El lunes había transcurrido borroso y pesado. Todas las horas del día se habían transformado en una larga siesta debajo de los cobertores. Allí debajo no había notado demasiados cambios de luz ni de temperatura. Aún así se sentía afiebrada y molesta. La condenada gripe no cedía ni un centímetro a pesar de haber tomado medicamentos y toda suerte de tés descongestionantes con vitamina C. Gianna ya no podía dormir a pesar del agotamiento de su cuerpo, así que se levantó de la cama, arrastrando los pies dentro de sus pantuflas y caminando al mejor estilo zombie. Se sentó a su escritorio frente de su computadora y la pequeña luz de su celular parpadeando llamó su atención. Lo desconectó del cargador y notó que tenia varios mensajes de Melina y de Walter. Ambos la habían llamado en algún momento de la tarde, cuando había logrado dormirse. No tenía ganas de contestar, por lo que ignoró las notificaciones y dejó el teléfono donde estaba. Al fin y al cabo no tenía nada que contar ni que decir. Era deprimente, había sido un día perdido de la manera mas aburrida posible. Gianna pasó una mano por su pelo y lo encontró enredado y pegajoso. Era hora de un baño caliente.
Eran pasadas las ocho de la noche, sus padres ya debían estar en casa pero no los había oído llegar. Gianna imaginó a su mamá entrando en su habitación preguntando como se sentía y decidiendo que necesitaba un caldo de pollo de inmediato. Gianna nunca había entendido esa obsesión con la sopa, pero ya se había transformado en un clásico de los resfríos. Buscó ropa limpia en sus cajones y, tal como había pensado, se cruzó con su madre en el pasillo. Paula la miró con cierta preocupación y Gianna le sonrió, avisando que iba a darse una ducha para despertarse un poco antes de cenar. Se dirigió al baño con esfuerzo. Tenía muy poca energía y sus músculos dolían de a ratos, como si hubiera estado jugando al voley toda la semana. Lo peor de todo era el dolor de garganta. Sentía que el aire no fluía bien a sus pulmones y eso la hacía desesperarse un poco. Ya frente al espejo, suspiró ante su imagen. Su pelo era un absoluto desastre y sus ojeras llegaban al piso, con razón su madre se había puesto tan seria al verla. El agua caliente de la ducha logró relajarla un poco y se apoyó contra la mampara, dejando que el agua masajeara su cuello. El vapor invadió el pequeño cubículo de cristal. Si bien su respiración se normalizó un poco gracias al efecto del vapor, la sola vista de las hebras blanquecinas la hizo sentir un momentáneo ataque de terror.
Gianna salió del baño con rapidez y se envolvió en un toallón gigante. Ya en su habitación notó que le costaba mucho vestirse. La fiebre la hacía temblar. Se acostó otra vez, envuelta en su cobertor, y llamó por teléfono a Walter. La conversación la sorprendió. Walter estaba ofendido y enojado. Al parecer Gianna había olvidado que tenían una cita. Gianna se sentía confusa. Había olvidado que quedaron en encontrarse en el centro el fin de semana pasado. Al parecer, si tenía planes para el sábado. El malestar que sentía y el reclamo de Walter la hicieron enojar. Le explicó que estaba enferma, pero no era suficiente, Walter quería saber porqué no le había avisado. Gianna se frustró, no podía explicarle al chico que tendía a olvidar cosas, especialmente si se sentía estresada por alguna razón. Y tenía sobradas razones para estar estresada.
Su madre interrumpió la conversación entrando a la habitación cargando una bandeja con su cena recién preparada en sus manos. Gianna se despidió de Walter explicándole que seguía muy enferma y le dio a entender con indirectas que planeaba cortar la relación la próxima oportunidad que tuviera disponible.
— ¿Como te sentís Gianni? Tu padre vino a verte antes pero estabas muy dormida. Parece que el baño te hizo bien.
— La verdad que sí, me siento bastante mejor. Al menos puedo respirar un poco,
— ¿Con quién hablabas? — preguntó su madre mientras se sentaba en una esquina de la cama y colocaba la bandeja sobre las piernas de Gianna. Sacó un termómetro digital de su bolsillo y lo prendió —.
— Hum…¿no te había contado de Walter?
— No…No me habías contado. A ver, termómetro.
Gianna obedeció y se colocó el helado termómetro bajo la axila, estremeciéndose. La sopa de pollo olía de maravillas. Mientras disfrutaba del calor del caldo aprovechó para distraer a su madre de las preguntas sobre Walter. Paula se dio cuenta de la maniobra evasiva de su hija y sonrió con expresión cómplice. Gianna adoraba el hecho de su madre entendiera sus silencios y no la presionara. De hecho era todo lo contrario, solía contarle sus propias historias de escapadas de secundaria y fiestas en el parque con un guiño cómplice.
—Una vez —le había confiado—, una de esas fiestas en el bosque se descontroló tanto que nos despertamos al amanecer, todos desparramados por el parque con una resaca descomunal. Todavía no comprendo cómo hice para beber tanto, la verdad. Muchos padres habían llamado a la policía. Nunca me voy a olvidar de esa fiesta, porque al día siguiente tu padre y yo nos escapamos del castigo y empezamos a salir.
La forma de pensar de su madre era diferente a la de muchos padres. Ella pretendía que su hija disfrutara estos años de juventud al máximo y que se encargara de elegir una carrera y su futuro en libertad, en el tiempo en el que ella considerara correcto. Gianna aún no sabía que iba a hacer de su vida. Pero que sus padres no la presionaran la había ayudado mucho a lidiar con sus problemas de pesadillas y las lagunas en su memoria. Gianna se sentía afortunada de tener una familia tan comprensiva, por lo que odiaba tener que preocuparlos con cuestiones inexplicables. Siendo hija única cada cosa que le sucedía era un gran evento a nivel familiar. Por eso había decidido ignorar la miríada de extrañezas que parecían insistir en complicarles la vida a ella y a sus dos amigos, por el bien de todos. Ya que nada podían hacer, lo mejor era ignorarlo hasta que pasara solo, como una gripe infernal. El termómetro comenzó a hacer un sonido insistente hasta Gianna presionó un botón. Paula hizo un gesto preocupado al ver en el indicador que la temperatura seguía siendo muy alta. Gianna insistió en que ella se sentía un poco mejor, hasta que logró convencer a su madre de esperar hasta la mañana siguiente para visitar la clínica. En realidad se estaba sintiendo soñolienta otra vez.