BARCELONA
ACTUALIDAD
Serena odiaba la lluvia.
No solo por el frío ni por el caos que traía consigo, sino porque para ella siempre era presagio de tragedia.
Lluvia y sangre.
Lluvia y pérdida.
Lluvia… y Óscar.
Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar aquella noche. El rostro de Dorian, a escasos metros, permanecía impasible, y la furia volvió a arderle por dentro.
«Vamos, Montrose… muéstrame algo. Lo que sea. Demuéstrame que eres humano.»
Pero no.
Nada.
Ni una sombra de emoción en su rostro.
El hombre que le había arrebatado todo seguía erguido, sereno, como si supiera que el mundo, una vez más, jugaba a su favor.
«No esta vez», se prometió. «Esta vez, pagarás.»
Se inclinó hacia él mientras lo escoltaba hasta el vehículo policial.
—Es usted un hijo de puta —le susurró al oído.
—No tiene pruebas contra mí, inspectora Jensen —respondió él, con su español perfecto y su inconfundible acento inglés. Su voz era suave, medida… peligrosamente familiar.
El simple sonido bastó para encenderle la piel.
—Las obtendremos —replicó ella, arrastrando las palabras con rabia contenida.
Caminaron bajo el aguacero hasta la furgoneta. Dorian seguía inexpresivo, como si la detención fuera un trámite menor. Serena evitó mirarlo directamente. Sabía lo que podía pasar.
Sabía lo que ocurría cuando él la miraba.
Pero su aroma —una mezcla perturbadora de perfume caro y peligro— se le coló en los sentidos. Y esa cercanía la puso aún más tensa.
Ya en la comisaría, Serena lo observó tras el cristal opaco. Esperaban a su abogado.
Dorian permanecía en silencio, relajado.
Demasiado relajado.
Parecía disfrutar de la situación. Como un depredador que solo aguardaba el momento exacto para atacar.
El nudo en su estómago crecía. Algo no cuadraba.
—Han registrado toda la zona. No hay nada —dijo Andrés, su superior, entrando en la sala.
Serena parpadeó, incrédula.
—¿Qué? —La incredulidad se le mezcló con el miedo. La operación debía haber funcionado. ¿Qué había fallado? ¿Era una trampa?
Salió disparada hacia la sala de interrogatorios. Abrió la puerta con violencia y se acercó a Dorian, cogiéndolo por la solapa.
—¿Dónde está la droga? —exigió.
Dorian la miró, tranquilo. Sonrió. Serena sintió cómo su piel se erizaba, como si esa sonrisa pudiera desarmarla desde dentro.
—No sé de qué habla, inspectora —respondió, con una cortesía tan insultante como su sonrisa.
Andrés la apartó antes de que la situación se descontrolara.
Pero Dorian… Dorian parecía disfrutar cada segundo.
Y eso la enloquecía.
Serena levantó la mano y lo zarandeó con violencia. Su autocontrol se había desvanecido. La ira brotó con cada palabra:
—¡Vas a pagar por la muerte de Óscar, bastardo! ¡Te juro que te mataré algún día!
Andrés reaccionó al instante. La sacó de la sala y la llevó a una habitación contigua, cerrando la puerta tras ellos. Su rostro era una mezcla de incredulidad y rabia.
—¿¡Estás loca!? —espetó—. Este hombre es intocable. Cuando llegue su abogado saldrá de aquí sin una sola acusación. ¡Y además nos demandará por acoso y detención ilegal!
La voz de Andrés temblaba de furia.
—¿No te das cuenta de lo que acabas de provocar? ¡Casi le disparas, Serena! ¡Por Dios!
Ella apenas podía respirar. Las lágrimas comenzaron a brotar sin permiso, como una fisura en su armadura.
No podía creerlo.
No debía terminar así.
Después de tanto esfuerzo. Después de todo lo perdido.
Después de Óscar.
—Este caso no te está haciendo bien —dijo Andrés, ahora con un tono más compasivo—. Estás demasiado implicada. No estás viendo con claridad.
Quedas relevada. Entrega tu arma y tu placa.
De forma inmediata.
El mundo se vino abajo.
Otra vez.
Dorian había ganado.
Otra vez.
Pero esta vez no se rendiría.
Nunca más.