Gianna y Melina llegaron a la casa de Adrián apretujadas bajo un paraguas transparente, tiritando de frío. El otoño se estaba transformando en un invierno aguado que se metía por los poros; un frío evidente en la nariz enrojecida de Gianna. La humedad hacía que el pelo ondulado de Melina se encrespara de forma incontrolable, por lo que había decidido trenzar su pelo y esconderlo dentro de un gorro tejido. Cuando Adrián abrió la puerta su primera impresión fue la de estar viendo un par de gatitos mojados abandonados en el umbral. Las chicas se atropellaron para pasar sin siquiera decir palabra, temblando y zapateando con fuerza para ganar calor.
—Frío, ¿huh?
—Es la maldita llovizna finita que se siente hasta en los huesos —dijo Melina, sacándose el abrigo y el gorro sin dejar de moverse—. Guau, eso sonó como algo que diría mi abuela.
—Agh, maldito resfrío —dijo Gianna sonándose la nariz.
—Les preparo algo caliente. ¿Qué quieren?
—Café para mí —dijo Gianna—. El medicamento que tomé para el resfrío me hace dar sueño. Me siento una zombie.
—No hay un alma en la calle —dijo Melina, asomándose por la ventana de la cocina—. La verdad es que no tenía ganas de salir de casa, pero tenía que hablar con ustedes. Creo que tuve una especie de ataque de pánico ayer —agregó, en voz más baja.
—La que tuvo el ataque de pánico fui yo —retrucó Gianna con firmeza, sacando un paquete de pañuelos de su cartera. Adrián carraspeó.
—¿Café para vos también, Melin? —preguntó Adrián, preparando la cafetera.
—Sip. Le voy a pedir a mi mamá que nos pase a buscar cuando terminemos. No me vuelvo a casa caminando ni loca, menos con la señorita moco aquí —dijo Melina, haciendo un gesto fruncido con la nariz que la hacía parecer una niña de diez años.
—Considerate contagiada —retrucó Gianna con una sonrisa malévola.
—Cuánto amor —dijo Melina, igualando el tono. Los tres se miraron por un instante, sonriendo a pesar del temor que latía bajo la superficie.
Minutos más tarde se encontraban sentados en torno a la barra desayunadora que separaba la cocina del comedor, cada uno con una gigantesca taza de café al frente. Melina siempre había pensado que los padres de Adrián debían de ignorar la existencia de tazas medianas o chicas. Ni hablar de los pocillos. El extra grande debía de ser el tamaño predeterminado para cualquier bebida caliente en esta casa de médicos acostumbrados a guardias y noches interminables.
Luego de un rato Adrián respiró hondo y dijo que debían hablar de algo importante mientras aún estuvieran solos. Su padre estaba en un congreso por el fin de semana, pero su madre se había ido al cumpleaños de una amiga y planeaba volver más tarde esa noche. Gianna se acomodó en una de las sillas altas en silencio, colocando su mano sobre la boca como si fuera a toser pero sin hacerlo, y concentró su mirada en los remolinos de espuma que se deshacían de a poco en la superficie de su café. Melina miraba a Adrián, tamborileando los dedos sobre la mesa. Se sentía un tanto agradecida de que Adrián comenzara a hablar sobre sus sospechas, quizás contestara la pregunta que no se atrevía a hacer.
—Lamento tener que volver a hablar de todo esto, pero anoche tuve una visión. O un recuerdo. O..la verdad no puedo saber que fue. Lo cierto es que me dio mucho que pensar y quiero contarles de que se trata— Adrián se acomodó en su asiento y procedió a relatar su experiencia con lujo de detalles. La lluvia fue cobrando intensidad, marcando un ritmo creciente de golpeteos líquidos en el cristal de la ventana. Para cuando llegó al momento en que el cuerpo de la niña se movió, su audiencia dio un respingo. Cuando Adrián terminó su relato hizo una pausa, pensando en cómo explicar su teoría a continuación. Pero Gianna lo interrumpió de repente.
—Toby está perdido —dijo. Adrián la miró con curiosidad—. ¿Dijiste que el perro del vecino, el bichón frissé, se llama Toby?
—Si, así se llama.
—Ayer vi un afiche pegado en un poste en el que buscaban a Toby. Estoy segura de que era el mismo perro. Un perro de esa raza no suele escapar de esa forma. O se lo llevaron o algo que vio lo espantó a tal punto de hacerlo escapar corriendo. Igual que a mí.
Adrián y Melina la miraron con atención. Desde hacía varios años que Gianna había dejado de reunirse con ellos para hablar del pasado. Ella siempre había preferido guardarse sus experiencias y pesadillas, insistiendo en que olvidar y seguir adelante era la forma correcta de continuar con sus vidas. Por eso se sorprendieron cuando ella les pidió confirmación para reunirse. No podían negar que esperaban con ansiedad el momento en que Gianna abriera su puerta. Era un gesto que les hacía sentir que por fin, luego de tanto silencio, los tres volvían a estar en el mismo sendero.
Gianna respiró hondo y comenzó a dejar salir todo lo que había guardado. Desde el registro del cuaderno de sueños hasta el último incidente. Habló sin detenerse, con la mirada aún perdida en su taza de café.
—El día en que volvíamos de la clase de Educación Física, cuando charlábamos en el parque, me pareció ver algo. Era la figura de una chica muy delgada detrás de los árboles. Como se hacía de noche me pareció ver que tenía un vestido o túnica gris, o quizás azul. Estaba muy lejos, pero la sensación de que me observaba era la misma que sentí ayer. No lo conté en ese momento porque pensé que me lo había imaginado. Fue una cosa muy fugaz, por eso no le di importancia. Pero ahora, bueno, la cosa es diferente—. Un breve acceso de tos le impidió seguir hablando. Sacó un nuevo pañuelo descartable de su paquete y limpió su nariz. Sus ojos verdes estaban enrojecidos.
—Esto me está espantando —dijo Melina en un susurro.
—Perdón —dijo Gianna. Su voz sonaba resquebrajada y nasal. Continuó su relato ignorando el comentario de Melina—. Eso no es todo lo que pasó. Ayer a la mañana, créanlo o no, me perdí en el sendero del parque —Adrián levantó una ceja. Conocían esa zona del paseo desde que eran muy pequeños. En ese lugar el espacio entre los árboles era bastante amplio como para distinguir las casas y edificios a la distancia. Si se tenía cuidado de seguir los senderos era muy difícil desviarse por accidente hacia la zona de bosque cerrado, el único lugar donde era posible perderse. Gianna continuó su relato, estremeciéndose al llegar a los detalles más inexplicables de su experiencia.