El club de los raros

Capítulo LII - La graduación

 

 

—¡Qué, ¿qué?! —Exclamo exageradamente. —Es broma, ¿cierto? —Se oye un silencio prolongado al otro lado de la línea. —¿Sigues ahí?

 

Aclara su garganta. —¿Estás molesta? —Pregunta algo temeroso, y lo alcanzo a notar porque su voz no sale tan fluida como siempre.

 

—¿Qué crees? —Digo sarcásticamente, además de molesta.

 

—Tú ni siquiera fuiste a mi graduación. —Se defiende. Que pésimo argumento, últimamente no es tan divertido discutir con él.

 

—Si fui. —Rápidamente le envió una foto de ese preciso momento en el que tiene el diploma en sus manos. —No te voy a negar que ese día la ira me carcomía por dentro, estaba confundida, me sentía atrapada. Pero dejé todo eso a un lado para ir a verte recibir lo que por derecho era tuyo. —En la foto se ve él al fondo. No quise abandonarlo en su día, y no voy a dejar que Nícolas lo haga conmigo.

 

—¿En serio estuviste? —Su tono esperanzador, se ve opacado por un largo suspiro.

 

—¿Cómo me lo iba a perder? —Se veía tan feliz, que celebré su triunfo como si fuera mío. —No me lo perdí, Nico. —Y vuelvo a decirle “Nico", se siente un poco extraño, ha pasado mucho tiempo.

 

—No hagas eso. —Que petición tan extraña, ¿No hago, qué?

 

—No te comprendo. —Me pongo en pie, tomo una nota adhesiva. Escribo “Su triunfo” y la pego en la pared.

 

—Hace siglos que no me dices “Nico". —Exagera un poco en la parte de siglos. —Y me encanta que abrevies mi nombre… Y lo haces porque sabes que voy a ceder. Porque es imposible que me lo pierda. —Sonrío. —Ummmm. —Gruñe. —No podré llegar a tiempo. —Explica.

 

—No te pido que llegues temprano, Nico. —Insisto con su punto débil. —Solo pido que vengas, así solo sea para felicitarme al final de la noche. —Hablo con una extraña sensación en mi pecho. —Te quiero allí.

 

—¿Cómo negarse a alguien tan convincente? —No es convincente, es irritante… Y a ti, ¿qué?...

 

—¿Es retórica la pregunta?... Sabes que no entiendo muy bien el sarcasmo. —Me quejo.

 

—Si… Allí estaré. —Concluye finalmente.

 

—¿Sabías que eres la mejor persona del mundo mundial? —Doy pequeños saltitos y aplausos, esto se debe celebrar.

 

—Creo que eso no existe. —Me corrige.

 

—Claro que sí, eres tú. —Espero a que conteste, pero simplemente ríe. —¿Entonces nos vemos en la noche? Quiero estar segura de que todo le quedó claro.

 

—Hasta la noche. —Confirma. —Adiós. —Cuelga la llamada.

 

Todo esto es tan repentino, hace un par de horas no me imaginaba en esta situación y ahora corro por toda la casa buscando algo para ponerme. Además, también necesito verme decente. Siento la tétrica mirada de mi padre sobre mí. —Voy a dar por terminado tu sufrimiento y te daré lo que buscas. Hecho a la medida. —Me alcanza una bolsa, muy elegante, por cierto. Lo mejor es lo que hay en su interior, un vestido negro muy hermoso. Es algo corto, pero tiene mangas, perfecto para mis brazos de Frankenstein.

 

—Gracias… Muchas, muchas gracias. —Lo abrazo como para nunca soltarlo. —Eres el mejor papá del mundo.

 

—Y eso que he estado improvisando toda mi vida. —Río placenteramente ante lo que dice. —Necesitamos hablar. —De un momento a otro se pone serio.

 

—Niego cualquier hecho del cual se me acusa y no hablaré hasta que venga mi abogado. —Me defiendo ágilmente, a veces es peor si lo dejo pensar mucho tiempo. Pero, pensándolo bien, ¿qué pude hacer mal?

 

—En primer lugar no tienes un abogado. —Me recuerda de la forma más irónica posible.

 

—Pero si contactos, no me llevarán a prisión sin dar pelea. —Pongo mis manos como puños y empiezo a lanzar golpes al aire, haciendo más evidente mi punto de vista.

 

—¿Te parece un buen momento para pelear? —Pues no es como imaginas pasar el día de tu graduación, pero…

 

—Siempre es un momento perfecto para pelear, por las razones correctas, obviamente. —Sonrío con aires de grandeza.

 

—¿Y cuales serían esas razones correctas? —Cuestiona incrédulamente, cruzándose de brazos.

 

—No lo sé, tú dime. —Arrugo levemente el entrecejo y sonríe resignado ante su evidente derrota.

 

—Bueno, está claro que siempre vas a desviar la plática. —Intento interrumpir, pero no me lo permite. —Por lo tanto, déjame hablar. —Abro la boca dispuesta a contraatacar. —Por favor, Amelia. —Suspiro resignada y le hago un ademán con la mano para que continúe. —Fue muy grosero lo que le dijiste al médico, solo está intentando ayudarte.

 

—Tal vez no quiero que me ayuden, ¿no lo has pensado? —Agacho la mirada, no quiero que me recrimine nada.

 

—Igualmente, no debiste tratarlo de esa forma. Es mayor que tú y en ningún momento te falto al respeto. —Me encojo de hombro. Tal vez si estuve un poco mal, pero él empezó. —A parte de eso, también saliste sin consentimiento alguno del su consultorio.

 

—¿Qué ganaba con quedarme? O dime, ¿lo que te dijo te hace más feliz? —Me acomodo en el sofá.

 

—No… Y no puedes ignorarlo, lo que tienes es serio. —Eso es precisamente lo que quería evitar, esa innecesaria preocupación en su tono de voz. —Esto ya ha dejado de ser un juego.

 

—¿Alguna vez consideraste que fuera un juego? —Lo miro algo especulante mientras niega lentamente.

 

—Nunca… En cambio, tú... —Deja las palabras en el aire, no se atreve a completar la oración y luego de varios intentos desiste. —Solo quiero verte bien.

 

—Y lo estaré. —Afirmo con una falsa decisión que solo mi progenitor puede creer.

 

—Mandy está em-ba-ra-za-da. —Suelta de repente con la voz algo temblorosa.

 



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En el texto hay: diversion, locuras, raros

Editado: 21.06.2021

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