El Clan de las Diez Espadas

Capítulo 3 | El clan de las sombras

Logré despertarme, mis muñecas dolían por las cuerdas que las ataban. El olor a humedad y madera podrida llenaba mis sentidos. Todo estaba borroso, pero al levantar la mirada pude ver a Elena sentada frente a mí, con la cara llena de miedo.

Estábamos en un carro, con las ventanas cubiertas por tela negra. Los hombres hablaban en voz baja. Traté de memorizar cada palabra, aunque no entendía el idioma. Algo me decía que, si lograba escapar, esta información podría salvarnos.

Finalmente, el vehículo se detuvo, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Afuera, el aire era frío, y el cielo estaba lleno de estrellas. Mi cuerpo no dejaba de temblar, no sabía si culpar al miedo o el frio en este momento. Me tomaron bruscamente del brazo para bajar de la camioneta e hicieron lo mismo con Elena. No podía ver a mi madre y no pude evitar pensar en lo peor, las lágrimas brotaron de mis ojos y no podía creer que esto estuviera pasándonos.

─ ¡¿Dónde está mi mamá?! ─ grité con desesperación mientras me retorcía tratando de zafarme de unas manos desconocidas que me sostenían.

─ ¡Te dije que te callaras! ─ pude sentir una mano pesada golpeando fuertemente mi mejilla. No pude evitar llorar del dolor, pero el dolor físico no se comparaba con el dolor en el pecho por la angustia y la incertidumbre.

Fuimos llevadas a rastras hacia un castillo imponente. Las puertas de hierro chirriaron al abrirse, y un hombre, bastante de edad, de rostro severo nos observó desde lo alto de una escalera.

—Bienvenidas al Clan de las Diez Espadas —dijo con una sonrisa cruel. ─ Es un gusto volvernos a ver ─ exclamó mientras bajaba las escaleras infinitas que adornaban tan inmenso lugar.

─ No puedo decir lo mismo ─ dije viéndolo fijamente a los ojos, no podía negar que tenía una mirada intimidante pero no quería demostrarle que tenía mucho miedo.

El hombre soltó una carcajada que resonó en el vasto salón, como si las paredes se burlaran de mi desafío. Su figura parecía aún más imponente a medida que descendía, cada paso cargado de autoridad y desdén.

—Ah, Clara, esa lengua afilada no ha cambiado. Aunque me pregunto cuánto tiempo te durará aquí —respondió, acercándose peligrosamente, su rostro ahora a escasos centímetros del mío.

Elena apretó mi mano con fuerza, como si me pidiera que no lo provocara más, pero no podía contener mi desprecio.

─ Soy Kieran Malvaux, el líder del clan de las Diez Espadas ─ observé como inclinaba su cabeza hacia atrás, en forma de superioridad. ─ Y ahora me pertenecen ─ dijo mientras sonreía de forma sínica.

─ ¿Qué quieres de nosotras? —pregunté, tratando de mantener la compostura.

Kieran ladeó la cabeza, una sonrisa enigmática dibujándose en su rostro.

—Todo a su tiempo. Por ahora, solo quiero que recuerdes esto: aquí no hay escapatoria, y la lealtad lo es todo. Si traicionas al clan... bueno, eso ya lo aprenderás — mientras su mirada se oscurecía.

Elena, temblorosa, intentó intervenir. —No tenemos nada que ver contigo ni con este lugar. Déjanos ir. ─

Kieran soltó una risita y se giró hacia ella. —Ah, pequeña Elena, tan ingenua como siempre. Tú y tu hermana son más importantes para el clan de lo que imaginan. ─

En ese momento, un grupo de hombres vestidos con ropajes oscuros entró al salón. Uno de ellos, un hombre alto con una cicatriz que cruzaba su mejilla, se detuvo frente a Kieran.

—Llévalas a sus habitaciones. Quiero que estén listas para las pruebas al amanecer — ordenó Kieran sin siquiera mirarnos de nuevo.

Pruebas. Esa palabra resonó en mi cabeza, cargada de incertidumbre y amenaza. Nos escoltaron por interminables pasillos de piedra, y aunque intentaba memorizar el camino, todo parecía un laberinto diseñado para confundirnos.

Cuando finalmente llegamos a una habitación, la puerta se cerró detrás de nosotras con un estruendo que parecía definitivo. Elena rompió en llanto, pero yo sabía que no podíamos darnos el lujo de quebrarnos.

—Sea lo que sea esto, encontraremos una forma de salir —le aseguré, aunque por dentro la incertidumbre comenzaba a corroerme.

No sabía qué querían de nosotras ni por qué éramos importantes para ellos, pero una cosa estaba clara: este lugar estaba impregnado de secretos, y si queríamos sobrevivir, tendríamos que descubrirlos.

La pequeña habitación donde nos encontrábamos olía a humedad. Las paredes estaban cubiertas de grietas, y cada crujido del suelo me hacía saltar. El viento se colaba por las ventanas rotas, trayendo consigo un frío que calaba hasta los huesos.

Había pasado una eternidad desde que nos dejaron en la habitación. Elena ya se había cansado de llorar, se encontraba durmiendo en la cama, tenía los ojos hinchados y las manos endurecidas y mallugadas de golpear la gran puerta de hierro que separaba la habitación de nuestra libertad.

Yo tampoco me encontraba bien pero trataba de actuar con calma para no preocupar aún más a mi hermana. Estaba aterrada y ahora que Elena estaba dormida, me permito llorar. Las lágrimas caen en forma de gotas gruesas, sentía como mi corazón se oprimía en mi pecho, el nudo en mi garganta amenazaba con salir pero no quería despertar a Elena. Volvían a mi mente vagos recuerdos de lo que paso hace un rato, como si de una película se tratase, todo ocurrió tan rapido. No podía sacarme de mi cabeza las imágenes de mi madre no soportaba el verla así, me partía el alma. Era imposible no recordar la última vez que la vi sonreír. Estaba en la cocina, tarareando esa vieja canción que tanto le gustaba. Ahora, esa imagen se mezclaba con su rostro ensangrentado, deshecho. La culpa se instalaba como un cuchillo: no pude salvarla.




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