El Círculo en el Bosque

Capítulo 15: Elena

Adrián esquivó la mirada de la preceptora que había salido al pasillo y corrió hacia el aula laboratorio. Sabía que el lugar se hallaba vacío a esa hora, ya la había usado unas cuantas veces de escondite en sus escapadas. Entró sin encender las luces y se agachó para evitar que alguien lo viera tras el cristal de la puerta. Tendría que esperar unos minutos hasta que las clases comenzaran y los pasillos quedaran vacíos otra vez. Se sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la pared. La falta de sueño lo estaba afectando mucho ese día, el cansancio pesaba en sus hombros y en sus párpados. Cerró los ojos por un momento y su mente rebobinó los detalles del extraño encuentro que había evitado mencionarle a Melina.

Había sucedido aquella misma mañana, cuando se dirigía al colegio. Caminaba en piloto automático, tratando de esquivar a los grupos de estudiantes que se amontonaban en las esquinas, cuando de pronto la imagen de una persona lo había obligado a detenerse. Era una mujer rubia, sentada en el piso en posición de loto junto a la vidriera del local de “Angeles de Luz”. Tendría unos cincuenta años, su cabello era muy claro y se hallaba atado en un peinado desprolijo, recogido en parte por un pañuelo multicolor. Vestía una túnica de diversos colores, pantalones anchos de lienzo teñido y un abrigo tejido de lana de oveja cruda. A sus pies había una pequeña lona llena de folletos, cristales y pulseras artesanales.  Adrián se detuvo y se quedó observándola por unos segundos. Había algo familiar en la vendedora ambulante, estaba seguro de que la conocía. Recorrió en su mente el inventario de caras de padres de amigos y conocidos de la familia pero su rostro no entraba en ninguna categoría. Quizás había sido paciente de alguno de sus padres. Parpadeó, confuso. La mujer notó que el chico la miraba y sonrió. Le extendió uno de los folletos fotocopiados con un gesto amable y él lo tomó sin mirarlo. Había algo fuera de foco en esa sonrisa. Adrián se acercó a ella, intrigado.

—Perdón, ¿la conozco? —inquirió Adrián. Su curiosidad había brotado de su boca sin que pudiera contenerse. En ninguna otra ocasión se hubiera atrevido a preguntar tal cosa a alguien en la calle.
—Buen día —saludó la mujer. Sonrió mientras se incorporaba del piso con agilidad—. Vaya, que raro es que puedas reconocerme. En realidad yo te conozco, pero la única vez que te vi eras apenas un niñito. Me llamo Elena —agregó.
—Elena —repitió Adrián, sin reconocer el nombre.
—Vas al San Pantaleón, ¿verdad? —dijo la mujer. Sus ojos se habían posado en el uniforme de Adrián. Volvió a sonreír y ladeó la cabeza—. Fui al mismo colegio por muchos años. Imagino que todo debe seguir igual. Adrián asintió sin saber porqué. No tenía forma de saber si todo seguía igual.

Un grupo de chicas los pasó. Parecían apuradas. Elena las siguió con la mirada.

—Creo que vas a llegar tarde.
—Yo…
—Oh, ya veo —Elena se acercó aún más a él y lo miró a los ojos por largos segundos—. No debería decir nada, pero es evidente que el bosque te ha tocado, como me tocó a mí. Puedo ver que tienes muchas preguntas. Pero no soy yo quien debe contestarlas.

En ese momento una mujer regordeta salió del local con gran ímpetu. Adrián reconoció el cabello crespo de color cobrizo y sus mejillas enrojecidas. Era Herminia, la dueña del local.

—¿Otra vez acá? ¡Te pedí expresamente que dejaras de vender tus chucherías al lado de mi negocio!
—La calle es libre —respondió la mujer con voz apenas audible. Con gran velocidad recogió sus pertenencias en un pequeño atado.
—¡No mi calle! ¡Yo pago impuestos querida, para vender artesanías está la plaza! —siguió gritando Herminia. Un par de transeúntes giraron sus cabezas hacia ella. Elena la ignoró y volvió a mirar a Adrián, quien no atinaba a reaccionar.

—Debo irme ahora, pero quizás te sea útil acercarte al grupo —la mujer señaló el folleto que acababa de darle a Adrián.

Elena recogió su pequeño bolso del suelo y se dirigió hacia la zona del parque, veloz. Herminia volvió a entrar en su local, mascullando insultos por lo bajo. Cuando Adrián por fin logró reaccionar, se dio cuenta de que ya era tarde. Corrió en la dirección en la que la mujer se había ido y la llamó por su nombre, pero Elena ya había desaparecido. Adrián continuó rastreándola sin resultados hasta que se le hizo muy tarde y se vio obligado a correr para llegar al colegio a tiempo.

Ya en el aula se había puesto a analizar todo el asunto. Estaba claro que esa mujer sabía algo importante. “El bosque te ha tocado, como a mí” había dicho. Que diablos. Y él no había sido capaz de reaccionar con rapidez. Había actuado como un imbécil, se había quedado helado y había perdido la oportunidad de interrogarla. Se sentía un estúpido por ello. En ese momento detestó incluso a Herminia. Su enojo le salía por los poros mientras martillaba el asiento de Melina con golpecitos de frustración.

 Luego de un rato se calmó. Lo primero que hizo fue leer el folleto que le había dado. Por desgracia no contenía demasiada información. Debajo de una foto en blanco y negro de un bosque genérico atravesado por haces de luz podía leerse una vaga invitación:

Grupo Espiritual Castel

Meditaciones colectivas guiadas.
Recuperación de memorias astrales perdidas.
¿Nuestros caminos se alinean con los planes estelares?

Comparte tus experiencias extrasensoriales en un ambiente seguro y contenido.

Reuniones quincenales en Parque del Bosque, Castel.

Al pie del folleto la información de contacto listaba un número de teléfono y un email.

Adrián llamó varias veces pero el número lo llevaba a un buzón de voz. Dejó unos cuantos mensajes. Incluso escribió un par de emails. Sabía que no tenía otra alternativa más que esperar, pero no se sentía capaz de hacerlo.

Había pensado en hablar con Melina, pero se contuvo. Por alguna extraña razón sentía que no podía confiar en ella por el momento. Sabía que el sentimiento de desconfianza era infundado, que no tenía indicios para pensar que ella podría impedirle hacer contacto con Elena. También sabía que nunca iría a contarle a nadie lo que estaba ocurriendo. Los padres de Melina eran muy amables y comprensivos pero ella tampoco quería preocuparlos. Además, Melina no tenía otras amigas tan cercana como Gianna. Sin embargo, algo extraño estaba sucediendo y podía sentir una barrera invisible formándose entre ambos. Su intuición lo empujaba a alejarse de ella, a pesar de que su mente no encontraba razones lógicas para hacerlo.
Decidió concentrarse alrededor de la única pista tangible, real y certera que había tenido en los últimos años. Una pista llamada Elena. La mujer lo conocía y él estaba seguro de conocerla. Adrián sabía que esa mujer tenía respuestas. Lo sabía con todo su ser. Debía localizarla de nuevo. Era urgente, no podía seguir esperando ni perdiendo el tiempo en una clase que no era capaz de seguir ni aprovechar. Sabía que a estas alturas lo más probable es que tuviera que rendir todas las materias a fin de año. Ya se las ingeniaría entonces.



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En el texto hay: misterio, fantasmas, bosque

Editado: 02.11.2020

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