Melina se detuvo un momento, mirando hacia la calle principal. Solía encontrarse con Gianna en algún punto cercano a la esquina en donde se encontraba, pero hoy no había rastros de ella. Decidió seguir caminando sola, hasta llegar al sendero que todos tomaban para llegar al colegio. Oyó risas detrás suyo y supo que un grupo de estudiantes se acercaba. Melina se zambulló detrás del pino más cercano para dejarlos pasar sin ser vista. No tenía ninguna razón para ocultarse, pero prefería que no la encontraran sola en ese lugar y tener que hacer el resto del camino, aunque solo fueran unos metros, junto a ellos. Los conocía a todos desde la primaria, pero igual se sentía incómoda a su alrededor. Era un grupo de chicos y chicas normales y ruidosos que salían a bailar, se juntaban a ver películas y vivían compartiendo videos virales y memes. Quizás ese era el problema. Quizás eran demasiado normales para Melina y su mundo de extrañezas.
Escondida detrás de un árbol, recogió una piña pequeña y la guardó en su mochila. Solía hacer eso desde que era una niña. Solía pintarlas o transformarlas en algún adorno tan decorativo como inútil. Las piñas se habían convertido en un pasatiempo que la distraía lo suficiente como para no caer en ataques de pánico ante la cercanía del parque. Era una forma inofensiva de micro-terapia para lidiar con sus miedos al bosque. Su mirada se dirigió hacia el cúmulo de árboles a la distancia. Recordó aquella vez cuando ella, Gianna y Adrián habían decidido regresar a bosque con el objetivo de internarse en él una vez más y ver qué pistas podrían hallar ahí dentro. Tenían trece años y las pesadillas habían llegado al esplendor del espanto. Sabían que algo o alguien los ataba a ese bosque y Adrián estaba seguro de que hallarían esas respuestas que tanto necesitaban entre la espesura vegetal, pero no lograron llegar muy lejos. Un terror sin límites los invadió de repente, paralizándolos. En ese momento los tres resolvieron que las respuestas que se escondían dentro del bosque podían esperar indefinidamente.
Cuando Melina entró al colegio se sorprendió al ver a Adrián en el pasillo principal, muy cerca de la entrada. Parecía estar esperando a alguien. Estaba apoyado en una de las paredes, concentrado en la pantalla de su celular, muy serio. Melina lo saludó con un grito lo suficientemente alto como para hacerlo dar un salto. Adrián le dedicó una semi sonrisa y le pasó una mano por la cabeza, despeinándola a propósito. Melina hizo un gesto exagerado de indignación y se acomodó un poco el peinado mientras él reía a carcajadas. Adrián era mucho más alto que ella y Melina sabía que si intentaba vengarse haciéndole lo mismo tendría que esperar a que estuviera distraído o la vería ponerse en puntas de pie y saltar. Esta vez se lo dejó pasar, porque no era muy frecuente verlo reír. Y cuando él reía ella sentía un aleteo en su pecho que no podía justificar.
—¿Y Gianna? —preguntó Adrián mientras iniciaban el camino hacia el aula. Melina se sintió un poco molesta, ese breve momento de intimidad entre ambos había terminado.
—¿No llegó todavía? Que raro, no la vi en el camino. Le voy a mandar un mensaje.
—Igual, te estaba esperando —dijo en voz baja—. Tengo algo que contarte y no se si ella va a querer escuchar. Anoche me pasó algo muy, muy raro.
—Te escucho —dijo Melina mirándolo a los ojos. Adrián se había puesto mortalmente serio otra vez y había bajado el tono de voz a un susurro.
—Vi algo que no puedo explicar, cuando volví a casa anoche. Sé que es imposible, pero vi algo ahí, delante mío. Después desapareció… Pero estaba bien despierto, lo juro. Había alguien…
—¿Quién? —preguntó Melina, ansiosa. Pero entonces sonó el timbre y la masa de alumnos invadió el pasillo. Tuvieron que separarse por unos momentos.
—Después te cuento bien ¿si? —dijo Adrián, visiblemente nervioso. Melina quiso responder que no, que no estaba bien, que se estaba muriendo por saber, pero él tenía razón, había demasiada gente alrededor.
Gianna llegó por fin cuando Patricia, la preceptora, ya se estaba retirando. Por la expresión en su rostro, Melina dedujo que no se había creído la historia de que Gianna había estado en el baño ni por un minuto. De todas formas la dejó pasar, dirigiéndole a Melina una mirada de reproche. Gianna entró al aula sin mirar a nadie y se desplomó en su asiento.
—¿Pasó algo?— preguntó Melina. Gianna no lucía tan arreglada como solía hacerlo.
—Sí…creo. Vi algo raro, pero no sé si me lo imaginé o qué. Uff, estoy muy resfriada, a lo mejor es eso. Después te cuento— masculló mientras limpiaba su nariz. Puso los brazos sobre el banco y se recostó sobre ellos, tosiendo. Sus manos temblaban. Melina no quiso insistir.
“Después te cuento, después te cuento”. Una sensación de pura incertidumbre invadió a Melina y le costó mucho concentrarse en la clase. Sabía que sus dos amigos habían experimentado nuevos terrores. Podía notarlo en sus miradas. Podía reconocer esa sensación, ese miedo quieto y silencioso. Quería saber lo que les había ocurrido y, a la vez, ignorarlos por completo.
Pero su curiosidad pudo más. Cuando el primer recreo llegó por fin, Melina saltó de su asiento con fuerza. Miró a sus amigos con un gesto que en realidad era una orden. Gianna se incorporó a duras penas y se tuvo que sostener del banco para no perder el equilibrio. Adrián la miró, preocupado. Melina notó que los dos estaban muy consternados y sintió que sus nervios crecían. Salieron del aula en silencio y se dirigieron al lugar donde solían pasar los recreos durante la escuela primaria, en donde gozaban de cierta privacidad. Melina sentía que iba a estallar por saber lo que les había pasado, pero antes de que pudiera emitir un sonido Gianna dio un paso hacia adelante y extendió los brazos.
—Chicos, disculpen, pero me siento muy mal. Me voy a ir a casa ahora—. Tosiendo, se dirigió hacia la enfermería con pasos temblorosos. Melina la siguió, preocupada. La acompañó en silencio, sin atreverse a hablar. No hubiera podido preguntarle nada tampoco, Gianna no dejaba de ahogarse y toser. Adrián las siguió sin decir palabra, con el ceño fruncido.