El Club de los Niños Salvajes

Prologo

El joven se colocó la capucha antes de escabullirse entre el público.

La gente estaba reunida en la plaza. Él ambiente festivo que acompañó al pueblo durante todo el día se había desvanecido. Los colores brillantes seguían adornando el lugar, pero la gaita había dejado de sonar, la gente ya no bailaba y los vendedores ambulantes parecían haber cerrado sus puestos temporalmente.

El joven se las arregló para tomar una bolsa de cotufas sin que nadie lo viera y se acercó al centro del lugar, donde todos los presentes miraban a aquella mujer de pelo canoso y ojos rasgados.

Estaba parada en un pequeño teatro improvisado. Su túnica con patrones coloridos hacía contraste con las pinturas en blanco y negro que había detrás de ella. La primera era de una extraña silueta femenina con más rasgos animales que humanos. El joven sabía quien era. Todos los habitantes del pueblo sabían quién era.

Evalun, la bruja de Isakai.

—Dicen que Evalun no nació en este mundo —Narraba la anciana. Su voz, áspera como piedra frotando contra piedra, cortaba el aire con un ritmo aprendido, ensayado, como si la historia no fuera solo un relato, sino un ritual —. Algunos cuentan que salió de la tierra como mala hierba, otros que nació del vientre de algún animal salvaje. Sea cuál sea su origen, todos estaban seguros de que no era humana.

El joven se asustó cuando la mujer a su lado empezó a rezar, mientras se aferraba a su rosario. Se encogió más en el banco, tratando de esconderse. No se supone que él deba estar ahí. Tuvo que salir por la ventana para que su madre no lo escuchará salir de casa.

—Vivía a las afueras de Isakai, entre los bosques -La mujer movía sus manos de forma teatral mientras seguía con el relato —. Algunos llegaban a verla tratando por los árboles, dejando marcas en los troncos con sus garras, otros se la encontraron bañándose en el río cuando iban a lavar la ropa. Nadie lograba verla del todo, pero todos llegaban con descripciones diferentes. Algunos decían haber visto una cola, otros alas y otros escamas. Pero todos los relatos tenían algo en común: Las marcas en su piel. Cómo enredaderas tatuadas al cuerpo.

El joven sintió un escalofrío, sus manos apretaron su bolsa. Se sintió observado, pero a su alrededor, todos se mantenían en silencio y expectantes ante el relato.

La anciana señaló el segundo cuadro detrás de ella.

—Así fue como logramos reconocer a sus hijos —El joven vio la pintura. Lo único que lograba reconocer de aquel extraño ser, eran justamente las marcas de Evalun, de resto, estaba seguro de que eran más similares a espectros que a cualquier animal que haya visto —. Fueron llamados Evalos. Criaturas nocturnas que salían del bosque para atormentar al pueblo como pestes malignas. Rápidas, silenciosas, y más mortales que el veneno de una culebra.

La anciana miró al público. Su mirada era una mezcla de tristeza e ira. Su voz salió quebrada.

—El ganado fue su primera presa. Pero no pasó mucho tiempo para que los niños comenzaran a morir.

Se escucharon gritos de indignación y algunos llantos entre el público, y el joven se empezó a sentir nervioso.

—Después de una sepultura de doce niños, el pueblo tomó la decisión de matar a Evalun —dijo la anciana y su tono cambió, ahora se había endurecido como roca —. Fue una cacería que duró casi un día. Cuando lograron arrastrarla fuera del bosque en una red de hierro, el cielo estaba oscuro. Los Evalos atacaron, matando a varios hombres e hiriendo a muchos más. Solo lograron librarse de ellos con fuego. Un fuego que se extendió en la frontera para que ninguna criatura pudiera cruzar al pueblo. Evalun fue la siguiente en ser quemada.

El joven tragó saliva. Vio la última pintura. La extraña forma de Evalun siendo quemada mientras que pequeñas siluetas humanas danzaban a su alrededor. Miró de vuelta a la anciana, su cara había cambiado a una más sombría.

—La victoria no duró mucho. Un día como este, hace 100 años, bajo la luz de la luna llena, mientras que la piel de la bruja se quemaba entre las llamas y sus criaturas lloraban en el bosque. Evalun usó su último aliento para soltar una maldición en Isakai:

«"¡Mis hijos vivirán entre ustedes! ¡Como yo morí, ellos nacerán en luna llena! ¡Serán salvajes como su madre! ¡Saldrán de sus vientres con garras en vez de uñas y colmillos en lugar de dientes! ¡Serán hermanos de mis Criaturas! ¡Y ellas serán fieles a ellos! ¡Vendrán por ustedes, como ustedes vinieron por mí! ¡Y no descansarán hasta vengar mi alma!"

Silencio. El joven, aterrado e incapaz de apartar los ojos de la anciana. No se había percatado de los dos hombres que se acercaban al escenario jugando entre ambos una caja. Una caja que se movía. Cómo un animal intentando salir de su jaula.

—La maldición se cumplió. Desde ese día, los nacidos en luna llena no eran más que seres deformes y peligrosos — La señora se acercó a la caja que habían puesto a su lado. El joven se tuvo que levantar de su asiento y ponerse de puntillas para no perder la vista de la escena entre la multitud conmocionada. —. A esos seres empezamos a llamarlos: Niños Salvajes.

Su voz salió con veneno, como si pronunciar esas palabras fuera la cosa más nauseabunda del mundo. Abrió la caja y luego uno de los hombres le dio una patada lo suficientemente fuerte para que cayera de lado y el contenido saliera.




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