El Circulo de Elias

Capítulo 3: La Invasión del Mundo de Cristal

Lilian se quedó inmóvil en la acera, sintiendo el frío de la noche mezclarse con el sudor nervioso en su frente. El tráfico pasaba a su alrededor como un río furioso, pero para ella, el mundo se había detenido en la pantalla de su móvil.

"Lilian. Elías Vantros. Quiero discutir su perspicacia sobre la caída del ritmo. Envíame la dirección de tu editorial. Te enviaré un chofer mañana por la mañana. No es negociable."

No era una sugerencia. Era una orden, elegante y autoritaria, sellada con la firma invisible de su poder. La sorpresa inicial se transformó en una mezcla de miedo, indignación y una punzada de incredulidad. ¿Un chófer? ¿Para ella? Lilian tomó el metro, su mente un torbellino. Había soñado con un viaje exótico o unas vacaciones, pero jamás con ser recogida por un vehículo de lujo por orden de un magnate.

Al llegar a casa, la familiaridad de su pequeño apartamento la ancló ligeramente, pero el mensaje de Elías había dejado una huella digital en su paz mental. Ella era una persona de rutinas, de límites claros. La intrusión de Vantros era una violación de ese orden.

Sentada en su escritorio, junto a la pila de manuscritos, sintió la necesidad urgente de responder. No por servilismo, sino por necesidad de reestablecer el equilibrio.

Lilian: Señor Vantros, agradezco su interés en mi nota, pero no es necesario un chofer. No trabajo en la editorial a tiempo completo. Vivo en el barrio de San Andrés. Puedo tomar el metro.

Elías tardó apenas diez segundos en responder.

Elías Vantros: Lilian. Si quisiera que tomes el metro, te lo diría. No quiero un retraso. El tiempo es un activo. El tuyo se ha vuelto mío por una hora mañana. Dirección de la editorial. Ahora.

El tono no era agresivo, pero sí definitivo. Era como debatir con una pared de mármol. Lilian sintió un calor de rabia. Él no estaba pidiendo permiso; estaba asumiendo control.

Lilian: Soy una empleada administrativa, Sr. Vantros. Mis análisis de manuscritos son solo una parte menor de mi trabajo. No merecen su tiempo ni el de su chofer. No deseo causarle más inconvenientes.

Elías Vantros: Mi chofer cobra por hora, Lilian. El inconveniente es la ineficiencia. Y si subestimas tu perspicacia, solo me demuestras que necesito una hora para corregir esa impresión. Mañana. 9:00 a.m. No me obligues a adivinar tu ubicación, ya que el sistema de seguridad de la Torre Vantros es excelente, pero prefiero la cortesía a la invasión.

La mención velada a su capacidad para encontrarla heló la sangre de Lilian. No era una amenaza, pero era un recordatorio escalofriante de su poder. Rendida a la inevitabilidad, y con la curiosidad venciendo al orgullo, tecleó la dirección.

Lilian: Editorial Vanguardia. Calle Mármol, 45. Nueve en punto.

Elías Vantros: Excelente. El coche será un Bentley negro. Pregunta por Thomas. Sé puntual, Lilian. Y por favor, no derrames nada en el asiento de cuero.

Lilian sonrió. Una sonrisa genuina, a pesar de la frustración. El magnate tenía un sentido del humor seco, escondido bajo capas de negocios y control. A pesar de su intimidación, esa última línea la humanizó de nuevo, trayéndole el recuerdo vívido de la mancha de licor y el rostro severo de Elías.

La interacción por mensajes continuó de forma intermitente esa noche. Eran intercambios rápidos, no sobre negocios, sino sobre libros y literatura. Lilian se sorprendió. Elías no solo era un coleccionista; era un lector voraz y con opiniones sólidas. Discutieron la estructura de la novela histórica y, de repente, él la interrogó sobre sus gustos.

Elías Vantros: ¿Cuál es el libro que lees cuando necesitas escapar, Lilian? El que no le dirías a un crítico.

Lilian: Una novela de misterio antigua. "El Jardín de las Sombras". Una edición de bolsillo que se está cayendo a pedazos.

Elías Vantros: Fascinante. Un escape en lo ajeno y lo imperfecto. Como buscar consuelo en un laberinto. Deberías escribir tu propia novela, Lilian. Tienes el ojo de una editora y la mente de una observadora.

El cumplido la desconcertó. Nadie, ni siquiera su jefe, la había visto realmente. Para el Sr. Peralta, ella era eficiencia. Para Elías Vantros, en solo un par de mensajes, parecía ver su potencial latente.

El Bentley en San Andrés

Lilian durmió poco. A las 8:30 a.m., se dirigía a la Editorial Vanguardia con una mezcla de anticipación y ridículo. Llevaba su ropa de trabajo habitual, pero se había permitido un pañuelo de seda que le había regalado su madre, intentando inyectar un poco de dignidad a la situación.

Al girar la esquina de la Calle Mármol, el contraste fue tan dramático que el tráfico se ralentizó. Aparcado frente al destartalado edificio de la editorial, entre un camión de reparto oxidado y un taxi sucio, se encontraba un Bentley negro, brillante y majestuoso. Era una pieza de arte automovilístico, completamente fuera de lugar.

Un hombre alto, vestido con un traje de chófer gris carbón y guantes blancos inmaculados, estaba de pie junto a la puerta trasera. Era Thomas.

Cuando Lilian se acercó, sintió que todos los ojos del barrio, de los tenderos, de los repartidores y de sus compañeros de trabajo, se posaban sobre ella. El chófer, con una expresión de neutralidad perfecta, abrió la puerta.



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En el texto hay: amor, jefe sexy, bibliotecaria

Editado: 20.12.2025

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