Dorian permanecía en su estudio, hundido en la penumbra que proyectaban las cortinas entornadas, con los dedos marcando un ritmo impaciente sobre la madera de la mesa. Sus ojos fijos en el vacío ocultaban una tensión que se deslizaba como veneno bajo la piel. Aunque el hechizo le hubiese robado gran parte de su naturaleza, todavía conservaba el vestigio de una habilidad que podía romper voluntades humanas como si fueran vidrio. Y esta vez, pensaba usarla sin piedad. Necesitaba respuestas. Y las necesitaba de él.
El eco de unos pasos se coló en el silencio, resonando con una cadencia firme y controlada. Alzó la mirada justo cuando Samuel aparecía en la puerta. Cruzó el umbral con ese porte recto y contenido, como si no llevara el peso de ninguna mentira. Su expresión, tan impenetrable como siempre, era una máscara que no mostraba grieta alguna. Y eso, precisamente, era lo que más le irritaba..
Eran sobre las doce del mediodía, y la luz del sol que atravesaba el regio ventanal de madera iluminaba su rostro. ¿Cómo podía tener unas facciones tan delicadas? Si no fuese consciente de su hazaña, habría pensado que se derrumbaría al mínimo golpe de viento. Samuel era la antítesis a todos los guardaespaldas que había tenido. Sus grandes ojos que parecían carecer de expresión y nívea tez sin rastro de cicatrices le invitaban a pensar que era casi un niño. Pero su comportamiento se alejaba completamente de la inmadurez. ¿Qué edad tendría? ¿veinticinco años? Su mirada era directa y serena, algo que Dorian no esperaba en un subordinado que debía mostrarse intimidado. Pero Samuel parecía inmune al miedo o, al menos, a la incomodidad. Aquello ya despertaba su sospecha, y también una creciente curiosidad.
—Siéntate —ordenó Dorian con voz firme, señalando una silla frente a su escritorio.
Samuel obedeció sin apartar la vista, sosteniendo su mirada con una determinación que Dorian percibió de inmediato. ¿Por qué no desviaba los ojos como el resto? ¿Y por qué su aroma seguía rondando su mente, como un eco persistente? Era un detalle nimio, pero no podía ignorarlo. A pesar de que había perdido sus poderes, todavía conservaba sus sentidos más desarrollados que los del ser humano común, y juraría que su olor ya lo había sentido anteriormente.
—Así que, Samuel… —empezó Dorian, inclinándose hacia él—. Te debo la vida, dicen. ¿Qué piensas de eso?
Samuel sostuvo su mirada, con expresión imperturbable.
—Solo cumplí con mi deber, señor. No creo que deba considerarse una deuda.
Dorian alzó una ceja, mostrando desconfianza. ¿Solo su deber? Nadie en su primer día arriesgaría tanto. Debería haberse marchado en el instante en que vio que la situación empeoraba.
—Interesante. —Dorian estudió cada centímetro de su rostro, buscando señales de mentira—. Pero, ¿por qué no huiste? ¿No consideraste que tu vida también corría peligro?
—Consideré la situación —respondió Samuel, con un tono tan tranquilo que casi parecía ensayado—. Mi vida no tiene valor comparado con la misión. El clan lo es todo, y usted también.
Dorian lo observó en silencio, intentando medir la sinceridad de sus palabras. Había algo en aquella respuesta que le sonaba demasiado perfecta, demasiado calculada. Sabía cuándo alguien intentaba complacerlo o seguir sus expectativas, y la seguridad de Samuel despertaba todas sus alarmas.
—Es curioso que hables del clan como si llevaras años en él —murmuró Dorian, inclinándose hacia adelante, sin apartar la mirada de los ojos de Samuel—. Pero apenas llevas un par de meses aquí. ¿no es así?
Un ligero cambio en la expresión de Samuel, una sombra que desapareció tan rápido como había aparecido, captó la atención de Dorian. «Ah, ahí estás», pensó. «Te he incomodado».
—Sí, señor —respondió Samuel, con la misma voz firme de antes—. Y es precisamente por eso que quería demostrar mi valía.
Dorian sonrió, pero era una sonrisa carente de calidez. Sus dedos se deslizaron sobre el escritorio, mientras concentraba su atención en el joven recluta. Dorian dejó que una corriente imperceptible de su voluntad se deslizara hacia Samuel, como un susurro invisible reptando bajo la piel, buscando grietas en su armadura. Aunque su antiguo poder ya no era el que fue, aún quedaba en él la capacidad de doblegar mentes, de sembrar dudas donde antes solo había certeza.
—Entonces, dime… ¿por qué mostrar tanta lealtad a alguien que apenas conoces? —pronunció despacio, cargando cada palabra con la cadencia hipnótica de una caricia venenosa.
Un leve cambio en el ritmo de la respiración de Samuel, casi imperceptible, bastó para que Dorian supiera que había tocado algo. No era miedo… pero sí un titubeo. Un resquicio. Y a Dorian no se le escapaban esas pequeñas fracturas. Nunca.
La mirada de Samuel permaneció fija en él, aunque notó un leve temblor en su pupila. Pero no se apartó. Parecía luchar contra la presión mental que él ejercía, como si su voluntad fuese más fuerte de lo que Dorian esperaba.
—Mi lealtad… no se basa en conocerlo, señor, sino en el compromiso que asumí al unirme al clan. Sabía a lo que venía.
Dorian sintió una frustración que no podía ocultar del todo. Las palabras de Samuel parecían genuinas, pero su resistencia era demasiado perfecta, y su control demasiado firme para un novato. ¿Quién era realmente aquel hombre? La certeza de que algo no encajaba se volvió más intensa, pero había algo más: mientras lo observaba, se daba cuenta de que no solo intentaba desentrañar un misterio, sino que había algo en la mirada de Samuel, en su resolución, que le resultaba… cautivador.