El club de los raros

Capítulo XXXV - Plan B

 

 

Lo único que se me ocurre hacer es correr. —¡¿A dónde vas?! —Me detiene Manuel.

 

—¡Después les explico! —Me despido con la mano y sigo con mi camino.

 

Al subirme al autobús logro encontrar algo de aire, se escabulló de mis pulmones por el maratón que terminé hace poco. Le marco de camino una y otra vez, pero no me contesta. Esta situación me desespera y no me dijo mayor cosa, lo único que puedo pensar es lo peor. Insisto y le dejó varios mensajes de voz, le escribo y nada, con cada segundo que pasa mi corazón se acelera. Lo único que parece no avanzar es el autobús y el tiempo, sacudo mi pierna impaciente. Siento como se arruga el órgano que bombea cinco litros de sangre por minuto.

 

El conductor habla en reiyeradas ocasiones de sus hijos y lo mucho que los quiere, aunque no vacila ni un segundo en insultar a la madre de los pequeños. Tan pronto el autobús estaba lo suficientemente estático para mí, me bajo de el y corro como si no hubiera mañana. La casa de Nicolás es demasiado lejos, aún así no me detengo ni un segundo, cuando llego a la verja principal toso por la resequedad en mi garganta. Toco el timbre una y otra, y otra y otra vez.

 

—¡O ME ABRES O ABRO! —Grito desesperadamente. Al no obtener respuesta salto la verja, rompo un par de macetas en busca de la llave que yo misma escondí en caso de emergencias y me dispongo a abrir. Hace mucho tiempo no venía hasta aquí, un extraño escalofrío me recorre todo el cuerpo, suelto todo el aire que estaban reteniendo mis pulmones y entro.

 

Parece un lugar totalmente desavitado, impecable como siempre, nunca me he cansado de admirar cada detalle, pero no vine a ello. El segundo piso esta totalmente patas arriba, hay muchos fragmentos de cristal y porcelana. El grifo del agua está abierto, ingreso con cautela y lo cierro. Oigo leves sollozos del fondo del pasillo, reprimo las ganas de gritar, ensancho mi sonrisa y entro en su habitación. Botellas vacias me guian al autor de tanto desastre, enarco una ceja y aclaro mi garganta para que note mi presencia.

 

Mantenemos el contacto visual hasta que reacciona, se pone en pie y me abraza. Permanecemos así mucho tiempo, es reconfortante y tierno, aunque me preocupa verlo tan melancólico. Tiene ojeras, parece no haber dormido en días; no habla y cada que lo intenta se detiene, aparentemente reprime el llanto. —Tú casa es un desatre... ¿Lo sabes? —Tomo cuantas botellas puedo y las deposito en donde se supone deben ir. Regreso a su habitación, me detengo en el umbral de la puerta a observarlo. —¿Deberíamos limpiar? —Señalo en desastre del pasillo.

 

Se encoge de hombros. —Supongo...

 

—Me alegra que los ratones no te hayan comido la lengua. —Pasamos horas sin dirigirnos la palabra y fingiendo limpiar.

 

—Volveré a contratar al servicio, esto no es lo mio. —Suspira arrojando cuidadosamente la escoba. —Soy un inútil... —Suelta sin previo aviso. —¡Un inútil!

 

—Esto ya me artó, dime la verdad... —No me doy el gusto de dudar ni un segundo. 

 

—Adelante, pregunta.

 

—Por el número de botellas asumo que has estado en estas deplorables circunstancias por un par de días. Si es así, significa que irías a buscarme, lo cual fue contraproducente porque no estuve en casa hasta el sábado y dado que tú te mueves de noche, imagino que pusiste el plan B en marcha, y déjame decirte que si lo hiciste sabes lo que implica... —Le digo lentamente, él asiente y parece titubear acerca del plan B. —Pero, llendo al grano... ¿Fueron tus padres?

 

—Soy un inutil, una escoria, la peor basura que haya tocado este mundo; esa y otras palabras salieron de sus dulces labios. —Mantiene una mirada sádica que me hace dudar si intervengo. —Además, del error que fue concebir un fenómeno como yo...

 

—El dolor cambia nuestra perspectiva de la realidad. —Le sonrio y me acerco a él. —Te puedo asegurar que nada de lo que te dijeron es cierto... Pero si prefieres sus palabras, creo que soy más fenómeno que tú... Eres fantástico, divertido, lindo, amable, comprensivo... —Lo noto sonreir. —Aunque también un idiota... Muy idiota... —Aclaro y reimos.

 

—Y siempre hayas la forma de arruinar el momento... —Se cruza de brazos.

 

—Tengo sueño... ¿Podemos dormir? —Me froto los ojos.

 

—¿Podrias dormir aquí, conmigo?... No quiero estar solo... —Hace un puchero.

 

Lo examino con la mirada y dudo unos instantes. —Me tocas un cabello y te demuestro el significado del dolor... —Frunzo en ceño.

 

—No me golpearías ¿Cierto?... —Me quito los zapatos y me acomodo. —¿Cierto? —Reitera algo perturbado.

 

—¿Tú qué crees? —Pasamos demasiado tiempo viendo el techo hasta que se queda dormido. Aunque el silencio de la noche es tranquilizador mi corazón no quiere ceder ante mis intentos fallidos por frenar su incesante choque contra mi traquea. 

 

...

 

Abro lentamente mis ojos, noto su brazo en mi cintura y su penetrante mirada, fija en la mía. —Solo quería decirte que te quiero... En la forma que no quieres y la menos esperada... —Susurra apartando mi cabello.

 

—¿Por qué me dices eso si ya sabes la respuesta? —Otra vez esto, me remuevo incomoda y me incorporo lentamente.

 

—Porque siempre espero una respuesta diferente a la anterior. —Se encoje de hombros. —¿Por qué me rechazas? —Se acerca peligrosamente a mi cara.

 

—¿Qué hora es? —Caigo en cuenta de toda esta situación y aunque mi padre cree que estoy con Lauren debo ir a clase.

 

—No, no cambies de tema. —Me apresuro a colocarme mis zapatos, busco en el armario de Nicolás y tomo un buzo verde oscuro con letras blancas.

 

—Sì, con gusto... Puedes tomar mi ropa... —Interviene sarcásticamente.

 

—Tengo clase a las siete... ¿Llego? —Pregunto apresurada.

 

—Ohh... Lo siento, ya no alcanzas... Pero igual te llevo... —Se cambia rapidamente, tomo una caja de cereal de la lacena y unas bebidas. —Vamos... —Caminamos hasta el garaje y emprendemos el tedioso viaje. Me limito a comer cereal como si fueran palomitas y aunque el silencio es incómodo no quiero platicar. —Tenemos que hablar...



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En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

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