El Circulo de Elias

Capítulo 4: La Negociación de la Desesperación

Me acerqué a la ventana del ático, sintiendo el aire acondicionado acariciar mi piel. Elías Vantros estaba de pie, con los brazos cruzados, proyectando una sombra larga y poderosa sobre el suelo de mármol pulido. La oficina era menos una estación de trabajo y más un pabellón de cristal suspendido sobre la ciudad, una metáfora perfecta de su vida: dominación y distancia.

Me senté en una de las dos sillas de diseño minimalista frente a un escritorio de madera de ébano. Colocué mi bolso gastado a mis pies, sintiendo la ridícula diferencia entre la tapicería de mi asiento y la tela de mi ropa.

"Tiene razón en la puntualidad, señor Vantros. Es un activo valioso," comencé, intentando sonar profesional para compensar el temblor en mis manos.

Elías se acercó, no sentándose detrás del escritorio, sino recostándose en el borde, acercándose a mí. Esta proximidad me desarmó más que cualquier barrera de caoba.

"Llamémonos Elías y Lilian," dijo él, con un tono más suave de lo esperado, pero aún imponente. "La formalidad consume tiempo. Ahora, hablemos de esa nota. Me dijiste que 'Las Crónicas del Mañana' necesita 'más desesperación' después de la revelación del secreto del protagonista. Explícate. Y sé exhaustiva."

Tomé una respiración profunda. Esto era territorio familiar: literatura, estructura narrativa. Dejé de ver al magnate y vi al lector que apreciaba el drama.

"Elías, el protagonista, Alexander, revela que perdió su herencia. El autor le da una semana para superarlo y volver a la lucha. Pero la pérdida de un legado así no es solo monetaria; es una pérdida de identidad. Yo sugerí que, en lugar de saltar inmediatamente a la acción, el autor debía permitir que Alexander experimentara un vacío real. Que la desesperación no fuera un obstáculo a superar, sino un estado del ser. Un capítulo en el que su rutina se derrumba, en el que se pregunta quién es sin ese poder. Eso generaría una conexión emocional más profunda con el lector."

Elías me escuchaba con una intensidad absoluta, sin interrumpir. Continué, sintiendo que la pasión por la edición me liberaba de la inhibición.

"La gente no se identifica con la riqueza o la pérdida de la riqueza, se identifica con la vulnerabilidad. Alexander necesita tocar fondo. Necesita que su mundo se haga pequeño y oscuro antes de que pueda encontrar la luz. La prisa del autor por devolverlo a la acción es una falla en la empatía. Necesita un momento de '¿qué voy a hacer yo?'"

Al terminar, el silencio se instaló, roto solo por el murmullo lejano de la ciudad. Elías se enderezó.

"Fascinante," murmuró. "Tuve la misma sensación de superficialidad, pero la atribuí a la falta de café. Tú lo has desglosado como un cirujano. 'Pérdida de identidad'. 'Vulnerabilidad'. Lo entiendes. Entiendes el drama de la pérdida." Hizo una pausa, y sus ojos se clavaron en los míos con una curiosidad incómoda. "¿Alguna vez has perdido algo tan vital que te redefinió?"

Sentí un escalofrío. La pregunta era demasiado personal, demasiado precisa.

"Solo he perdido la comodidad, Elías," respondí, evadiendo la verdad completa. "La necesidad de contar cada céntimo es una pérdida de libertad, y eso define mi rutina."

"La libertad," repitió Elías. "Un concepto caro. No vine a hablar de la novela, Lilian. Usé ese informe como excusa. Vine a hablar de ti."

La atmósfera se electrificó. Me sentí expuesta, como si el traje de lino de Elías fuera una armadura invisible que él podía usar para despojarme de mis defensas.

"¿De mí, Elías? No entiendo," dije, sintiendo el nudo en el estómago.

"Sí, de ti. De tu perspicacia, que está siendo desperdiciada clasificando devoluciones en una editorial de tercera. De tu potencial, que está siendo opacado por la necesidad de tomar dos autobuses para trabajar. Tu visión vale más que un salario administrativo. Necesitas más libertad, ¿no? Yo te la ofrezco."

Elías se dirigió al escritorio y pulsó un botón en su intercomunicador. "Trae el contrato para Lilian. El que te dicté esta mañana."

Me quedé sin aliento. "¿Contrato? ¿De qué está hablando?"

"Te ofrezco un puesto en mi holding," declaró Elías, volviendo a recostarse. "No serás mi secretaria. Serás mi Consultora Personal de Comunicación e Investigación. Revisarás documentos, prepararás mis resúmenes y, sí, revisarás mi colección privada de manuscritos. Tu sueldo será cinco veces lo que ganas ahora. Y, por supuesto, tendrás coche y chofer a tiempo completo."

El silencio que siguió era de incredulidad. Cinco veces mi sueldo. Era más que libertad; era la capacidad de respirar, de no preocuparme, de ayudar a mi familia. Pero la velocidad de la oferta era alarmante.

"Elías, esto es... demasiado. Apenas me conoces. Me acabas de ver destrozar tu botella de cristal."

"Destrozaste mi botella y salvaste mi libro. Una transacción justa. Te conozco por tu trabajo. Leí tu historial, tu expediente en Vanguardia. Sé que trabajas dos turnos para pagar tus cuentas médicas—"

"¡Espere un momento! ¿Mis cuentas médicas? ¡No tiene derecho a revisar mi expediente privado!" lo interrumpí, indignada y asustada.

"Tengo la capacidad, Lilian. Y lo hice," admitió Elías, sin un ápice de remordimiento. "Vi que tienes un monto de deuda significativo relacionado con una hospitalización de hace años. Un accidente, ¿verdad? Y que esa deuda te ata a tu trabajo actual y te impide tomar decisiones. Yo puedo resolver ese problema. De una sola firma."



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En el texto hay: amor, jefe sexy, bibliotecaria

Editado: 20.12.2025

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