los dobles desaparecieron como humo.
Y la habitación colapsó, dejándonos en un espacio oscuro… totalmente negro. Solo el sonido de nuestras respiraciones.
—¿A dónde nos llevó ahora? —pregunté, abrazada a él.
—No lo sé. Pero mientras estés conmigo…
—¿Sobreviviremos?
—No. Te haré el amor en la oscuridad aunque nos estén mirando cien payasos demoníacos.
Me eché a reír, nerviosa.
—¿Eso dijiste o lo soñé?
—¿Lo deseas?
¿LO DESEO? ¡LO NECESITO COMO EL AIRE! ¡LO NECESITO COMO A CRISTO EN MI VIDA! PERO DE FORMA DIFERENTE, OBVIAMENTE.
—Más de lo que debería en medio de esta pesadilla —confesé, y nuestras risas rompieron el silencio como una chispa de vida.
Porque incluso en la oscuridad, él era mi luz.
Y no solo por esos ojos brillantes que Dios claramente moldeó en su mejor lunes creativo.
Y quizás, solo quizás… el circo no quería devorarnos.
Quería que nos rompiéramos.
Pero no sabían que dos corazones rotos juntos, con Dios en medio…
Son más peligrosos que cualquier maldición.