El Clan de las Rosas

08 | Jonás

BARCELONA

HACE 7 AÑOS

Había algo en Serena Jensen que me resultó hipnótico desde el primer instante.

La vi por primera vez en la cafetería frente a la comisaría, justo después de su ascenso a inspectora. Yo ya llevaba tiempo en la unidad. Nos habíamos cruzado más de una vez, algún saludo escueto en los pasillos, poco más.

Pero aquella tarde, algo cambió.

Estaba sentada sola, junto a la ventana.

Su mano giraba lentamente la cucharilla en la taza de café. La otra sostenía un informe que leía con demasiada atención.

La ligera luz de la tarde le difuminaba el rostro, haciéndolo parecer más tranquilo de lo que realmente era.

Pero sus ojos…

Esos ojos verdes tenían una forma inquietante de analizarlo todo, como si cada movimiento a su alrededor pasara por un filtro interno del que nadie salía ileso.

Y, sin embargo, había algo delicado en cómo giraba aquella cucharilla, como si ese gesto inocente la anclara al mundo cuando su cabeza estaba en otra parte.

Después estaban las pecas, dispersas sobre su nariz, traicionando una juventud que su mirada se empeñaba en esconder.

—¿Puedo sentarme? —pregunté, señalando la silla frente a ella.

Levantó la vista. Asintió. Y volvió a mirar los informes como si yo no estuviera allí.

Me senté y pedí un café.

La observaba de reojo, buscando una fisura en su armadura.

—Felicidades por el ascenso, Jensen. O… ¿debo decir inspectora Jensen?

Tardó en responder. Dejó la cucharilla sobre el plato con precisión, como si marcara el fin de una tregua.

—Gracias. Aunque prefiero que me llamen Serena.

Su voz era firme, como una línea trazada en piedra. Pero mi intuición me decía que había algo más.

—Entonces, Serena —sonreí—, ¿qué caso te tiene tan concentrada?

Titubeó, como si estuviera decidiendo si valía la pena compartirlo. Luego apartó los papeles y se inclinó ligeramente hacia mí.

—Tráfico de armas. Hay sospechosos, pero todo apunta a que hay algo más profundo. El nombre que se repite es Dorian Montrose. No tenemos pruebas aún, pero está ahí.

No conocía ese nombre.

Pero sí reconocí el cambio en su voz al mencionarlo.

La forma en que se le tensaron los músculos de la mandíbula.

—¿Y crees que puedes atraparlo?

Serena sonrió.

No fue una sonrisa amable.

Fue una declaración de guerra.

—No creo. Lo haré.

Y supe, en ese momento, que estaba delante de alguien distinto.

No por su inteligencia ni por su talento, sino por esa obstinación tan feroz que daba miedo… y admiración.

🌹🌹🌹🌹🌹

Trabajar con Serena nunca fue fácil.

Pero sí extraordinario.

Su mente afilada y su obsesión por cada detalle me obligaban a mejorar.

A veces la odiaba por ello.

Y otras veces… otras veces no podía dejar de mirarla.

Había días en los que parecía cargar con el peso del mundo sobre los hombros.

Y luego estaban esos destellos raros, casi imperceptibles, donde dejaba caer la máscara.

Una noche, tras una operación agotadora, terminamos en un bar celebrando la captura de un narco que nos había dado guerra durante meses. Serena no era de las que bebían, pero aquella vez accedió a un par de copas.

Sonó una canción de los ochenta en la vieja máquina de discos.

Y, para mi sorpresa, la tarareó.

—¿En serio te gusta esto? —le pregunté, al borde de la risa.

Me lanzó una mirada entre desafiante y divertida.

—Es un clásico.

Lo dijo con una seriedad tan absurda que no pude contener la carcajada.

Fue uno de esos momentos en los que dejé de verla solo como mi compañera.

En los que empecé a preguntarme qué había detrás de toda esa dureza.

Pero había algo que nunca se iba.

El nombre de Dorian Montrose.

La sombra de Óscar.

Nunca me habló directamente de él.

Pero su ausencia llenaba cada espacio.

Era su marido.

Y sabía que su muerte no solo la había herido. La había cambiado.

Una noche, la encontré sola en la sala de archivos.

Papeles. Fotografías. Nombres.

Y en medio de todo, ella.

—¿Otra vez con Montrose?

—Esto no es un caso más, Jonás.

—Me miró sin levantar la cabeza—. Es personal.




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