Por fin la habían dejado ir a visitar a Gianna, pero en realidad no podía verla aún. Las visitas estaban prohibidas en terapia intensiva, con excepción de la familia más cercana. Pero aunque Melina no pudiera verla, prefería estar allí, en la clínica, en vez de esperar en su habitación mirando su teléfono con ansiedad de noticias que nunca llegaban. Aquí al menos podía acompañar a los padres de Gianna por un rato y enterarse de las novedades más rápido que nadie. Su mamá había estado con ella haciéndoles compañía hasta ahora, pero había tenido que irse a buscar a su hermano menor al colegio. En el tiempo que había estado allí sola, Melina ya se había enterado del estado de su amiga. Aun continuaba grave y su diagnóstico era incierto, pero al menos habían logrado estabilizar su respiración.
Melina tenía la sensación de que los médicos parecían estar confundidos con el caso. Por un momento hablaban de una infección y un principio de neumonía. Otras veces aseguraban que había otro tipo de problemas respiratorios que estaban estudiando. Continuaban haciendo estudios y pruebas pero aún no tenían un diagnóstico claro, y eso acrecentaba el nerviosismo de todos porque significaba que no había tratamiento a la vista. Julia, la madre de Adrián, se había detenido a hablar con los padres de Gianna un largo rato, y si bien Gianna no era su paciente, estaba al tanto de todo y actuaba de nexo entre el cuerpo médico y sus amigos. Todos lucían en sus rostros los signos de la angustiosa espera y la falta de sueño.
La televisión muda de la sala de espera mostraba una seguidilla de imágenes del noticiero local. El videograph al pie de la nota repetía distintos reclamos por cortes de luz y bajadas de tensión. El responsable de la empresa eléctrica alegaba “estar investigando” las causas de la inesperada interrupción del servicio. Melina sabía que aquella mañana el colegio se había quedado sin energía eléctrica, lo que había provocado una visita masiva de sus compañeros a la clínica. Todos querían saber lo que le había sucedido a Gianna.
Cuando eso ocurrió Melina se había visto de pronto rodeada de compañeras que insistían en acompañarla a todos lados en caso de que necesitara consuelo por el estado de Gianna. Melina no lloraba, pero las chicas sí. Todo aquello le parecía un actuación innecesaria, molesta. Incluso Walter la llamó al celular para saber si “su chica” había mejorado. También había insistido mucho en ir a la clínica con los demás pero Melina se había negado con fuerza esgrimiendo la muy real excusa de que las visitas no estaban permitidas en la sala de terapia intensiva. La verdad era que no sabía si los padres de Gianna estaban enterados sobre la relación de su hija con este chico y ella se sentía bastante incómoda ante la situación de su posible presencia en la concurrida sala de espera. Melina mostraba una fachada entera pero por dentro se sentía quebrada, perdida. No quería hablar con nadie. Estaba muy molesta por el exceso de atención de la gente y había evitado a sus compañeros de una manera un tanto brusca. Poco a poco los compañeros se fueron retirando, dejándola sola en un rincón con su teléfono. Melina evitó las miradas de compasión o de curiosidad y se refugió en el baño por un rato, hasta que todos se fueron y ella volvió a su casa para almorzar e intentar dormir un poco, sin demasiada suerte.
Esa tarde regresó a la sala de espera deseando no encontrar más compañeros entre la gente. Mientras se acomodaba en una silla se dio cuenta de que Adrián había sido muy inteligente al evitar el contacto con ellos aquella mañana. Melina sospechaba que Adrián no había ido a la clínica porque sabía que no podría ver a Gianna en terapia intensiva. De esa forma se había evitado tener que formar parte de todo el circo de compañeros de curso tratando de consolarlo. Por otro lado estaba muy bien enterado de todo lo que sucedía a través de Julia, que monitoreaba el caso minuto a minuto. Era evidente que no necesitaba hablar con Melina, pero al menos debería haberle contestado los mensajes. Adrián la había ignorado por completo. Ni siquiera había podido contarle el espeluznante episodio que había vivido en clase el día anterior. A pesar de comprender sus silencios más que nadie, Melina deseaba que Adrián estuviera allí. No podía decidir si estaba enojada o no, pero lo cierto es que había un hueco dentro suyo y a su lado. No quería pensar demasiado en él, pero su imaginación volvía a dibujar su rostro de tanto en tanto. Estaba claro que lo extrañaba. Melina estaba llegando a sospechar algo que le hubiera resultado imposible de creer meses atrás, estaba sintiendo una atracción diferente hacia a él. Cuanto más se alejaba, más anhelaba su presencia.
Melina se restregó la cara, sintiendo el cansancio en sus párpados. Por fin se levantó de la incómoda silla de la sala de espera y estiró un poco su cuerpo, dando unos pasos y elevando sus brazos por sobre la cabeza. Subió hasta el cuarto piso por las escaleras, evitando a la enfermera que volvería a enviarla al piso inferior. Llegó hasta la puerta del salón. Notó que en ese momento los padres de Gianna habían abandonado la pequeña sala de espera privada y Melina no sabía adonde habían ido. Sacó el teléfono celular de su cartera y se fijó en la hora. Habían pasado quince minutos de la seis de la tarde. No se atrevió a asomarse a la sala. De repente tuvo mucho miedo de ver el estado real de su amiga, conectada a un respirador artificial, su vida pendiendo de un hilo. Tomó el ascensor, temblando.
Trató de distraerse observando a la gente con su ojo de artista. Pensó en dibujar, pero su energía era muy baja, por lo que se limitó a observar. La mayoría de las personas alternaban entre mirar el televisor y sus celulares. Una mujer leía un libro de bolsillo y a su lado una chica pasaba las páginas de una revista de moda sin detenerse en ninguna. Un hombre mayor dormitaba y su cabeza se bamboleaba hacia delante como una flor pesada sobre un tallo delgado. Un nuevo grupo de gente llegó a la sala y se detuvo a conversar en el medio del pasillo, el espacio que dividía los asientos en dos grandes grupos, como en un pequeño cine. Fue en ese momento en que la vio. Apareció por detrás de las personas que conversaban como si hubiera estado entre ellos todo el tiempo. Su cabello rubio, suelto, ocultaba su rostro casi por completo, pero aún así Melina la reconoció. Era Gianna. El color blanco de su bata de hospital lucía gris bajo la luz fría de los tubos fluorescentes. Melina se quedo quieta, sintiendo que su respiración se agitaba y sus manos comenzaban a temblar. Era Gianna, pero no podía ser. Gianna estaba en el cuarto piso, conectada a un aparato y al borde de la muerte. Gianna no estaba allí. Melina pensó que estaba dormida, que estaba soñando. Pero no podía despertarse. Gianna giró su cabeza con extrema lentitud, mirando hacia la derecha. En ese momento las luces en la sala de espera se apagaron y se volvieron a encender, parpadeando con indecisión. La gente comenzó a murmurar y Melina volvió a mirar el punto en donde había estado su amiga sólo para comprobar que ya había desaparecido.