El club de los raros

Capítulo XXXVIII - Terapia grupal

 

 

—Esto no puede continuar así. ¿Acaso estás tomando las cosas en serio. —Espeta molesto mi padre.

 

—Fui con el psiquiatra... —Me encojo de hombros.

 

—¿Psiquiatra? —Pregunta confundida Mandy. —¿Por qué no me lo dijiste?... ¿O sea que esto es serio?... Me dijiste que no era nada.

 

—Ves, guardar secretos es malo. —Susurro.

 

Mi progenitor me pide que haga silencio con una sola mirada. Creo que este es el momento justo para huir, me rasco la nuca y me pongo en pie. Mandy aún no dice nada, tal vez si lo salvo me perdone.

 

—Yo le pedí que no te dijera nada al respecto, es que creo que hubiera puesto las cosas raras entre nosotras, bueno, más. —Me mira con ternura, es tan fácil doblegar su carácter.

 

—No. Somos una familia y creo que podemos confiar el uno en el otro. —Me abraza, miro a mi padre y parece aliviado. Esto me confunde, debería ser más difícil. —Puedes recurrir a mí cuando sea, confia en mí...

 

—Si lo pones así... —Mi padre niega, creo que está leyendo mi mente. Hago ojitos de cachorro y leo de sus labios: "Lo que quieras". Sonrío. —Creo que últimamente estoy un poco estresada por todo, además estoy muy cansada, fue un largo día y... Será mejor que me vaya a dormir. —Le añado un bostezo para convencerlos.

 

—Claro. —Responde Mandy limpiando una lágrima. Subo y me tomo mi tiempo cepillado mis dientes, me pongo una pijama que parece de expresidiaria. Es a rayas negras y blancas, acompañado con un lindo gorrito. Me acomodó en la cama y apago la luz. —Confía en mí. —Oigo a la esposa de mi padre en el pasillo. Deberían cambiar las paredes, se escucha todo, aunque es una ventaja para mí.

 

—Por supuesto cariño, eres una excelente persona y le has tenido mucha paciencia, te lo agradezco. Sé que ella es muy complicada, en ocasiones no sé cómo proceder ante sus acciones. —No me agrada escuchar que mi padre hable en ese tono tan melancólico. 

 

—¿Y luego que hizo para que te molestara tanto? —Respeto la astucia de Mandy, ni siquiera yo sé qué hice mal.

 

—Se quedó toda la noche en quién sabe dónde. Aunque sospecho que con Nicolás, vino a buscarla y todo. —¿Eso?... Es más alarmante que me hubiera venido a buscar un astronauta o un bombero, pero Nicolás es inofensivo; bueno, en ocasiones. 

 

—Está creciendo, es normal que esté saliendo con el chico. No te sorprendas si tuvieron...

 

—¡NO! —La corto en seco, no quiero que se meta ideas locas en la cabeza. —¡No hablen de lo que no saben!

 

—¡No deberías estar escuchando las conversaciones de los demás! —Responde mi padre.

 

—Touche. —Es válido su argumento. —¡Lo lamento, tengo una naturaleza curiosa! ¡Además, no quiero que piensen cosas que no van al caso!

 

—¡Es normal! —Habla Mandy, como si no lo supiera. 

 

—Ella es todo, menos normal. —Dice mi padre. —¿No que tenías sueño?

 

—Ah, sí, sí. —Finjo roncar y silbar.

 

...

 

—Eso, abandona a tú hija en este lugar desértico... —Le añado un toque de sarcasmo a la frase. Mi padre frunce el ceño y se cruza de brazos.

 

—Estas a veinte minutos de casa. Deja de ser tan dramática. —Suspira algo frustrado. Tienes razón, veinte minutos en auto, a pie son como casi el triple.

 

—¿Dónde es? —Cambio de tema. Y realmente no sé a qué salón llegar.

 

—El diez... Portante bien y no te metas en problemas. —Estiendo mi mano y la estrecha, como si cerraramos un trato.

 

Entro en ese enorme lugar, ni idea de cómo se llama, solo sé que es público o algo así. Doy vueltas buscando el salón número diez, lo localizo al final del pasillo. Está entreabierto, golpeo y sin esperar respuesta entro. Hay un hombre alto, de cabello negro y complexión ancha.

 

Hay como siente personas más, no los miro mucho. Todos están con colores que oscilan entre el negro y el gris. La única que desentona soy yo, llevo un buzo naranja con un pantalón pálido y unos zapatos negros. Sonrio cuando todas las miradas se centran en mi, pero todos permanecen serios y luego de unos segundos desvía la mirada.

 

—¿Amelia? —Me señala el señor y asiento. —Un gusto, Steven. —Estira su mano, dudo unos instantes en estrecharla, pero termino cediendo. —Bueno... Toma asiento. Camino lentamente y tomo asiento en medio de una chica y un chico. Todos tiene expresiones cansadas y de no querer estar aquí. —¿Qué les parece si empezamos? —Todos bufan resignados. —Muy bien, esa es la actitud. —Añade Steven con ánimo. —Bueno, empecemos por la derecha. Recuerden, nombre y por qué están aqui.

 

—Mi nombre es Astrid. —Mantiene la mirada fija en el piso, aparentemente evita el contacto visual. —Y tengo Bulimia... —Toma asiento y se pone en pie el siguiente.

 

—Me llamo Leo. —Está un poco encorvado, inmedia e inconscientemente me pongo erguida en mi puesto. —Trasntorno emocional, ese es el diagnóstico. —Al final suena algo fastidiado. 

 

—¿Y qué es eso? —Le pregunto a Leo. —No he oído mucho de ese transtorno, pero me interesa. 

 

Steven me voltea a ver de una forma severa. —Las preguntas se hacen al final.

 

—¿Pero si al final ya se me han olvidado?... Toca cuando surge la duda... —Me apresuro a decir.

 

—Siguiente. —Que indignante la forma en la que me ignora, hago un puchero.

 

—Mi nombre es Karla... O Karlita. —Su tono de voz me asusta, habla como una niña pequeña. —Mis padres me trajeron porque dicen que ya estoy grande. —Hace un puchero.

 

Repite las misma acción de los anteriores. —Me llamo Kevin. —Que emoción, sigo yo. —Y tengo depresión leve...

 

—¿Enserio? —Digo sorprendida. —¡Chocala! —Me fulmina con la mirada y bajo lentamente mi mano. —¿No? —Sonrío intentando que me deje de ver así, pero continúa.

 

—Bueno, aparentemente tienes mucho que decir. Adelante Amelia. —Indica Steven.



#348 en Joven Adulto
#1826 en Otros
#484 en Humor

En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.