El clan de los condenados

Capítulo 4

—Esto es imposible —murmuró, caminando de un lado al otro, tratando de calmarse—. Debe ser un malentendido.
Los tacones aguja color blanco le daban más elegancia a su preocupado caminar.

—No te alteres, Len. Debe haber una buena explicación para esto.

—Tu tranquilidad me irrita —comentó otra de las chicas—. ¿No comprendes la gravedad del asunto?

—Ahí está —se oyó su voz cuando las puertas del ascensor se abrieron. Yo suspiré aliviada.

—Perdóname, no debí haber entrado sin permiso —dije acercándome a ella—. No tendría que haberte seguido.

—¿Cómo llegaste aquí? —respondió, ignorando completamente todo lo que había dicho.

—¿A qué te refieres? Tú me lo dijiste.

—¿Yo? —asentí. Sin embargo, no se veía muy convencida.

—Apareciste en mi habitación y dijiste que ya era tiempo, después, por alguna razón, se abrió el portal —respondí.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Tú dímelo, llevas meses metida en mi cabeza. —Observé de reojo a las demás, quienes no parecían entender nada de lo que salía de mi boca.

—Ni siquiera deberías poder estar aquí.

—Todavía... —soltó y su sonrisa se borró cuando los ojos Skylar se posaron en ella.
Negué para mí misma y comencé a verlas más detenidamente.

—Esto sonará extraño, pero estoy segura de haberlas visto antes —comenté jugando con mi anillo—. En mis sueños.

—¿En tus sueños? —dijo, tocando uno de sus aretes para luego llevar ambas manos a la cintura—. Es ridículo.

—A ver, ¿cuál es el nombre de esa de ahí? —señaló a la chica con la que discutía hace un rato—. La que tiene cara de estreñida.

—Suhan. —musitó Skylar.

Ya la había visto antes, estaba segura. Eran pedazos, solo pequeños fragmentos en lo profundo de mi subconsciente, pero definitivamente sabía quién era.
Todas habían estado esperando pacientemente, pero luego de unos minutos la expectación había bajado y cuando estuve a punto de rendirme, miré a aquella espada tan particular y recordé.

—Vidarissa —respondí, ganándome los aplausos de aquella que hizo la pregunta, cuyo nombre ahora sabía. Todas las demás se miraron entre ellas, con una expresión de confusión.

—Felicidades, Vidarissa, tu reputación te precede. —bromeó Suhan.

—¿Por qué se sorprenden? Ella puede leer nuestras mentes. —habló cerca de mi cara, mirándome de arriba a abajo, examinando hasta el más pequeño de mis poros.

—Yo no estaría tan segura de eso, Elena —respondió y me miró—. Escucha con atención, la persona con la que sea que hayas hablado, no era yo.

—¿Es eso posible? —preguntó, sentada a lo lejos.

—No que yo sepa —respondió, aun mirándome—. Métanse en su cabeza, dice la verdad.

—Entonces, algo o alguien se estuvo haciendo pasar por ti. ¿Por qué harían eso? —preguntó Elena.

—Eso es lo que voy a descubrir —comentó, esfumándose por completo, desapareciendo en cuestión de segundos.

Lejos de estar asustada, me quedé observando el espacio vacío, pensando que eso no había sido, en lo absoluto, lo más extraño de mi noche.

—No le gusta mucho usar el ascensor —sonrió algo incómoda—. Soy Suhan. Perdónalas, no son muy buenas con las bienvenidas.

—¿Y tú sí? —contestó Vidarissa y después me miró—. Si te ofrece algo de beber, dile que no.

—Iré con Skylar. Hasta que resolvamos esto, llévala a su habitación —le dijo Elena para también desaparecer.

—Ven conmigo —sonrió en cuanto se levantó de aquella silla.
Se me escapó una sonrisa cuando presionó el número siete en el ascensor, ese siempre había sido mi número de la suerte.

—Sé que debería estar asustada, pero todo esto es impresionante —hablé con la intención de romper el hielo.

—Somos muy afortunadas de poder estar aquí, pero créeme, estás mejor en tu hogar, junto a tu familia.

Llamó mi atención lo largo y oscuro que era su cabello, resaltando aquel sutil flequillo desfilado, más largo por los costados que por el centro. Me condujo hasta llegar a una puerta blanca con un número dorado grabado en el centro.

—Bienvenida —habló mostrándome el lugar—. Comencé a decorarlo sola, si algo no te gusta, siéntete libre de cambiarlo.

—No, así me encanta —ella sonrió.

—Yo estaré en la habitación al otro lado del pasillo. Si necesitas algo, solo avísame, no importa la hora que sea.

—Gracias —me quedé en silencio un segundo y luego hablé—. Espera.

—¿Sí?

—¿Qué quisiste decir con que comenzaste a decorarlo sola? —ella tomó aire—. ¿Sabrían que vendría?

—Yo, en realidad...

—¿Sabían que esto pasaría?

Ella alzó ambas manos para crear un silencio y después lo rompió.

—Sé que tienes muchas preguntas, pero créeme que no es el momento ni la persona con la que deberías hablar.

Asentí lentamente. Mis pensamientos se amontonaban como un laberinto sin salida. Esto ya no parecía un sueño, ni siquiera una fantasía. Era algo mucho más real, mucho más inquietante.

—Tranquila, todo a su tiempo —dijo con una calma que, en lugar de tranquilizarme, me desconcertaba más.

Giró su cuerpo con suavidad y comenzó a caminar hacia la puerta. El sonido de sus pasos resonaba en la habitación, marcando el ritmo de una despedida que aún no entendía.

—No me dijiste tu nombre —hablé finalmente, sin moverme de la cama, como si el aire mismo hubiera caído sobre mis hombros.

Ella sonrió, una sonrisa ligera, como si escondiera miles de secretos detrás de su expresión.

—Creí que lo sabrías.

La puerta se cerró con un susurro casi imperceptible, como si el universo respetara aquel momento de silencio. Me quedé ahí, sentada, sintiendo cómo las palabras se hundían lentamente.

Creí que lo sabías...

¿Qué se supone que debía saber? ¿Su nombre? ¿Su propósito? ¿O algo más profundo?
La mente tiene formas curiosas de protegernos: esconde, borra, maquilla lo que no estamos listos para entender. Tal vez por eso ella no me lo dijo. Tal vez por eso estaba aquí, en este limbo entre lo que conozco y lo que presiento. Me llevé una mano al pecho, como si allí pudiera encontrar alguna pista, un eco, una chispa. ¿Y si ya la conocía? No todo lo que parece extraño es ajeno. A veces lo más desconocido... es uno mismo.




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