Budapest, Rumanía en la Actualidad 1990
Me encuentro bajando las escaleras viejas hacia el sótano, cada peldaño crujía bajo mi peso, como si las maderas intentaran advertirme de lo que estaba a punto de descubrir. El aire se volvió más frío conforme descendía, y el olor a humedad llenó mis pulmones. Al final de la escalera se encontraba una gran puerta de metal casi oxidado, con un leve empujón, la puerta se abrió. Dentro había muebles viejos y cajas apiladas llenas de recuerdos. Era oscuro, por suerte pequeños rayos de luz de luna lograban entrar por la ventana iluminando el lugar. No era prohibido venir aquí, pero así se sentía, un aura de tensión y un tanto tenebrosa se podía sentir aquí abajo.
Empecé a buscar la caja de los libros de mi madre, una caja de madera y poco cuidada. Comencé a buscar en el montón de cajas llenas de polvo en una esquina, al mover cada una de ellas sentía como la suciedad se impregnaba en mis manos pero seguía buscando. Cuando logré encontrar aquella caja, al abrirla, con un poco de esfuerzo debido a lo oxidado de la cerradura, pude observar la portada del libro que estaba buscando, aquella portada de un color rojo viejo, en el cual, el dorado algo desgastado sobresalía en la especie de broche al borde del libro, no tenía título alguno pero sabía cuál era. Es el libro que usaba mi madre en su extraña tradición, podía reconocerlo solo con el extraño aroma a flores que emanaba al pasar las páginas.
Nunca lo había leído, aunque hubiera tenido la oportunidad antes, siempre me detuve. No era la falta de curiosidad, sino el respeto hacia la promesa que Elena, mi hermana, y yo habíamos hecho. Prometan, por favor, nunca leer este libro, nos repetía nuestra madre con una mirada que oscilaba entre el miedo y la desesperación.
Ahora, con el libro entre mis manos, podía escuchar su voz resonando en mi cabeza como un eco de advertencia. "Clara, hay secretos que no deben descubrirse." Pero la curiosidad era más fuerte que su voz. El libro estaba viejo, el cuero que lo cubría parecía haber absorbido los años y las historias que contenía. Mis manos temblaban al acariciar la cubierta, temerosa no solo de abrirlo, sino de lo que encontraría en sus páginas.
Miré a mí alrededor, asegurándome de que Elena no estuviera cerca. Era noche cerrada y la luz de la vela oscilaba con cada respiración. El silencio era tan profundo que cada crujido de las tablas bajo mis pies me hacía sobresaltar. Sentía como si cada sombra en la habitación estuviera conspirando para detenerme.
"No debían leer este libro," su voz estaba ahora casi susurrada, pero no era suficiente para detenerme. Con un último aliento tembloroso, deslicé mis dedos bajo la solapa y abrí el libro.
Al hacerlo, algo salió de entre las páginas, un extraño sobre de un papel amarillento y bordes arrugados. El apellido grabado con una caligrafía meticulosa me resultaba extrañamente familiar, pero lo que realmente me dejó paralizada fue el sello que cerraba la carta: una pequeña figura idéntica al colgante que había llevado conmigo desde mi infancia. Aquel collar, regalo de mi madre, siempre había sido un objeto cargado de misterio, un vínculo que nunca comprendí del todo.
Con manos temblorosas, acerqué la carta a la luz para inspeccionarla mejor. Era imposible negar que el grabado del sello tenía el mismo intrincado diseño que el de mi colgante, una orquídea rodeada de diminutas espadas. Algo tan preciso no podía ser una coincidencia. Era como si esa carta hubiese estado esperando a ser descubierta por mí, como si al abrirla fuera a desatar algo enterrado en las sombras de la historia. La urgencia por descubrirlo luchaba con mi miedo a lo que pudiera encontrar dentro. Antes de poder abrir tan extraño sobre, escuche la voz lejana de mi madre llamando mi nombre, rompiendo así el trance y la guerra que tenía mi mente, con el corazón.
─ ¡Clara! ─ La voz de mi madre se escuchaba intensa, como si supiera lo que estaba pasando aquí abajo. ─ ¿Pudiste encontrar lo que te pedí? ─
─ Si, voy en seguida ─ dije para luego ordenar el desastre de las cajas, mis manos torpes no me ayudaban pero antes de que mi mamá bajara para ver porque tardaba tanto, logré acomodar todo como estaba y subí rápidamente las escaleras.
Me dirigí a la cocina, segundo lugar favorito de mi madre, ahí se encontraba ella. Noté que estaba escuchando el disco que ponía siempre que se sentía triste. Aunque, no solo era lo que se escuchaba, el aire se sentía pesado aquí, muy extraño, podía observar a mi madre cocinando sin emitir ningún sonido. Raro, pensé, ya que era de hacer la segunda voz en sus canciones favoritas siempre que tenía la oportunidad.
Parecía que no se había percatado de mi presencia, aunque me daba la espalda, pude estudiar la elevación rápida de sus hombros al respirar, se notaba nerviosa. Se podía percibir el aroma hogareño, una mezcla de carne y especies, indicando que preparaba su comida favorita. Debí adivinar, se estaba preparando para su día especial o como ella lo llamaba “Tradición familiar”.
─ Me perdí entre tantas cajas pero logré encontrar tu libro ─ ubique el libro en la encimera a un lado de los utensilios de cocina esparcidos por doquier.
─ Gracias mi amor, solo terminaré esto y luego iré a descansar ─ pude percibir lo forzosa de su sonrisa al hablarme, las bolsas de color oscuro que acompañaban una mirada cansada y llorosa. ─ Recuerda que mañana tienes que estar temprano, te estaré esperando ─ dijo y luego dejó lo que estaba haciendo para poder abrazarme fuerte, se sentía su corazón latiendo contra el mío, con sus brazos rodeándome me sentía protegida. ─ Descansa hija, recuerda que te amo mucho ─.