El club de los raros

Capitulo XIX - Un nuevo color

 

 

Me detengo, en el justo instante en el que entro en sí. Mi mano estaba preparada, para abofetear a Verónica, ella se cubre con los brazos, sacudo mi cabeza y bajo por las escaleras. Esto no era lo que tenía en mente, qué sucedió exactamente, en un instante estaba lista para gritarle y al otro estaba a punto de golpearla. Al llegar a la recepción siento como si hubiera corrido un maratón, lo cual es extraño, porque baje contando cada paso, aproximadamente 120. Mis manos tiemblan y siento que no puedo ni caminar.

 

—¿Podría prestarme un teléfono para llamar a mi padre? — Le pregunto al celador del edificio

 

Me voltea a ver y queda sorprendido— Por... Supuesto...— Dice con aparente esfuerzo

 

—Con Amelia— Digo cuando contesta— ¿Podrías venir por mí?... Estoy donde Verónica— Digo omitiendo todas sus palabras anteriores, preguntas que siempre hace cuando lo llamo, casi siempre es porque estoy en problemas.

 

—Voy para allá— Dice exaltado. Termino la llamada y le devuelvo el teléfono al celador

 

Él asiente —¿Está todo bien, señorita? — Pregunta con interés

 

Lo volteo a ver— Sí — Es más como un susurro. En lo que espero que llegue papá, tarda más de lo esperado y al llegar conectamos miradas. Se acerca lentamente, no puedo descifrar su expresión. Cierro los ojos y respiro hondo, sigo temblando, pero intento calmarme, sonrió— Hola— Soy demasiado hipócrita

 

—¿Quién fue? — Pregunta demasiado serio, frunzo el ceño en señal de confusión y señala mi mejilla— ¿Quién fue? — Reitera la pregunta

 

—Verónica me abofeteo, pero...— No tengo un "Pero" y simplemente miro al techo, intentando que la respuesta caiga de el

 

Sin pensarlo dos veces me toma de la muñeca y me arrastra hasta el elevador, subimos en extremo silencio y al llegar a su apartamento golpea con violencia la puerta. Me siento estúpidamente mal, no debí llamar. Segundos después sale ella y mira a mi padre desafiante.

 

—Controla a ese animal que tienes por hija...— Dice a la defensiva. Su comentario me causa risa, no encuentro la razón, pero aún rio.

 

Me miran confundidos y me dirijo a Verónica— ¿Un animal, en serio? Qué poco imaginativa eres. Además, golpearme no hará que te respete más, de hecho, creo que te perdí el poco respeto que te tenía... 

 

—Sólo te lo diré una vez más... Vuelves a acercarte o simplemente dirigirle la palabra a mi hija y... No respondo... ¿Estamos claros? — Añade mi padre tras interrumpirme

 

—No puedes prohibir que la vuelva a ver... Es mi hija...

 

—¿Dónde estuviste cuando salió? ¿Sabes cuál es su mayor miedo? ¿Tienes idea de qué es lo que siente? — Ella no sabe nada de mí y es que ni siquiera yo lo sé. Es muy extraño para mí que después de tanto tiempo alguien vuelva a ponerme un dedo encima. Mi padre siempre evitó corregirme a golpes, tal vez por miedo, miedo a quebrarme. Tantas cicatrices no solo te marcan a ti, sino también a los demás.

 

—Nos vamos— Digo dirigiéndome al ascensor— Hoy es el cumpleaños de Mandy, no la podemos poner a esperar

 

Mi padre me sigue, me mira cada cierto lapso de tiempo. Nos subimos al auto y vamos a casa, la noche inunda todo el lugar. Toco mi mejilla y presiono con fuerza y nada, no duele. Siento como a cada segundo que pasa una pequeña parte de mi ser se derrumba, me estoy desboronando. 

 

Llegamos a casa y cantamos el "Feliz cumpleaños" y hablaban muy animadamente, pero cuando me miran cambian su expresión radicalmente— Me voy a dormir— Espeto alejándome de ellos

 

—¿No quieres pastel? — Pregunta mi padre ofreciéndome un plato

 

—No— Y subo a mi habitación. Ya en ella, me coloco un pijama y me miro en el espejo mientras me cepillo los dientes. Tengo un gran moretón en la mejilla izquierda, por eso me veían tan raro. Me acuesto, intentando conciliar el sueño, pero no. Miles de cosas llegan de repente a mi conciencia y todos esos recuerdos, están tan frescos que es como si todo lo hubiera vivido ayer.

 

...

 

Me pongo en pie frente al espejo y no me gusta lo que veo, es algo deprimente, notar lo demacrada que me veo. Mi cara tiene una expresión indescriptible, ojeras y mirada vacía. Odio ver en lo que me he convertido, lo que tengo en frente es a la persona a la que más detesto, yo. Parpadeo varías veces, con la esperanza que desaparezca mi reflejo, siento que se burla de mi miserablesa.

 

Aprieto el puño con fuerza, hasta que mis nudillos se tornan blancos y sin pensarlo dos veces, golpeo el espejo. Veo como cae cada pequeño cristal, incrustándose en mis manos y en el lavabo de baño. Aun así, puedo ver mi reflejo, el reflejo que me atormenta; soy delgada y en extremo, hay personas que por lo menos tienen músculos y yo, yo ni salud.

 

—Amelia, ¡¿Qué estás haciendo?!— Escucho a mi padre desde la puerta. Oigo sus pasos acercarse a donde estoy, ahora es como si todo transcurriera en cámara lenta. No entiendo lo que me dice, parece que habla en ruso. Su mirada de miedo y asombro se dirige a mi mano, la alzo frente a mis ojos y veo la sangre saliendo sin miedo, como si quisiera dejarme sola.

 

No cambio mi expresión, mantengo la de cansancio y frialdad. Toma con fuerza mi brazo y me sienta en la cama con algo de brusquedad, me limpio con la camisa la sangre que aún sigue saliendo. Segundos después entra Mandy con el botiquín, no sentí el contacto con del agua oxigenada con las heridas y cada vez más me estaba hundiendo en el rincón más oscuro de mi ser.

 

Cuando mi progenitor terminó por poner una venda, lo miro fijamente— No quiero ir al colegio— Agrego vocalizando exageradamente, para así entender, lo que digo.

 

—No te quedarás en casa... ¿Estás bien? — Pregunta serio

 

—Sí, estoy bien. Siempre lo he estado y siempre lo voy a estar...— Explico a la defensiva, apresuradamente, asintiendo a medida que las palabras salen



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En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

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