El club de los raros

Capitulo XII — √(−1)

 

 

Le cierro la puerta en la cara, no quería verlo, él inició todo y yo lo terminaré, así sea lo último que haga. —¡ABREMÉ! —Exige del otro lado de la puerta, dándole fuertes golpes.

 

Apoyo mi espalda contra la puerta y me deslizo lentamente por la misma, hasta quedar sentada en el suelo. —Susurro.

 

—Te necesito... —Dice más calmado, aunque parece suplicar.

 

—Lo que necesitas es una camisa de fuerza... —Hablo fríamente.

 

—Nunca cambias... —Acompaña la frase por una risa falta de gracia. —Hablemos... ¿O entro por ti...?

 

—Adelante... A mi padre no le importará sacarte a patadas... O mejor aún, me dará el gusto de hacerlo yo misma... —Respondo con calma.

 

—¡Ábreme ahora mismo, Amelia! —Se desesperación es evidente.

 

—Ay, Nícolas... Te abriré cuando esté diez metros bajo tierra... —Me molesta saber que de nuevo aparece y no sé qué hacer, lo mejor es alejarlo.

 

—Podemos apoyarnos mutuamente...Te puedo ayudar... —Nadie puede.

 

Suelto una risa nerviosa. —Aleja tú patético ser de mi casa o te mostraré lo que me faltó por hacer en el cementerio...

 

—Fue un accidente... —Se defiende, pero para mí ya no es suficiente.

 

—Un accidente que te saldrá muy caro si insistes en volver, porque me conoces y la única diferencia entre ambos, es que yo no estoy loca de remate... —Me encojo de hombros.

 

—Te saldrá caro White o si no pregúntale a... Sahra... —Eso es todo... Abro la puerta y me le tiro encima, no permitiré sus insultos ni un momento más. Me dio donde más me duele.

 

—Te odio. —Susurra a mi oído, tras sostener mis muñecas contra es césped.

 

—Eres la peor escoria que he conocido en toda mi vida... —Sale Julián, que no se había percatado de nada, se me quita de encima y se acerca a él, y no debe ser con buena intención.

 

—Hay Amelia... La niña ya consiguió otro estúpido. —Dice con un tono de lastima. —¿Qué se siente? —Le pregunta mirando fijamente a Julián.

 

Me paro en medio de ellos dos y doy el ultimátum. —¿Qué se siente tener una vida más vacía y miserable que la mía? ¿Qué se siente despertar cada día y saber que no importa cuánto lo intentes, seguirás siendo el mismo patético ser? ¿Qué se sintió haber acabado con todo? ¿Qué se siente saber que no importa cuánto cerebro tengas, eres el mismo estúpido que un día conocí?... ¡Te vas o...! No quieres saber. —Niego con la cabeza, mientras mantenemos contacto visual.

 

Se va sin decir nada más, pero sé que volverá, lo puedo asegurar. —¿Quién era? —Pregunta Julián señalándolo antes de desaparecer de mi campo visual. —¿De qué hablaban? ¿Y por qué sonríes tan maliciosamente?

 

—Es una bestia de dos caras, que acaba con cualquiera, sin piedad alguna... Es como yo, pero le hace falta humanidad, tal vez a mi también, quién sabe... Él es la definición de sádico. —Respondo fríamente. —Tengo hambre... ¿Tú no? —Sonrío ampliamente, apaciguando el mal momento.

 

...

 

Después de esquivar cualquier pregunta con lo sucedido y evitar a toda costa el tema de lo que pasó desde el viernes, lo cual fue relativamente fácil; llego al club y se siente más vacío que de costumbre, me posiciono frente a ellos y los cuento groseramente, señalándolos con el dedo índice. —Uno, dos, tres y cuatro. —Me apunto de última, al terminar de contar. —¿Han visto a Manuel? —Pregunto para todos.

 

—No, ni idea... —Dice Lauren.

 

—Lauren estás a cargo, ya vengo... —Salgo del salón, sin esperar una confirmación verbal.

 

Si detestara el mundo... ¿Dónde estaría?...

En donde no haya nadie...

O dónde no haya nada...

Lo de Nicolás...

Ahora mismo, eso no importa...

 

Corro hasta llegar detrás de la cancha más alejada de la civilización, bueno, de las instalaciones. Y allí está sentado, escuchando música. Decido acercarme con cautela, pero no parece ceder ante mi presencia. —¿Empezarás a hablar o lo tendré que hacer yo?

 

—Qué dices? —Se retira los audífonos de los oídos y al juzgar por el leve murmullo que emiten, quería reventarse los tímpanos. 

 

—Escúpelo de una vez... Lo necesitas, vamos... —Golpeo su brazo suavemente.

 

—No entiendo a qué te refieres... —Finge confusión, por lo cual lo observo con severidad.

 

—Primero, estás a kilómetros de dónde se supone debes encontrarte. —Exagero un poco la corta distancia hasta aquí. —Segundo, no tienes por qué quejarte pero aún así lo haces... Y por último tú nunca te perderías que hiciera estupideces cada vez que respiro... Anda, no te juzgaré... Suéltalo de una buena vez... —Pido.

 

—No pertenezco a ningún lado y no sé ni siquiera por qué soy el "inadaptado". —Hace comillas aéreas. —Tengo una vida privilegiada, mis padres me quieren y lo demuestran, el problema soy yo. —Nunca hubiera creído que pensaba así.

 

—Eres el inadaptado porque te relacionas mejor contigo mismo, lo eres porque primero estás de acuerdo contigo que con los demás, porque enfrentas la vida sin apegos innecesarios... Eres el inadaptado porque... Perteneces al club más raro... Tú no eres el problema, los demás lo son... Y posiblemente no veas problemas en ti, debes aprender a dejar de juzgarte y... —Intento buscar las palabras apropiadas.

 

—¿Y no dejarme? —Me interrumpe, como si considerara que diría lo mismo que él. —¿Por qué eres así?

 

—¿Cómo? —Pregunto confundida.

 

—¿Por qué intentas ayudar a todos si excepción alguna? —Se encoje de hombres.

 

—Porque un día no lo pude hacer, no lo logré y... Perdí, perdí tantas cosas, que ahora son vagos recuerdos sin importancia... —Sonrió cambiando el ambiente en un instante. —Y porque me caes bien, además soy fantástica aunque nadie lo vea... —Me pongo en pie y empiezo a caminar hacia el salón, la función aquí, ya se acabó.



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En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

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