El Círculo en el Bosque

Capítulo 13: Contacto

La mano de Gianna tropezó con la de Melina. Melina, reconfortada por el contacto, recordó que su celular estaba sobre la mesa y recorrió la superficie con su mano para tratar de alcanzarlo. Tocó el brazo de Adrián en el camino, porque Adrián también trataba de alcanzarlas. Y en ese momento la luz retornó.

Pero ya no se encontraban en la cocina de Adrián. Melina observó su cuerpo pequeño. Adrián corría delante de ella. Gianna estaba detrás, riendo. El bosque vibraba en una sinfonía de colores al sol. Apenas unos metros más adelante, una niña albina de unos cinco años los observaba llegar. Lucía un vestido blanco con bordado de flores celestes.

La oscuridad tiñó la escena de pronto.

Gianna soltó la mano de Melina y lanzó un grito. Adrián se incorporó de golpe, empujó su silla y la dejó caer, creando un estruendo que hizo gritar de nuevo a Gianna. Melina se había quedado sin aire. Su cuerpo temblaba. Se quedaron los tres en silencio, tratando de comprender lo que había sucedido. Habían experimentado una visión, un recuerdo compartido. Gianna se incorporó, dando una orden.

—Adrián, ¡velas!
—Qué…diablos…
—¿Dónde está mi celular?

La lluvia amainó su golpeteo, transformándose en llovizna. Pero la energía seguía sin retornar. Adrián se alejó de su silla tanteando con sus manos en el aire y tropezando en la penumbra. Logró abrir un cajón de la cocina y encontrar un encendedor. Un escueto relámpago le permitió alcanzar la pequeña vela que su madre guardaba en el estante. La minúscula llama iluminó el terror en el rostro de los tres. Gianna se sentó otra vez, tiritando. No lograban hilar un pensamiento coherente. Luego de un tiempo indefinido Adrián por fin logró expresarse.

—Eso fue un recuerdo.

Recapitularon poco a poco, haciendo pausas para recuperarse cada tanto. La experiencia había drenado sus energías y su capacidad mental. Parecía como si se hallaran dentro de un sueño o una experiencia mística, y la luz tenue de la vela no los ayudaba a enfocarse. Pero poco a poco lograron descifrar la naturaleza de lo que habían experimentado. La determinación por recordar, sumada al contacto físico casual entre los tres había disparado una visión del pasado. Era evidente que los tres habían visto lo mismo. Los tres habían reconocido a la niña. A falta de nombre, comenzaron a llamarla Ella. Y nuevas preguntas surgieron.

—Me pregunto. ¿Seremos capaces de…?
—¿De hacerlo de nuevo?
—No. No quiero. Eso fue espeluznante.

Silencio. La llovizna no cedía en su empeño de empapar los cristales.

—No quiero, tengo miedo.
—Está bien, no nos va a pasar nada.
—No. Esto es una locura.

Volvieron a extender sus brazos. Gianna dudó antes de tocar la mano de Adrián. Melina cerró los ojos con fuerza.
Esta vez el contacto los llevó directamente a la pesadilla. Solo que esta vez veían todo lo que ocurría a través de los ojos de la niña desconocida. Esta vez era Ella la que era transportada a través de un sendero en algún lugar arbolado e indefinido, no podían asegurar si se trataba o no del bosque de Castel. La niña no podía escapar, sus manos se hallaban atadas con un cordel grueso y rojo que la unía al líder de la procesión. A los ojos de la pequeña esa persona era un ser de altura descomunal, cubierto por completo con una túnica oscura y una máscara de madera provista de cuernos de ciervo. Las puntas de los cuernos estaban pintadas de blanco. Ella lloraba y pedía por su madre. Detrás de la procesión, una pequeña cabra era arrastrada por una soga y aullaba de manera similar.

El grupo llegó a una roca elevada, una especie de altar rústico adornado con rocas y cristales. Uno de los miembros del grupo produjo unos cuencos de madera y el líder los llenó de un líquido que llevaba en una botella oscura. Le dio de beber a la niña una gran cantidad y luego repartió el resto entre los presentes. El líquido era amargo y le provocaba náuseas. Los demás bebieron bajo sus máscaras pero Ella comenzó a marearse, su vista se nubló. Alguien subió a la niña a la roca y la ató a la superficie con el cordel rojo. Uno de los presentes, una persona que lucía una máscara de pájaro, perdió la compostura. Se acercó a la niña pero fue rápidamente apartada de ella por el líder. El grupo encendió una pequeña hoguera y comenzó a cantar en un idioma ininteligible al son de pequeños tambores. Pronto la música y el cántico repetido los llevó a una especie de éxtasis. Todo parecía difuminado, la niña apenas podía moverse. El líder sacó una daga de su cinturón. Uno de los miembros arrastró a la cabra al centro. Su máscara de oso se iluminó en el anochecer.

La niña gritó con todas sus fuerzas cuando el líder cabeza de ciervo desgarró su túnica. Y gritó aún más cuando la daga cortó su piel, dibujando un círculo en su pecho blanco. Adrián, Gianna y Melina gritaron de dolor al mismo tiempo. El dolor era tan familiar como insoportable, pero no podían moverse, la niña no podía mover un músculo. La máscara de oso se movió. Ella observó como la cabra fue degollada en un segundo, su sangre vertida en un cuenco de madera. El líder cabeza de ciervo continuó tallando la piel de la niña con símbolos dentro del círculo. Y cada trazo fue experimentado por los tres como si les ocurriera a ellos. Ella trató de escapar, trató de moverse, pero fue en vano. La congregación mantenía a la máscara de pájaro lejos de la niña, pero podía oír el murmullo de su llanto. Finalmente volcaron la sangre de la cabra sobre la niña. Ella ya no lloraba, ya no tenía lágrimas. Abrió los ojos al cielo.

Estrellas. Y de pronto, oscuridad total. Un vacío infinito, imposible de llenar.

Gianna interrumpió el contacto. Se deshizo en llanto. Sus manos temblaban mientras sostenía su cabeza como si fuera a reventar. Melina lloraba sin control, sus manos arañando a la mesa con desesperación. Adrián aferraba su pecho con fureza. Las heridas debían estar allí, debían estar allí.



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En el texto hay: misterio, fantasmas, bosque

Editado: 02.11.2020

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