Levantarse temprano era fastidioso pero el aire de la mañana tenía un efecto energizante. La ciudad ya se había desperezado para cuando Melina llegó a una de las dos avenidas principales en su camino hacia el colegio. Los locales comerciales se preparaban para iniciar el día y el aroma a pan caliente se escapaba de la clásica panadería y confitería “El Abuelo”, en donde ya había gente desayunando. Una pareja conocida de su familia la saludó con la mano desde la calidez del interior y ella devolvió el saludo sonriendo. A pesar de ser más de veinte mil habitantes en esas tierras, muchas familias se conocían desde hacía generaciones. Castel no era una atracción turística pero era una ciudad tranquila y relativamente segura para vivir. De a poco se estaba transformado en un destino importante para mucha gente que huía de la vida acelerada de la capital. Melina había oído comentar a Paula, la mamá de Gianna, que la venta de terrenos, la demanda de alquileres y las compras de propiedades a través de su inmobiliaria se habían multiplicado.
Melina salió de la avenida principal para acortar el trayecto. El camino largo implicaba continuar por la avenida, llegar hasta la iglesia de San Pantaleón y desde allí doblar a la derecha. Luego de atravesar una larga serie de edificios municipales y una gran plaza llena de monumentos desembocaría por fin en la entrada del colegio San Pantaleón. El camino corto la llevaba directo hacia la esquina de la casa de Gianna. Solían encontrarse ahí y juntas continuaban hasta llegar al sendero del paseo público municipal, también conocido como el parque del bosque. A la distancia se asomaban las copas puntiagudas del bosque de Castel pero la niebla insistía en cubrirlas de tanto en tanto, como si quisiera unirse con las nubes grises del cielo plomizo. Melina se detuvo en la esquina a esperar que pasara el tránsito y su mente viajó hasta el bosque a su pesar. Cuando era pequeña amaba ir de paseo entre los pinos. Hoy, no resistía estar más de cinco minutos en el límite del parque. Para ella no había nada mágico allí dentro, pero la suya era una opinión poco popular en la ciudad.
El bosque era un terreno arbolado que abarcaba varias hectáreas y que había sido forestado hacía decenas de años con la idea de crear un emprendimiento turístico que nunca se concretó. Al tratarse de una parquización y no de un bosque natural se podía observar una gran cantidad de árboles no nativos de la zona como pinos, cipreses y araucarias. Existía una anécdota curiosa sobre el nacimiento del bosque. Se decía que al trasplantar los árboles se había usado una gran cantidad de plantines extra. Se había hecho de esta forma porque se suponía que muchas plantas no iban a prosperar debido al clima, pero ocurrió todo lo contrario. La gran cantidad de árboles que crecieron fuertes y sanos formó un bosque mixto muy tupido y floreciente.
El gran espacio arbolado había sido expropiado y hoy se dividía en dos. Una parte se había convertido en un espacio verde de uso público, el parque. Allí los árboles crecían a cierta distancia entre sí, brindando sombra a una pequeña plazoleta con juegos para niños, mesas de cemento para picnics y bancos de madera. El parque se unía a los terrenos del colegio y de la iglesia por lo que constituía un paso obligado para mucha gente, que utilizaba los senderos que lo atravesaban como atajos y recorridos para trotar. Tanto alumnos como profesores cortaban camino por allí cada día.
Pero detrás de ese prolijo y bien mantenido verdor se extendía la otra parte del bosque, un territorio cerrado más salvaje y difícil de transitar que se perdía en la distancia, cubriendo por completo la ladera de la sierra y llegando hasta el límite con la localidad vecina de Santa Marta. El oscuro bosque permanecía cerrado al público, pero eso no impedía que la gente siguiera ingresando. El lugar se hallaba envuelto en una atractiva aura de misterio. Desde siempre se habían contado historias de extrañas ocurrencias en las inmediaciones, pero esa atmósfera mágica se había popularizado aún más el día en que tres niños de cinco años desaparecieron en sus profundidades por varias horas. Todo el episodio se hallaba salpicado con circunstancias inexplicables. No se sabía con exactitud como los tres niñitos habían burlado la atenta mirada de sus padres y desaparecido de su vista en menos de cinco minutos. Nadie sabía cómo habían llegado tan lejos en tan poco tiempo: la zona en donde fueron hallados se encontraba a kilómetros del parque infantil en donde estaban pasando el día con sus familias. Otro aspecto extraño del caso fue que al caer la noche los voluntarios notaron un enjambre de luciérnagas de gran tamaño sobrevolando una zona del bosque. La luz los motivó a acercarse a esa zona y al llegar a un claro en el bosque se llevaron una sorpresa inesperada: los niños estaban allí.
Según el relato —cargado de imaginación— de uno de los rescatistas, las luciérnagas en realidad eran duendes o hadas del bosque, criaturas sobrenaturales con poderes mágicos que habían protegido a los niños hasta ser encontrados. El voluntario aseguraba que, debido a la extensión del bosque, hubiera sido imposible encontrarlos tan rápido de no haber “sido guiados” por las luces aquella noche. La noticia fue cubierta por medios nacionales e internacionales, pero los padres de los niños se pusieron firmes en defender y ocultar la identidad de los pequeños, por lo que el caso no trascendió por mucho tiempo. Sin embargo, el mito perduró. La atención que se generó en el término de unas pocas semanas, sumada a ciertas ocurrencias extraordinarias que se sucedieron en la ciudad en esa misma época terminaron por atraer una gran cantidad de turistas y aficionados al mundo espiritual. Supuestos testigos surgieron de todos los rincones de la ciudad, hablando de viejas y nuevas experiencias con toda suerte de criaturas sobrenaturales. Lo cierto es que nunca se volvió a ver un enjambre de luciérnagas tan grande en las cercanías del bosque de Castel. Y nadie pudo precisar nunca de qué especie de insecto se trataba: no se halló ningún ejemplar que se correspondiera a las descripciones de los testigos.