El club de los raros

Capítulo XXXIV - Depresión

 

 

Por favor, no más...

 

Mis manos tiemblan, de camino al hospital me salía agua por la nariz y eso se siente horrible. El viaje en el auto del la maestra de química fue muy estresante, ya que no deja de repetirme lo mismo. —No nos demanden... 

 

No quiero ir al hospital pero estoy obligada, literalmente no me dieron otra opción. No logro unir una frase completa, estoy acelerada, tengo mucho frío y no logro mantener mis manos quietas. Al llegar al centro de salud me llevan a emergencias en una silla de ruedas, mientras llaman a mi padre. —Tú padre ya viene para acá... —Me informa la maestra, que no se me ha despegado ni un momento en todo este tiempo. 

 

—¿Cómo te sientes? —Dice el doctor mientras pasa una luz frente a mis ojos.

 

Tengo frío y estoy asustada... Necesito un helado...

¿Tienes frío y quieres helado?

Tal vez...

 

Ni una sola palabra sale de mi boca, miro fijamente al doctor. —Debes ayudarnos... —Suspira pesadamente. —¿Qué sucedió exactamente? —Pregunta dirigiéndose a la maestra.

 

—Estuvo a punto de ahogarse y luego se desmayó por un largo tiempo... —Se frota efusivamente las manos la maestra mientras habla. —¿Cree que está bien?

 

—Si, está en shock por lo sucedido. Haremos unos exámenes para comprobar que no hay sufrido un daño cerebral por desmayarse... —Dicho y hecho.

 

Me llevaron a tomarme una tomografía, fue increíble. Me hicieron llenar un examen o algo así, realmente eran preguntas de lógica. Las respondí sin esfuerzo, al parecer en este hospital si me trataron como un ser humano. Además, me hicieron exámenes de rutina.

 

—¿Amelia? —Habla el doctor frente a mí. —Eres interesante... Demasiado. Tú padre está hablando con él director del hospital, pronto vendrá a verte... —Se ve extrañamente emocionado. —¿Puedo decirte algo?

 

—Por... Supuesto. Aún me cuesta hablar, pero sí... —Ya estoy cansada de estar aquí, han pasado como unas tres horas. Me siento mal por lo sucedido, lo único que espero es el regaño de mi padre, debe estar muy molesto y aliviado, pero más molesto.

 

—Nunca había atendido un caso como el tuyo... No solo eres especial, eres única... —Frunzo el ceño y quiero correr, ya me está asustando. 

 

—¿Está drogado? —Le pregunto con máxima seriedad, él solo rie.

 

—No, solo me sorprendes... Tú coeficiente intelectual es de 163 en la escala de Gatel. —Quedo fría, de repente vuelvo a temblar, eso nadie lo sabe.

 

¿Cómo pudo averiguarlo?...

No sé, tal vez... Ese misterioso examen...

Estoy en problemas, eso me pasa por venir sola...

¿Por qué lo arruinas todo?...

Lo arruinamos, porque ambas estuvimos de acuerdo...

 

—Y no solo eso es increíble... —Continua. —Haces parte de ese 2%... —De repente queda serio. —Aunque es lamentable que tengas depresiòn, un transtorno postraumático y...

 

Entran bruscamente a la habitación. —Doctor, ella no sabe que... —Un hombre con bata blanca interrumpe, detrás de él mi padre.

 

—¿Qué tengo qué? —Pregunto destrozada. De repente es como si todo a mi alrededor se quebrara. Miro a mi padre molesta apuntandolo con el dedo índice. —¿Tú lo sabías? —Parece que hubiera corrido un maratón, empiezo a sudar y mi pecho sube y baja aceleradamente; en un ágil movimiento me quitó la intravenosa y me posiciono frente a ellos. —¿Lo sabias? —Vuelvo a cuestionar con un susurro. 

 

—Amelia cálmate... —Mi padre intenta acercarse. 

 

—¡No me toquen!... —Doy un paso atrás chocando con la cama. —¿Cómo quieres que me calme?

 

—Señorita, por favor coopere o nos veremos en la obligación de... —Habla el hombre que momentos antes interrumpió al doctor. 

 

—Mire señor, usted no sabe lo alterada que estoy... ¡Tengo un transtorno! ¡POSTRAUMÁTICO!... ¡Y no lo sabía!... ¡No tenía idea!... Además, de depresión... ¡DEPRESIÓN! —Sacudo mis manos luego de pasarlas por mi cara. —Un transtorno... ¡Así que no me pida calma!

 

—Por favor, hija... —Susurra mi padre al borde del llanto. No quiero lastimarlo, pero esto cambia muchas cosas.

 

—¿Por eso los psicólogos y psiquiatras?... —Golpeo la pared con mi frente y los vuelvo a ver, solo está el doctor y mi progenitor. —¡Pensé que éramos un equipo!... Pero... ¡AHHHH! —Le doy un puño a la pared. —¿Por qué?... ¡Y lo saben todo, absolutamente todo!... ¡NO QUIERO LO QUE SIGUE!... ¡No quiero! —Arrojo al piso todo lo que está en la habitación. 

 

—Inmovilisenla... —Entran dos hombre enormes al cuarto y me inyectan algo. Empiezo a sentirme muy cansada, hasta que caigo al suelo.

 

...

 

—¿Cómo te hiciste tantas lesiones?... No son usuales... —Paso saliva y centro mi mirada en el doctor que me ha interrogado desde la ausencia de mi padre.

 

—A veces hay cosas que es mejor ignorar... —Le ofrezco una sonrisa. —Pero le puedo asegurar que todo esto... —Señalo mi espalda. —No es ni la mitad de lo que hay aquí... —Daleo levemente mi cabeza y toco mi sien.

 

—¿Por qué te comportas así? —Me mira confundido.

 

—¿Cómo se comportaría si tuviera lo que yo tengo o supiera, o por lo menos hubiera visto todo lo que mis ojos han apreciado?... Realmente al final de día solo puedo sonreir, porque tengo una razón... Igual que como ayudas a todos sin esperar nada a cambio, es la misma ciencia... —Me encojo de hombros.

 

—Dedes seguir algo sedada. —Se rasca la nuca. —¿Qué te hicieron exactamente para tener un trauma tan severo?

 

—Eso explicaría por qué no siento la cara... ¿Usaron medicamento para caballos o qué? —Me ajusto la chaqueta. —Todo es confuso y fugaz, esos recuerdos se esconden en lo más profundo de mi memoria, siempre listos para no dejarme en paz...

 

—¿Nos vamos? —Aparece después de una gran espera mi padre. —¿Se le ofrece algo más doctor? —Pregunta desafiante.



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En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

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