El Clan de las Rosas

35 | El Baile de Máscaras

LONDRES

ACTUALIDAD

La penumbra del despacho de Dorian Montrose tenía algo de santuario y algo de tumba. El terciopelo carmesí de las cortinas, echadas por completo, engullía la luz de Londres como si el mundo exterior no mereciera entrar. Solo un par de velas, temblorosas sobre candelabros de plata antigua, proyectaban sombras alargadas sobre las paredes tapizadas de libros y mapas. El olor a cuero, tinta vieja y ceniza impregnaba el aire como un perfume cargado de secretos.

James apareció con la puntualidad de un latido necesario. Se detuvo a dos pasos del escritorio, las manos entrelazadas tras la espalda y la mirada firme. Solo una ligera tensión en la mandíbula delataba que venía cargado de noticias.

—Lleva casi nueve años escondida —murmuró Dorian, sin levantar aún los ojos del libro que tenía abierto sobre el escritorio—. Y durante todo este tiempo, ese maldito medallón ha sido la llave. La única.

James no respondió. Su silencio era el de quien conoce el peligro de interrumpir pensamientos que huelen a herida.

—Siempre lo supe —prosiguió Dorian, levantando la mirada por fin—. Pero es posible que ahora esté más cerca que nunca. Eleanora no se va a escapar esta vez.

Se incorporó con un movimiento casi felino, y se acercó a James. La luz de la vela esculpía en su rostro las sombras de un pasado que se negaba a morir.

—Ella misma eligió encerrarse. No por culpa ni redención. Por miedo. Sabía que si alguien la encontraba... si yo la encontraba... la convertiría en un arma.

James asintió lentamente, sin ocultar del todo el desconcierto que le provocaban las palabras de su señor. Eleanora era un mito dentro del clan. Pero para Dorian, no era un mito. Era un duelo no cerrado.

—¿Está seguro de que es prudente, señor? Si ella decidió desaparecer, debió de tener razones de peso.

Dorian se giró hacia él. Su mirada tenía filo.

—¿Prudente? ¿Desde cuándo ha importado eso? Mientras ella viva y esté fuera de mi alcance, será una debilidad. Y yo... —se llevó una mano al pecho, como quien toca una herida invisible—. Yo no puedo permitirme debilidades.

La voz le tembló apenas. Pero en James, aquello bastó para entender que no hablaba solo de estrategia, sino de rencor. De abandono.

Desde su conversión en humano, consecuencia del hechizo de Lucius, Dorian soñaba con Eleanora. Soñaba con su voz suave y cruel, con sus planes compartidos, con su traición. La recordaba diciéndole, sin emoción alguna, que debía casarse con Isabella Marceau. Que un matrimonio con aquella familia les daría poder, dinero, legitimidad. Y él, como siempre, había obedecido. Había sido fiel hasta el final. Hasta que ella desapareció sin más, llevándose con ella el alma del Clan... y también la suya.

James evitó mirarlo directamente. Sabía que discutir no serviría de nada. Dorian herido era más peligroso que mil enemigos juntos.

—Ella fue quien me transformó —susurró el líder, como si hablara con un fantasma—. Me convirtió en esto. En lo que soy. Y luego intentó destruirlo todo. Irónico, ¿verdad?

El silencio entre ambos era una cuerda tensa. Solo las velas chisporroteaban, como si supieran que estaban ardiendo en un territorio que no les pertenecía.

Dorian volvió a mirar su reloj. Su mente, sin aviso, viró de nuevo hacia otra figura.

—Esta noche me encontraré con Serena Jensen.

James alzó una ceja, pero no dijo nada. Conocía esa mirada. No era una cita. Era un cálculo. Un movimiento de piezas. Aunque también era algo más.

—Puede que sea una trampa —añadió Dorian, como si lo admitiera ante sí mismo—. Pero no puedo ignorarlo. Si hay una mínima posibilidad de que me acerque a Eleanora a través de ella, debo intentarlo.

Hizo una pausa, apenas perceptible.

—Isabella no debe saber nada.

Aquella última frase cayó como un sello de sangre. James no se inmutó. Él servía a Dorian. A su causa. No a su matrimonio. Lo había hecho desde antes de que Isabella entrara en escena, y lo seguiría haciendo después.

—¿Desea que prepare al equipo?

—No. No esta vez. No quiero que esto se convierta en un espectáculo. Iré con un grupo reducido. Y me llevaré a Samuel.

Samuel. El más joven. El más enigmático.

James no pudo evitar fruncir el ceño.

—¿Samuel? ¿Por qué él?

Dorian se acercó al escritorio, apoyando ambas manos sobre la superficie como si la necesitara para sostenerse.

—Porque hay algo en él que no encaja. Está vinculado con Jonás. Lo presiento. Me oculta algo... y si esta noche las cosas se complican, podré usarlo. Como rehén, si es necesario.

James respiró hondo, reprimiendo la opinión que le subía como un veneno por la garganta. Finalmente, solo dijo:

—¿Y si Samuel resulta ser un problema?

—Entonces lo eliminaré yo mismo.

El tono era tan llano que no dejaba lugar a réplica.

James se inclinó con un leve gesto de respeto y se retiró. La puerta se cerró tras él con un clic suave, dejando a Dorian solo con su sombra.




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