El abrazo de Melina llegó pronto y en su calidez Gianna dejó salir su congoja de incontables días. Sabía que había sido una idiota por alejarse de su mejor amiga. Melina era la hermana que nunca había tenido, su única confidente. El silencio de su autoexilio había sido más duro de lo que había pensado. Refugiada en el abrazo, un gran alivio descendió sobre ella; un manto de perdón la envolvió con ternura.
El sol ya se escondía cuando retomaron el sendero que les servía de atajo hacia sus casas, cruzando parte del parque. Se les había hecho bastante tarde y ambas enviaron mensajes desde sus celulares avisando a sus padres de la demora. Al cruzar la plaza central del paseo, una figura familiar les llamó la atención. Gianna lo reconoció a pesar de la distancia y supo que Melina también lo había hecho. Vestido de negro como de costumbre, Adrián estaba sentado sobre una de las mesas de cemento. Tenía los pies apoyados en un banco y la cabeza cubierta con la capucha de su sudadera. Gianna intentó seguir camino hacia su casa sin detenerse pero Melina ya estaba girando en dirección a la mesa antes de que pudiera terminar de dar un paso.
El chico levantó la cabeza al verlas llegar. Lucía incómodo, como si lo hubieran sorprendido haciendo algo secreto. Melina le dio breve abrazo pero Gianna no se atrevió a tanto. Lo saludó con la mano desde lejos y él respondió de igual manera. El aire se tensó de pronto. Adrián descubrió su cabeza, puso las manos en sus bolsillos y carraspeó.
—¿Qué hacen tan tarde por acá? —preguntó.
—Nos quedamos conversando a la salida de clase, pero se ve que no somos las únicas en andar secreteando en el parque— retrucó Melina.
—Eh, no, vine a trotar un poco. Y paré un rato a descansar —dijo, señalando la mesa con el codo, inquieto. Gianna sabía que estaba mintiendo, nunca lo había visto correr por placer en su vida. Melina también debió captar la falacia al vuelo —una sonrisa se pintó en sus labios— pero decidió cubrir la mentira hablando.
—Bueno, esta es una buena casualidad, ¿no? Ya que estamos acá y los tres hemos vuelto a hablarnos por fin, tengo una idea. ¿Qué les parece si nos juntamos este fin de semana a ver una película? Tenemos que celebrar las buenas noticias, ¿no? —Adrián la miró con gesto confundido y sospechoso.
Gianna comprendió que Melina se moría por hablar con los dos sobre la misteriosa desaparición de sus pesadillas. Supuso que Adrián había experimentado el mismo inexplicable suceso y eso era causa de festejo para Melina. Por fin eran libres de tanto sufrimiento, ¿no? El problema era que por alguna razón Gianna sentía que no había nada que festejar. Y eso era una terrible contradicción; tan solo minutos antes había estado tratando de que su amiga fuera con ella a una fiesta.
—¿Qué les parece el sábado a la tarde?— dijo Melina alegremente. Gianna abrió la boca para negarse y se sintió acorralada. Melina sabía que no tenía planes para el sábado, por lo tanto tenía cero excusas disponibles. Adrián se quedó callado, mirando a Melina como si se hubiera vuelto loca. Por primera vez en mucho tiempo, Gianna estuvo de acuerdo con él.
—No me miren así, me la deben —dijo Melina. Sus mejillas se tiñeron de rojo y Gianna adivinó que estaba a punto de perder los estribos, como siempre le sucedía cuando la dejaban sola en algún plan—. No me hagan empezar a hablar porque saben que soy capaz de decir muchas cosas…
—Yo puedo el sábado a la tarde—se apresuró a decir Gianna con una sonrisa. Adrián asintió en silencio y ofreció su casa, como siempre lo hacía. Al decir eso la miró por un instante y Gianna sintió que la vergüenza la invadía. El pensar en visitar su casa luego de tanto tiempo de no hablarle siquiera la hizo sentir inquieta. Estiró las mangas de su sudadera hasta cubrir sus manos y se dedicó a trasladar su peso de un pie al otro, nerviosa.
—¡Genial! Estaba pensando que podríamos…
Gianna se distrajo. Las luces del parque comenzaron a encenderse, oscureciendo el brillo de las primeras estrellas. El viento frío empujó su pelo por delante de su rostro tapando sus ojos, por lo que terminó por girar su cuerpo para enfrentar a la corriente de aire. Fue entonces cuando le pareció ver una silueta moverse con torpeza entre los árboles, a la distancia. La figura apareció y desapareció entre los troncos, su rostro blanco apenas visible entre las ramas bajas. Gianna sintió un escalofrío. Pestañeó una, dos veces. La figura ya no estaba allí, pero la helada sensación no había desaparecido. Su corazón latió acelerado y tuvo que resistir un inexplicable impulso de salir corriendo tras la aparición.
Su cara debió traslucir su preocupación porque Melina dejó de hablar y la miró, intrigada. Gianna se sintió confusa y un poco mareada pero trató de disimularlo. Murmuró que se estaba haciendo tarde y Melina la tomó del brazo, llevándola a ella y a Adrián hacia el sendero con una gran sonrisa pintada en su cara. No podía ocultar su satisfacción al haber reunido al trío luego de tantos meses.
Caminaron unos metros en silencio hasta que Melina se puso a parlotear sobre las películas que podrían ver el sábado. Cuando hablaba de cine solía llenarse de entusiasmo y terminaba por tratar de venderles sus propios trailers llenos de datos que sólo ella podía recordar, como el nombre del productor o el del guionista. Para colmo, tenía una marcada preferencia por películas bizarras o independientes que a veces terminaban por ser una sorpresa desagradable. Muy pronto los tres se hallaban discutiendo entre risas sobre todas esas malas películas elegidas por Melina que todos habían odiado alguna vez. La fluidez natural de su conversación se fue restaurando, como si nunca hubiesen dejado de hablarse. Oyendo la conversación desde afuera, nadie hubiera podido imaginar que los tres no se habían tenido contacto entre ellos desde hacía varios meses.
Gianna había temido que su decisión de alejarse del grupo dañara para siempre ese vínculo tan especial que compartían desde que eran niños. Pero ahora se daba cuenta de que lo que los unía no era tan fácil de romper, tanto por buenas razones como por malas. Una parte de ella, una que por ahora prefería sepultar en su inconsciente e ignorar, sabía que un extraño mecanismo se había puesto en funcionamiento entre ellos. Como si los tres fueran partes de un misterioso reloj que se oía sonar cada vez más fuerte, marcando los segundos del tiempo en cuenta regresiva.