Luego de la merienda junto a su padre, Adrián había insistido en volver caminando solo a casa. Planeaba pasar por el local de Herminia y averiguar todo lo que pudiera sobre Elena. Quería confirmar que se trataba de la misma Elena Riveiras que se había perdido en el bosque y a la que se refería su padre. La frase que le había dicho la mujer “el bosque te ha tocado” tenía mucho sentido ahora.
Pero Adrián no tuvo mucha suerte y terminó saliendo de “Angeles de Luz” con una sensación de impotencia. La empleada que trabajaba en el local no había sido capaz de proveerle información. Le explicó que quizás Herminia, la dueña del negocio, podía decirle algo más sobre la misteriosa mujer rubia en cuanto volviera de su viaje por el sur del país. La pista se había enfriado por el momento. Lo único que sabía de ella era lo que había logrado extraer de los recuerdos de su padre. Al parecer se había mudado a otra ciudad cuando era muy joven. Había vendido la famosa fábrica Riveiras que pertenecía a su familia hacía muchos años y no se la había vuelto a ver en Castel. Esperaba encontrar algo más de información cuando llegara a casa, si es que podía conectarse a la red otra vez.
Mientras regresaba a su hogar, Adrián recibió el mensaje de Melina. Al ver la fotografía supo que algo grave había sucedido. La llamó de inmediato, pero la conexión falló. Al parecer las empresas de comunicaciones continuaban con problemas para ofrecer un buen servicio, tal como sucedía con la empresa de energía eléctrica. Su conexión a internet debía seguir interrumpida con seguridad. Pensó en buscar a Melina, pero no tenía idea en dónde se hallaba. Ese espejo parecía pertenecer a un baño público. Quizás aún estaba en la clínica. Comenzó a caminar en esa dirección mientras seguía llamándola. Logró comunicarse por fin, pero ella parecía estar al borde de un colapso nervioso, apenas si podía hablar. Estaba siendo tan incoherente que Adrián necesitó de toda su paciencia para lograr que se relajara un poco y le contara lo sucedido. Luego de oír el escalofriante relato se sintió muy culpable. Se sintió responsable por dejarla sola esos días. Debería haber junto a ella en la clínica, en vez de haber estado insistiendo en su aislamiento y en perseguir sus teorías paralelas. Melina había comenzado a repetir que lo que estaba sucediendo era maligno, perverso. Insistía en que el culto del bosque había regresado a terminar lo que había comenzado.
—No llego a entender todo lo que está pasando pero estoy casi segura de algo —dijo, recobrando un poco la entereza en su voz—. Esa palabra es una maldición, o algo peor. ¿Y si hay algo demoníaco en todo esto? ¿Y si Ella es un demonio?
Adrián se quedó en silencio. No tenía explicaciones para la extraña alucinación de Melina. No podía asegurar que se tratara de una alucinación tampoco. Tampoco había creía en que el culto fuera satánico y mucho menos en la posibilidad de que Ella fuera un demonio porque lo que habían vivido no se parecía en nada a un acoso demoníaco. No de acuerdo a sus extensas lecturas sobre el tema. La sensación que él sentía al respecto de Ella era muy diferente. Trató de tranquilizarla.
—Melin, no te apresures. Estamos juntos en esto, y siento que muy pronto todo va a tener sentido. Lo importante es que permanezcamos cerca. Nada nos va a hacer daño si estamos juntos —las palabras salieron de él sin que se pudiera detenerse a pensarlas.
—¿Estás seguro de que realmente estamos juntos en esto? Porque hasta ahora no hiciste nada más que ignorarme.
—Es cierto. Espero que me perdones. Te prometo que no voy a dejar que te pase nada.
Melina suspiró, a punto de decir algo, pero la comunicación se volvió a interrumpir.
—¡Maldita sea! —gritó Adrián, a punto de arrojar su teléfono al suelo. Cuando llegó a su casa se encerró en su habitación. Furioso, se apoyó en su escritorio. Su monitor se iluminó con el movimiento. Adrián notó que la conexión a internet se hallaba activa otra vez. Se abalanzó sobre su computadora y conectó el celular para bajar la foto. Al verla su corazón se estremeció. El rostro aniñado de Melina lucía tan desamparado en el reflejo del espejo. Por un minuto se quedó mirándola, deseando estar cerca de ella otra vez. De repente sintió un impulso intenso por abrazarla y besarla. Cerró los ojos con fuerza. No quería reconocerlo, pero esa era una de las razones por la que se había mantenido alejado de ella en el colegio. Sentía que no podía controlar lo que le estaba sucediendo. Esta atracción repentina inundaba sus pensamientos cada vez más a menudo, y temía que no fuera real, como lo sucedido con Gianna. No estaba dispuesto a arriesgarse a confundir sus sentimientos otra vez, y no era el momento de pensar en eso ahora.
Abrió una nueva pestaña en su navegador y tipeó Necrophorum. El motor de búsqueda le devolvió en primer lugar una página de Wikipedia y otros vínculos que leyó a toda velocidad. Encendió la impresora. Mientras releía el artículo sus manos comenzaron a temblar. No era el nombre de un demonio, como sospechaba Melina. No se trataba de una maldición de ninguna forma.
Necrophorum era el nombre de una bacteria. Adrián salió de su habitación con la hoja recién impresa en la mano tratando de no emborronar la tinta. Su madre había vuelto de la clínica hacía media hora y se estaba dando un baño. Adrián esperó con impaciencia a que su madre saliera, paseándose de un lado a otro por el pasillo y leyendo parte del artículo una y otra vez. La mitad de las palabras se le antojaba una jeringoza difícil de entender, pero estaba seguro de que estaba en lo correcto.
El síndrome de Lemierre, también llamado sepsis post angina, es una complicación muy rara de la amigdalitis aguda que se caracteriza por una sepsis grave y la aparición de una tromboflebitis de la vena yugular interna. Generalmente está causado por una bacteria llamada fusobacterium necrophorum, que es un germen anaerobio habitual en la flora de la cavidad bucal. Se manifiesta con fiebre, malestar general, dolor y rigidez cervicales y dificultad respiratoria debida a múltiples embolias sépticas. Afecta típicamente a adolescentes y a adultos jóvenes.