El Círculo en el Bosque

Capítulo 9: Niebla

Gianna miró el reloj y maldijo por lo bajo. Se sonó la nariz, buscó un cepillo y se asomó al espejo. Mientras entretejía los mechones rubios en una trenza suelta notó que su pelo estaba rebelde y que sus ojeras estaban muy marcadas. Abrió su estuche de maquillaje en busca del corrector y lo aplicó con mano experta. Mucho mejor. Continuó con una pasada de máscara en las pestañas y un toque de brillo labial. El colegio prohibía el maquillaje, pero esos mínimos retoques no llamaban demasiado la atención y la hacían sentir mejor. Sonrió ante el espejo y guiñó uno de sus ojos verdes. Mucho, mucho mejor.

Al salir de su habitación le llegó el cálido aroma del café recién hecho. Se apresuró a llegar a la cocina y se encontró con su madre alcanzándole una taza llena de café con leche. Le llamó la atención que ella aún estuviera en casa, pero era muy afortunado que le hubiera preparado el desayuno hoy.

—Gracias mami —dijo con una sonrisa. La taza se sintió muy caliente en sus manos frías. Sobre la mesada había un par de tostadas con queso crema y Gianna arrebató una con rapidez.
—Eh, ladrona —dijo Paula, su madre, frunciendo el ceño a medias.
—Todavía estoy en edad de crecimiento— se excusó Gianna, hincando los dientes en la rodaja de pan integral. Estaba deliciosa.
—Mmmsí, cuando te conviene. Si te levantaras un poco más temprano podrías prepararte un buen desayuno.
—Ya sé, ya sé. Es raro verte en casa a esta hora. ¿No vas a trabajar hoy?
—La verdad es que me tendría que haber ido hace rato —dijo echando un vistazo al reloj del microondas—. Pero bueno, me quedé dormida.
—¿En serio? ¡Ja, ese es mi modelo a seguir! —rió Gianna, tomando un gran sorbo de su taza.

Su madre abrió la boca para contestar, pero terminó suspirando con resignación. Apoyó la cabeza en una de sus manos, cansada. Era evidente que las preocupaciones constantes sobre la salud de su marido la estaban afectando mucho. Gianna observó que su camisa estaba arrugada y algunos mechones rubios se escapaban de su rodete a pesar de haber usado infinidad de hebillas invisibles. Su madre solía vestirse y arreglarse muy bien, por lo que verla de esta forma le causaba bastante inquietud. Gianna acarició su trenza mal hecha. La genética era algo increíble. De pronto se sintió mal por haberse reído de su madre.

—No dormí muy bien anoche —explicó Paula.  
—Mami, te va a hacer mal preocuparte tanto. Deberías descansar, tomarte unos días. ¿Cuando le toca el próximo turno médico a papá? —preguntó Gianna. Sintió una punzada de angustia en el pecho y trató de ahogarla con más café con leche.
—Pasado mañana. No te preocupes Gianni. Está todo bajo control, se está portando muy bien con el tema de los ejercicios. Va avanzando bastante. Soy yo la que tiene que aprender a manejar mejor sus nervios. Y no, no me puedo tomar unos días ahora, tengo muchísimo trabajo, parece que todo el mundo se quiere mudar a Castel —dijo mientras se levantaba de su silla. Miró una vez más hacia el reloj digital y sus movimientos se aceleraron—. Vamos, que las dos vamos a llegar tarde hoy. Hay que abrigarse bien amor, el aire está helado afuera, parece que el invierno se vino de golpe. Que tengas un lindo día.

Su madre le dio un beso en la frente y se apresuró a recoger su abrigo y cartera. Luego desapareció tras la puerta de calle, veloz. Rastros de su perfume quedaron flotando en el aire.

Gianna miró el reloj en su celular y reaccionó. Salió disparada hacia su habitación, excavando en el caos de su desorden en busca de su mochila, su bufanda, su abrigo, un gorro de lana y un paquete de pañuelos descartables. Podía sentir en sus huesos que este resfrío iba a ser agresivo como pocos. Antes de salir tomó una pastilla de ibuprofeno y se envolvió en su abrigada bufanda tejida. Su garganta se sentía irritada y su nariz se humedeció al instante al contacto con el aire frío de la mañana. El día estaba nublado y la brisa congelada, su madre no había exagerado.

El sol repetía intentos por atravesar la capa nubosa y los cambios de luz acentuaban su malestar. A lo lejos podía verse una gigantesca nube blanca cubrir las puntas de los árboles del bosque. La ruta a Santa Marta debía estar cubierta de niebla. Agradeció en silencio que su padre no tuviera que viajar ese día. A medio camino su celular sonó, insistente. Los chicos con los que salía le preguntaban donde estaba. Uno de ellos se llamaba Walter. Por unos segundos no pudo acordarse de quién era. Su memoria le estaba jugando malas pasadas, como en el examen de historia de hace tres días. Había estudiado lo suficiente, pero en el momento del examen su mente había estado en blanco la mitad del tiempo, como una computadora paralizada en medio de una tarea. Se detuvo un momento para contestar que iba en camino cuando llegó un mensaje de Melina.

Te dormiste?? Apurate, dije que estabas en el baño.
¿Estás bien?

Gianna contestó veloz y luego se lanzó a correr lo más rápido que pudo. Después de la carrera sufrió un ataque de tos que la mareó más de la cuenta. Llegó a necesitar apoyarse en un poste para recuperar el aliento. Su garganta ardía y las lágrimas desbordaron sus ojos. Mientras trataba de respirar con normalidad su mirada se posó en un hoja impresa adherida a la madera. Debajo de la fotografía de un pequeño perro blanco se leía en grandes letras negras:
 
Soy Toby. Me perdí.

Al pie de la hoja había un número de teléfono. Mientras se alejaba le dio una última mirada al afiche. El perrito era adorable y parecía una oveja. Y esperó que lo encontraran pronto. Se quedó pensando en que era muy deprimente ver avisos de perros perdidos. Uno no tenía forma de saber si el perro había aparecido al fin y retornado a su casa, o si se habría perdido para siempre.

Gianna retomó su camino a duras penas. Al llegar al parque sus pasos se hicieron más lentos y un nuevo mareo confundió sus sentidos. Al dar un paso hacia adelante se encontró envuelta en una densa niebla blanca que pareció salir de la nada. El viento había dejado de soplar, la humedad se arremolinaba a su alrededor, condensada en tenues hilos blancos. Sus ojos perdieron la capacidad de enfocar en la nebulosa y comenzó a girar por instinto, tratando de orientarse. Debía estar en el principio del sendero del parque, no había dudas. La niebla parecía tener peso y lo invadía todo con vehemencia. Gianna tuvo una arcada involuntaria que desencadenó otro acceso de tos incontrolable. La violencia del ahogo la obligó a arrodillarse, retorciendo su cuerpo en espasmos dolorosos. Cuando logró inhalar por fin, alcanzó a distinguir algo en el suelo húmedo, cerca de sus rodillas. Era un trozo de madera unido a otro. Una especie de cruz deforme que le dio escalofríos. Oyó una voz lejana. El sonido parecía flotar alrededor y dentro de sus oídos, sin provenir de ningún lugar específico. Gianna comprendió que la voz la llamaba. Sin decir palabras le transmitía una sensación de urgencia, de apuro.



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En el texto hay: misterio, fantasmas, bosque

Editado: 02.11.2020

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