El club de lectura de las solteras desesperadas

Capítulo 1

El día que me convertí en un audio de 46 segundos

¿Quién no ha recibido un audio que te rompe la vida en menos de un minuto?

Treinta y tres.

T-R-E-I-N-T-A Y T-R-E-S.

La edad en la que Jesucristo ya había salvado a la humanidad y yo ni siquiera había conseguido que mi novio me trajera un ramo de flores que no fueran en oferta.

Estaba sentada en el sofá que compré con Borja (él eligió el gris «porque queda serio» y yo acepté porque ya estaba cansada de discutir por tonterías). Frente a mí, la tarta de cumpleaños que me había comprado yo misma: chocolate, tres capas, mensaje en glaseado rosa que decía «Feliz no sé cuántos, reina». La dependienta me miró con lástima cuando se lo pedí. Creo que hasta me hizo descuento por pena.

Encendí la vela (una sola, porque 33 son muchas y no cabían) y soplé.

Pedí el deseo de siempre: «Que este año no sea una desgracia».

Abrí WhatsApp para mandarle una foto a Borja.

Y ahí estaba. El audio. 0:46.

Remitente: Borja ❤️ (sí, aún tenía el corazón, la vergüenza no me llegaba para quitárselo). Lo pulsé.

Primer audio: croquetas. «Clara, cielo… ¿cómo te explico? Verás, me he dado cuenta de que necesito centrarme en mi proyecto personal: abrir un canal de YouTube de reseñas de croquetas. Es mi sueño, ¿vale? Y siento que tú no lo entiendes. No quiero que me frenes. Te deseo lo mejor, de verdad. Un beso.»

Yo: Perfecto, Borja. Yo me encargo de la iluminación y del aceite usado. Así tu canal tendrá más sabor a fracaso.

Segundo audio: Cash Converters. «Clara, cielo… es que mira, me han ofrecido un puesto de encargado en el Cash Converters de Alcorcón. Es una oportunidad única, ¿vale? Y creo que necesito estar solo para dar el 200%. Tú mereces a alguien que pueda darte flores, yo solo puedo darte tickets de segunda mano. Te deseo lo mejor. Un beso.»

Yo: Tranquilo, Borja. Yo te consigo un trabajo mejor: probador oficial de sofás. Ahí sí que darías el 200%… de siestas.

Tercer audio: pizza. «Clara, cielo… no es fácil decir esto, pero… me he dado cuenta de que ya no me haces sentir como cuando me traías pizza con extra de pepperoni. Y yo necesito esa chispa, ¿sabes? No quiero engañarte. Te deseo lo mejor. Un beso.»

Yo: Vale, Borja. Te mando una pizza con extra de pepperoni y cero dignidad. Total, la dignidad ya me la comí con la tarta.

Cuarto audio: chamán. «Clara, cielo… ¿cómo te lo digo? Estoy en un proceso de conexión con mi yo interior. El chamán que conocí en un retiro me dijo que debía soltar todo lo que me ata. Y, bueno… tú eres parte de eso. No es culpa tuya, es energía. Te mando luz. Un beso.»

Yo: Genial, Borja. Yo también hablé con mi chamán y me dijo que soltara a los idiotas. Así que estamos alineados.

Un beso. Un miserable beso. Como si un beso pudiera tapar seis años de mediocridad.

Me quedé mirando la pantalla como si pudiera atravesarla y estrangularlo con el cable del cargador. Luego escuché el audio otra vez. Y otra. Hasta que la voz de Borja se convirtió en la banda sonora de mi propia humillación.

Me levanté, abrí la nevera, saqué la botella de ginebra Larios que guardaba para «ocasiones especiales» y bebí de la botella. Sin hielo. Sin limón. Sin dignidad.

A las 23:47 creé un grupo nuevo.

“Club de lectura de Solteras Desesperadas”

Añadí a Marta, a Lucía y a Inés.

Escribí:

«Chicas.

Mi novio de seis años acaba de dejarme por WhatsApp.

Necesito un club de lectura o me tiro por el balcón.

Traed alcohol.

Y libros que no hablen de hombres felices.

O los quemamos.

Me da igual».

Lucía respondió en 4 segundos:

«Voy para allá.

Esto es guerra».

Marta e Inés también confirmaron.

Apagué la vela de un soplido definitivo.

Ya no necesitaba deseos.

Tenía un club.

Y si alguien venía a salvarme, que trajera vino.

Porque a partir de ahora, yo ya no esperaba príncipes.

Esperaba a mis princesas.

Nos vemos el jueves.




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