El Circo Maldito

LA NECESIDAD TAMBIÉN ARDE EN EL INFIERNO

La oscuridad no era solo oscuridad. Era espesa, viva, como si tuviera hambre. Como si respirara en nuestro cuello. El aire olía a metal, a desesperación… y a él.

Steve.

Estaba a mi lado, con su mano entrelazada a la mía, como si no me soltara, me deshiciera. O como si él fuera lo único que me mantenía cuerda. Que lo era.

—No hay puertas —murmuró.

—Tampoco ventanas.

—Ni suelos… ni techos… —añadió con la voz tensa.

—Pero sí calor —susurré, sintiendo cómo mi cuerpo se derretía por dentro. No por el infierno. Por él.

Y fue ahí cuando me di cuenta.

Estoy tan necesitada que si me muriera ahora, mi epitafio diría:
“Murió sin hacerlo con su novio buenísimo y sexy en un circo maldito”.

¡Señor, perdóname, pero no puedo evitarlo!

Me reí, en voz alta.

—¿Qué pasa? —preguntó él, con una sonrisa que me calentó más que mil sermones dominicales.

—Nada… solo… mi mente loca.

—¿Qué piensa tu mente loca?

Que te arrancaría la camiseta con los dientes. Que te montaría aquí mismo aunque el demonio del séptimo círculo esté haciendo fila para poseerme. Pero eso no se dice, Mariana. Respira.

Ok, respira, pero luego le pido a Dios que me dé un milagro para no hacer esto en plena oscuridad.

Piensa que… quiero olvidarme de todo esto. Por un momento. Solo un momento —le dije, alzando la mirada.

Steve se quedó callado. Pero sus ojos… sus ojos me devoraban como si fueran el mismísimo fuego del Espíritu Santo.

Y entonces lo hizo.

Me tomó por la cintura. Me alzó. Me besó como si el mundo estuviera ardiendo a nuestro alrededor (que lo estaba) y sus labios fueran la última salvación.

Su espalda chocó contra algo invisible. Pero sólido. Un muro en mitad de la nada.

Me empujó contra él, con sus manos en mis muslos, subiéndome. Yo me enredé en su cuerpo como si fuera mía su piel, su alma, su todo.

—Dime que me quieres —le susurré, mientras nuestras bocas se perdían.

—Te quiero, joder. Te amo. Te necesito más que a la salida de este infierno.

Amén a eso. Que alguien me dé agua bendita porque este hombre me está exorcizando la ropa interior.

Sus dedos dibujaban círculos en mi espalda. Mi camisa se subió. Su boca encontró mi cuello. Y todo mi cuerpo gritaba “SÍ, AHORA, YA”.

—Steve…

—¿Sí?

—No quiero pensar.

—No pienses. Solo siente.

Y lo hice.

Mis manos en su pecho. Su piel caliente. Mis labios recorriendo su mandíbula. Él bajando las manos por mis caderas. Los dos respirando como si el aire fuera pecado.

Nos besamos con hambre. Con rabia. Con amor. Como si ese momento fuera el último antes de ser tragados por la oscuridad.

Y por un segundo, lo olvidamos todo.

No había circo.
No había sombras.
Solo él y yo.
Mariana y Steve.
Dos cuerpos buscando consuelo, deseo y amor en el rincón más prohibido del infierno.

Y cuando nos separamos, jadeando, con los labios rojos y el corazón desbocado, él me acarició la mejilla y dijo:

—¿Sabes qué es lo único más fuerte que este lugar?

—¿Qué?

—Tus ganas de mí.

Solté una carcajada entrecortada.

—¡Y tú no ayudas, maldito sexy!

Y así, con mi cuerpo aún ardiendo y mi alma temblando, supe que lo amaba. No solo por cómo me tocaba. Sino por cómo me hacía sentir viva… incluso en medio del horror.

Aunque bueno, si esto es un circo maldito, que Dios nos proteja y nos dé fuerzas. Porque con Steve a mi lado, el infierno tiene competencia.



#148 en Paranormal
#4936 en Novela romántica

En el texto hay: 20 capitulos

Editado: 28.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.