El Clan de las Rosas

05 | Los Clanes

BARCELONA

HOTEL «MANDARÍN ORIENTAL»

El silencio de la opulenta suite era denso.

Dorian Montrose se ajustaba los gemelos frente al espejo.

Sus movimientos eran precisos. Controlados. Como todo en su vida.

El reflejo mostraba un rostro imposible de ignorar: cabello negro, perfectamente peinado; ojos azules, como un océano en tormenta. Su mirada helada contrastaba con el fuego latente que ardía bajo la superficie.

Tras él, Yoshiro Sakai lo observaba con los brazos cruzados.

En sus ojos dorados asomaba una inquietud contenida.

—Nuestros aliados empiezan a dudar —dijo por fin, rompiendo el silencio.

Dorian arqueó una ceja, pero no apartó la vista del espejo.

—Los aliados siempre dudan cuando no obtienen lo que desean de inmediato —respondió, con voz plana, como si el comentario careciera de importancia.

—Dorian, esto es serio —insistió Yoshiro. Su tono era firme, con un matiz de urgencia—. Si no tomamos medidas contra el Clan Belladona pronto, podríamos perder mucho más de lo que ya hemos perdido.

Dorian se giró entonces, enfrentando a su amigo.

Vestía un traje negro impecable, y en sus ojos brillaba algo oscuro. Peligroso.

—¿Y qué propones? ¿Que nos convirtamos en las bestias que ellos creen que somos? —Dejó la pregunta suspendida unos segundos, como una amenaza latente—. Hemos sobrevivido a siglos de guerras, Yoshiro. No vamos a destruir lo que queda de nosotros por una desesperación mal calculada.

Yoshiro inclinó levemente la cabeza, concediendo el punto.

Pero la tensión no desapareció.

—No es solo desesperación. Es miedo. Si no encontramos la forma de revertir el hechizo antes del próximo eclipse, podríamos perderlo todo.

Dorian volvió al espejo. Acomodó su pajarita con precisión.

—Entonces no fallaremos.

Cinco años habían pasado desde que el Clan Belladona y el Clan de la Lavanda lanzaron el hechizo.

Un único acto de magia que cambió el destino de todos.

Les despojó de la inmortalidad.

Dorian recordaba el momento exacto en que su corazón latió por primera vez en siglos.

El golpe sordo en su pecho.

La avalancha de debilidades humanas que le siguió: cansancio, dolor, miedo a morir.

Seguía siendo más fuerte y ágil que cualquier humano, y aún conservaba cierto control mental.

Pero no como antes.

No como cuando el tiempo no tenía dominio sobre él.

Y, sin embargo, lo que más odiaba no era el cuerpo mortal.

Era aquello que había creído enterrado:

las emociones humanas.

Mientras se perfumaba con un aroma caro y especiado, su mente volvió a ella.

Serena Jensen.

La pequeña inspectora que parecía inmune a todo lo que él representaba: belleza, poder, miedo.

Había algo en su mirada verde —una mezcla de odio y desafío— que le resultaba…

fascinante.

Pensó en Óscar Blanco.

«Te recuerdo perfectamente. Tu sangre tenía ese regusto agrio de los desesperados. Tu esposa tiene la misma mirada. Pero ella… también caerá.»

Una sonrisa ligera, casi imperceptible, curvó sus labios.

Serena Jensen era peligrosa. Terquísima.

Y eso la convertía en un enigma.

—¿Disfrutas atormentando a la inspectora Jensen? —preguntó Yoshiro, con una chispa de humor. Como si le hubiera leído la mente.

—Es sorprendente que aún esté viva. No una, sino dos veces ha osado desafiarme. —Dorian se giró, con una sonrisa afilada—. Pero aún no es rival para mí.

Yoshiro lo observó con una mezcla de ironía y preocupación.

—Deberías tener cuidado. Su prometido también es policía. No podemos permitirnos atraer más atención.

Dorian soltó una carcajada breve. Un sonido sin humor.

Mientras, Yoshiro recogía su largo cabello plateado en una coleta precisa.

—No voy a tocarla —dijo Dorian al fin, con calma.

Hizo una pausa.

Sus ojos brillaban con un fulgor oscuro.

—Será ella quien acabe suplicando por su propia muerte.

Ambos salieron al pasillo alfombrado, descendiendo hacia el gran salón de gala donde tendría lugar la reunión de los clanes. La luz tenue, las obras de arte centenarias, los candelabros: todo en ese lugar hablaba de lujo y decadencia.

Pero bajo la superficie, Yoshiro lo sabía, hervía la guerra.

La gala era un teatro. Una danza diplomática. Un intento desesperado de mantener las alianzas vivas mientras todos buscaban la forma de romper el hechizo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.