El club de los raros

Capítulo LI - El diagnóstico es...

 

 

—¡Muévete, Amelia! ¡Llegaremos tarde! —Grita desde el primer piso mi padre. No contesto, solo miro todo a mi alrededor, todo esto perdió su significado, para mí ya nada vale algo. Tomo mi mochila y salgo en dirección a la sala, al pasar por el pasillo veo varios retratos, sonrisas vacías que en algún momento hicieron parte de mi felicidad. Nícolas me ha llamado, pero no he sido capaz de contarle, de cierta forma me da vergüenza. —¿Traes todo? —Me mira con algo de insistencia.

 

—No entiendo por qué debes ir, nunca debes rogar por algo, eso es lo peor del mundo. —Reprocha Mandy. —Si Amelia pierde el año, pues que lo repita, no pasa nada. —Le resta importancia, como si de verdad a nadie me importara.

 

—Te equivocas... No voy a rogar por ella, tampoco Amelia. Simplemente voy a solucionar el inconveniente. Y no nos acompañes, no soportaría que estuvieras contradiciendome todo el día. —Me sorprende la dura expresión de mi padre. —Te amo, cariño. Nos vemos luego. —Le da un beso en la mejilla y le susurra algo que no alcanzo a oír. —¿Nos vamos?

 

—No quiero ir... Por favor no me obligues a ir. No tengo ganas de hacer algo y en serio, estoy muy cansada, déjame sola. —No me hace caso, en cambio, me toma del brazo y me obliga a subir a su auto.

 

—Lo solucionaré. —Es lo único que dice antes de poner el auto en marcha. En menos de nada ya hemos llegado, me bajo con cuidado y camino tras de él mirando el piso. —¿Dónde está el maestro? —Examino mi alrededor y señalo el salón habitual de él. Lo sigo muy de cerca, esa temible insistencia es igual a la mía.

 

—Buenos días. —Saluda cortésmente el maestro. —¿En qué les puedo ayudar? —Su hipocresía es tan molesta, que quiero recurrir a la violencia, pero mi padre me reprime. Inhala y exhalo, en busca de la preciada calma que no encuentro.

 

—Maestro, he venido con mi hija, porque me ha dicho que va perdiendo su materia. —Inicia. —Y es extraño... Porque, ¿Te parece que tus evaluaciones están bien? —Me pregunta mi progenitor directamente. No entiendo a qué va la pregunta, pero él es un adulto, se supone que sabe de estas cosas.

 

—Si. —Afirmo.

 

—Evaluaciones que casualmente están todas en cero. Lo cual es inconcebible, porque confío en mi hija y en lo que dice, además le creo. Así que necesito una explicación de su parte, porque no entiendo. —Mi padre lo acorrala. ¡Que Arda Troya!... Ojalá y así fuera...

 

—La indisciplina de su hija no me permite en ningún momento dictar mi clase. —¿Enserio? Que excusa tan patética, tal vez debimos darle más tiempo para que pensara algo que por lo menos él se crea.

 

—¿Y qué tiene que ver su indisciplina con que haya perdido cada evaluación? —Contrataca mi progenitor sin ninguna pizca de empatía. ¡Dale con la silla!... Estoy de acuerdo, situaciones extremas, requieren medidas extremas...

 

—Bueno... Pues... —Aclara su garganta. Está vacilando, eso significa que hasta el mismo Jacob sabe que ya perdió. —Esa es su nota, no aprende. —Dice en un último intento por defenderse.

 

—Es gracioso... Porque lo único que no aprende Amelia son lecciones de vida, de resto es fantástica, espectacular en esto. Así que, ¿Está seguro que perdió cada evaluación? —Vuelve a preguntarle mi padre, intentando hacerlo recapacitar. Pero, a juzgar por su expresión está lejos de desistir.

 

—Exactamente, y no le voy a cambiar la nota. —Afirma sintiéndose superior a nosotros dos. Eso me enfurece, ¿por qué intenta hacerme sentir más miserable?

 

—¡Genial!... Vámonos Amelia. —Sale sin cruzar una palabra más. Me sorprendo un poco ante la extraña petición de mi padre, pero igualmente lo sigo fuera del aula.

 

—¿Y ahora? —Suspiro derrotada. Ya no encuentro otra solución, era mi última oportunidad, ahora sí sé acabó todo. Y yo que guardaba una mínima esperanza, que se ha esfumado de la nada.

 

—Solo sígueme. —Hago lo que pide. Terminamos en la oficina de la directora. No entiendo muy bien lo que pretende hacer. —Gracias por recibirnos de imprevisto. —Estrechan sus manos.

 

—No hay problema, ¿En qué puedo ayudarle? —Habla la directora cortésmente. Visualizo atenta la escena, para intentar predecir el siguiente movimiento de mi padre, me esta sorprendiendo más de lo normal.

 

—El maestro de física de Amelia es injusto con su nota, prácticamente está provocando que pierda el año. Así que deseo que investigue y dado el caso tome medidas. —Utiliza ese escalofriante tono técnico que solo le sale bien a él, recurriendo a palabras poco comunes. 

 

—Es una acusación grave, ¿Está seguro? —Espeta con algo de preocupación la señora presente frente a nosotros dos.

 

—Así es... De hecho, estás son las evaluaciones que le han quedado es cero. Y no entiendo lo que dice ahí, pero estoy seguro que esta bien. —Sonrío por varios segundos. Es cierto, mi padre no es muy bueno en todas estas cuestiones, prefiere su monótono trabajo, en el cual ya sabe exactamente qué hacer.

 

—¿Por qué lo cree?, los jóvenes suelen mentir. —Sus palabras me indignan, prácticamente esta generalizando sin detenerse a meditarlo un instante. Y si mentimos es por algo, ¿no?

 

—Un segundito, deténgase un momento. Yo no digo mentiras y si alguien está mintiendo es el maestro Jacob, porque es una escoria. Además... —Dudo en decirlo, pero estoy tan irracionalmente molesta que ya nada me importa. —Me acosa, lo ha hecho desde que llegó. —Se siente tan bien decírselo a alguien.

 

—¿En serio? Evítese sus mentiras. Es una acusación muy grave. —Vuelve y dice "es una acusación muy grave", ¿a caso no conoce otras palabras? De cierta forma, me hace sentir mal, esperaba algo distinto o por lo menos otra reacción. 



#348 en Joven Adulto
#1826 en Otros
#484 en Humor

En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.