Seguíamos jadeando, pegados el uno al otro como dos imanes enloquecidos. Él me acariciaba el pelo con una ternura que contrastaba demasiado con la manera tan salvaje en que me acababa de besar. Y ahí estaba yo, con las piernas temblando como gelatina con ansiedad.
Diosito, perdóname, pero si Steve me lo pide otra vez, le salto encima y que los demonios nos aplaudan.
—Estás bien —me dijo, bajando la voz.
—Estoy… perfecta —mentí descaradamente. En realidad, estaba a un centímetro de lanzarme al abismo de su pantalón.
Y mi mente, bendita pervertida, no ayudaba.
¿Y si nos escondemos en la oscuridad, nos quitamos la ropa y fingimos que el circo es un hotel de cinco estrellas?
—¿En qué piensas? —preguntó él, levantando una ceja.
—Nada, nada —me reí nerviosa—. Solo... en lo bendito que estás.
¡MARIAAAANA! ¡CON-TRÓ-LA-TE ! ¡PI-EN-SA EN LA VIRGEN MARÍA!
Pero ni la virgen ni los santos me salvaban del deseo. Porque él estaba ahí, con esa camisa medio abierta, el cuello rojo por mis besos, la respiración agitada… y esa mirada intensa que me hacía sudar en lugares prohibidos.
—Hay que seguir buscando una salida —dijo él, aunque su voz sonaba tan confundida como la mía.
—Sí, claro —respondí, dando un paso y tropezando con algo invisible—. ¡AH!
Steve me atrapó justo antes de caer.
—¿Te caes por mí o por lo caliente que estás?
—Ambas —dije sin pensar, y luego me tapé la boca.
Él soltó una carcajada ronca.
¡Mariana, por el amor de todo lo sagrado, cierra la boca antes de que se te salga el alma por la lengua!
Seguimos caminando, o más bien tanteando en la penumbra, con mis dedos todavía enredados en su ropa, como si soltarlo hiciera que todo se desmoronara.
Y entonces… lo escuchamos.
Un susurro. Muy cerca.
—¿Lo oíste? —le dije, aferrándome a su brazo como un koala desesperado.
—Sí. No estamos solos.
¡FANTÁSTICO! ¿Y no podía ser un espíritu amable? ¿Un Casper sexy? ¡Nooo! Tenía que ser algo que susurra como si supiera tu dirección y tu número de seguro social.
Las luces (si es que se podían llamar así) parpadearon. Y frente a nosotros apareció una figura encapuchada. Alta, delgada, con dedos largos como raíces podridas. Flotaba. No caminaba. Flotaba.
Y sonrió.
Sin boca.
—Ustedes dos… tan enamorados. Tan vulnerables —dijo con una voz que sonaba como el rechinar de una puerta oxidada.
Steve me puso detrás de él.
—No queremos problemas.
—Ah, pero yo sí —dijo la sombra—. ¿Qué estarías dispuesta a hacer por él, Mariana?
Mi corazón se paralizó.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Sé todo. Hasta los pensamientos calientes que tuviste hace un rato.
...Me lleva el infierno literal. Me están espiando mis ganas. El diablo está leyendo mi diario mental.
—¡¿Eres un acosador paranormal o qué?! —grité sin pensar.
—Llámame… tentación.
Y de la nada, frente a mí apareció una mesa. Encima, un sobre negro. En él, mi nombre escrito con sangre seca.
—Ábrelo —ordenó.
—¿Qué pasa si no lo hago?
—Muere él.
—¿Y si lo abro?
—Tal vez mueras tú.
¿Y si mejor le bailo reguetón al encapuchado y hacemos un trato?
Steve me miró con fuerza.
—Hazlo. Sea lo que sea… estoy contigo.
¿Cómo no me voy a querer casar con este hombre si me dice “estoy contigo” mientras me quieren matar? ¡QUE ME ENTREGUEN LOS PAPELES YA!
Con los dedos temblando, abrí el sobre.
Dentro, un acertijo:
"Solo quien ha sido traicionado podrá abrir la próxima puerta. Pero para hacerlo, debe confesar un secreto que pueda destruir el corazón de quien más ama. ¿Lo harás?"
Lo leí en voz alta. Steve se tensó.
—¿Qué significa eso?
Significa que tengo que soltar una bomba emocional y probablemente acabar contigo emocionalmente, papito… y yo solo quería besarte, no arruinarte la vida.
—¿Tienes un secreto? —preguntó Steve.
Mis labios temblaron. Y mi mente, como siempre, tenía un pensamiento idiota en medio del caos:
Sí, el secreto es que te vi saliendo de la ducha y desde entonces no he sido la misma. Pero también tengo otro. El importante. El feo. El real.