El club de los raros

Capítulo XXIX - Conciencia

 

 

Ir es más fácil que venir. Me siento cansada, destrozada. Aparentemente todo empezará a ir en picada, lo bueno es que ya llegué a la casa de Julián. Hay personas por todas partes, algunos me felicitan y otros me saludan. Realmente ni los conozco, pero para ellos no es impedimento para nada.

 

Camino lentamente, evitando a la mayoría de personas desconocidas; tanta cercanía me pone nerviosa. Tomo aire, acomodo mi chaqueta e ingreso. Todo se ve normal, busco con la mirada a alguien conocido pero se me hace inútil al cabo de unos segundos. Siento la necesidad de descansar, mi cuerpo ya no da para más. 

 

Mis manos tiemblan y no precisamente por el frío, intento conservar la calma. Y distingo a la distancia a Dylan. —Por fin... —Dice tras verme. Se ve aliviado y enojado.

 

—¿Por qué? —Hablo con cansancio. 

 

—¿La fiesta? —Asiento. —Creimos que sería un lindo gesto, además todos estuvieron de acuerdo...

 

—No me gusta el día de ayer en particular... Me afecta más de lo que quisiera. Solo quería que lo olvidaran, no era tan difícil...— Golpeo su brazo en señal de broma.

 

Sonrie, intento hacer lo mismo, lastimosamente hago una mueca. —Debiste decirlo... Igualmente no queríamos molestarte... —Se encoje de hombros y veo que se acerca la hermana de Julián, Lizz. 

 

—Llegó la pérdida... —Se ríe. —¿A dónde fuiste? 

 

—¿Está ebria? —Dirijo la mirada a Dylan. —Porque no hay que ser adivino para saberlo... —Inquiero sarcásticamente. 

 

—No la molestes, por favor... —Hablan mis espaldas. —No sabe controlarse... —Veo a Julián de brazos cruzados. —Pensé que no vendrías...

 

—Pensé en no venir pero... —Mis palabras quedan en el aire.

 

Noto desde la calle luces rojas y azules. Se me hacen familiares, rojo posiblemente sangre y azul es agua o cielo. Veo como todos a mi alrededor huyen, sonrio por la desesperación de sus caras.

 

—Manos arriba... —Escucho a un hombre, más alto, localizado en frente mío ordenandome hacer una acción. —No me lo haga repetir... —Sus palabras son dominantes y amenazadoras, un escalofrío recorre mi cuerpo.

 

Me toman bruscamente de los hombros y me sacan de la casa. Veo como los oficiales golpean a algunos chicos, eso me hace entrar en sí. Estaba en una especie de trance. —¡Dejen de golpearlo! —Exclamo safandome de su agarre, corro hasta el chico en el suelo. Habro exageradamente mis ojos al ver a Manuel.

 

—Ven para acá...— Dice un oficial levantándose con facilidad.

 

—Solo un golpe más, solo uno. —Hablo desesperada. Ya nada importa. Siento la adrenalina recorrer mis venas y pateo al oficial. —Y les aseguro que se arrepentirán...

 

—Silencio, mocosa. A la patrulla... —La señala y al entrar me golpeó la cabeza con fuerza. —Mire qué está haciendo... —Habla el mismo que me llevó al vehículo.

 

—Mire usted, ni peor que fue ciego... Pero esto no se quedará así... —Cierra la puerta en mi cara. Suben a Manuel junto a mí y siento lástima por él, está técnicamente bien, son solo raspones y moretones. —Vivirás... —Pongo mi mano en su hombro. 

 

—Lo sé... —Rie por lo bajo. 

 

Nos llevan hasta la estación, nos quitan las pocas pertenencias que llevábamos y nos ingresaron a los separos.

 

—Tiene derecho a una llamada... —Habla el oficial. Desaparece de mi vista en compañía de Manuel y minutos después vuelven. —Es su turno...

 

No tengo a quién llamar, mi padre está muy lejos y no quiero molestarlo. —No tengo a quien llamar... —Se retira. 

 

Es posible que Nicolás me hubiera venido a buscar sin dudarlo un segundo, pero está en un retiro con sus padres y lo último que deseo es incomodar. 

 

Suspiro con pesadez sentada frente a Manuel, no hace nada. Noto que sus reflejos no funcionan, está ebrio, era de esperarse. Aparentemente nunca pierden una oportunidad. 

 

—¿Qué? —Dice a la defensiva una señora junto a mí. Niego y parece enojarse. —Cuando hablo, me gusta que respondan con palabras... ¿O qué, las ratas te comieron la lengua? —Quedo sorprendida, hace tiempo no estaba de nuevo en prisión, se me había olvidado qué hacen en estos lugares. Ella intenta imponer su dominio, lógicamente es la más grande y fuerte, además el tatuaje en su cara de una serpiente me hace dudar de su buen juicio. —¿Por qué está aquí?

 

—Dando una vuelta... —Digo sarcásticamente y ella tensa la mandíbula. —A decir verdad, creo que no quería estar sola en casa. Terminarían carcomiendome las voces en mi cabeza, no es como si les hiciera caso. Pero me desesperan... —Froto mi sien. —Al menos aquí evitarán que me haga daño, ya que lo puedes hacer tú... Así no sería mi culpa y mi padre no se decepcionará... —Suspiro.

 

—¿Voces? —Cambia su expresión a una maniática. —Yo apuñalé a un hombre... —Sonrie como si fuera lo más normal del mundo.

 

—Imagino que si esta aquí no salió muy bien el plan. De nada sirve que intente amenazarme, no funcionará. Hoy usted a lo más fácil a lo que me he enfrentado. ¿Acaso se siente orgullosa de estar en prisión? —Agacha la cabeza. —Porque he estado es esta misma situación unas ocho veces, por diferentes causas y estuve frente a frente con una asesino de verdad, no con una barata imitación...

 

—Pues...—Interrumpe.

 

Rápidamente continuo. —Porque en sus ojos si se podía ver el odio y resentimiento. No tenía culpa, más bien ganas de volverlo a hacer... Eso realmente da mucho miedo. ¿Y sabe qué da más miedo? Estás ganas que tengo de arrojarme frente a un auto en movimiento. —Apriento mis manos. —Así que si no planea decir algo inteligente es mejor que se calle...

 

Todo queda en silencio, el cual me reconforta. Observo detenidamente a Manuel, parece estar dormido. Aunque mi cuerpo me exige dormir, no puedo, mi mente no lo permite. Pasan las horas y alrededor de las ocho veo como ingresa la madre de Manuel histérica.



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En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

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