El Club De Los Suicidas - El Amor Antes De La Muerte.

6 - ¿ME VAS A EXTRAÑAR CUANDO NO ESTÉ?

¿ME VAs A EXTRAÑAR CUANDO NO EsTÉ?

 

 

Me encontré tocando la puerta de su casa con manos temblorosas. No sabía si iba a estar ahí pero igualmente hice el intento. Me maldije a mí mismo porque me sudaban las manos. Es cierto que no había cruzado más que un par de palabras con ella pero lograba ponerme nervioso el simple hecho de pensarla. Luego de la conversación que escuché ayer, solo quería saber más y más, como si el tema me obsesionara. Calum no hizo ningún comentario y continuaron con el estudio como si nada. Ella era rara, sí, pero ¿qué tenía que haberle pasado como para responder eso? O peor, ¿qué tan cierto era eso de que no iba a estar viva para la graduación? Las preguntas se agolparon en mi cabeza y cuando estaba formulando respuestas la puerta se abrió dejándome ver a la mujer que nos había llevado la comida el otro día. Parecía contenta de verme o quizá solo era que no estaba acostumbrada de ver a otras personas que no fuesen sus tres amigos. Me recibe con una alegría que me desconcierta y me invita a pasar. Me ofrece algo de comer, de beber, asiento y a todo digo que no. Solo quiero verla a ella. Parece entenderlo porque me hace señas para que la espere. Su inglés es bastante tosco y supuse que no lo habla muy bien pero aun así le entendí. Paseé por la sala para mirar detenidamente las fotos mientras la escucho alejarse por las escaleras a una velocidad más rápida que lo que requería la situación.

Tomo en mis manos un portarretratos. Uno diferente que al que vi la primera vez que estuve ahí. Era Sabine un poco más crecida, quizá con catorce años, subida a la espalda de quien supuse su hermano. La sonrisa, los ojos achinados y los dientes perfectos lo delataron. ¿Era más grande que ella? ¿Estaba en la Universidad? ¿Había ido al mismo instituto que ella?

–Es mi hermano –me sobresalta una voz a mis espaldas. Dejo el portarretratos rápidamente en su lugar y volteo. Sabine estaba vestida con pijama color gris

¿debajo de toda esa ropa que siempre llevaba tenía ese cuerpo? Dios santo, qué desperdicio. El pelo suelto caía en cascada y me pareció una chica más que bonita.

–Murió hace años. ¿Qué haces aquí? –no había llegado a procesar que era su hermano cuando me había contado que había muerto que me había hecho una pregunta para la cual no tenía respuesta ¿Qué hacía ahí? Podía decirle que era por Español pero era una burda mentira aunque mi mejor coartada. Ella seguía impaciente por la respuesta y yo era tan estúpido que me había olvidado hablar. Sabine no era una chica normal, no era un ligue normal y me hacía sentir cualquier cosa menos como un adolescente normal. Su presencia, fuerte y decidida, misteriosa por momentos, me ponía patéticamente nervioso.

–¿Español? –sonó más a pregunta que a una respuesta y ella, contra todo pronóstico razonable, se lo tomó con humor porque rió suavemente y me hizo señas de que la acompañase.

Y así lo hice. Pasé toda esa tarde con Sabine hablando de muchas cosas menos de español. Evitó toda pregunta que le pudiese hacer con respecto a su familia y a cambio le conté todo sobre la mía. Cómo mamá nos había abandonado hace tantos años para irse con un tipo al continente, el año que estuve en Londres, detalles de mi relación con mi hermano, lo que era tener un mellizo que sea tan opuesto, del trabajo de mi papá y cómo intentaba estar por lo menos cuatro veces por semana al horario de la cena. Le conté que íbamos al campo cuando éramos chicos y que era la época que más feliz fui. Hoy se me distorsiona la conversación un poco, ¿ella había reído tanto como recordaba? ¿Habíamos fumado tantos cigarrillos? ¿Me había contado que su niñera se llamaba María? ¿Inventé hoy, años después, que ella corrió la mirada cuando le dije que me parecía linda?

–¿Por qué me miras tanto? –me dice luego de reírse sobre un chiste malo que había hecho.

–Me pareces linda, Sabine.

Me la cruzaba en algunas clases estando con sus amigos y nos saludábamos con un asentimiento de cabeza y una sonrisa pequeña. Así pasaron los siguientes días hasta que un día me encontré siguiéndola a la salida del instituto. Caminaba rápido como queriendo llegar a su casa pasando desapercibida. No lo logró. En una esquina logré alcanzarla y toqué su hombro. La imagen que vi me devastó pero no se lo hice saber. Estaba llorando y su mirada estaba cargada de sufrimiento. No estaba moqueando, o con los ojos simplemente hinchados, no. Estaba llorando a mares. El delineador corrido y una profunda tristeza en sus ojos. No sé cómo pasó pero solo atiné a abrazarla. Se rehusó un poco, y jamás voy a admitir que me molestó al principio, hasta que se amoldó perfectamente a mis brazos. Sabine era menuda y lo parecía aún más en ese momento. Tembló, lloró y estoy seguro de que ahogaba sus gritos y sollozos en mi remera que ya no era blanca. Nunca sentí tanta lástima por alguien como por ella en ese momento. Fueron largos los minutos que estuvimos así hasta que los temblores cesaron y dio paso a la calma. Pero seguimos así. Ella aferrada a mi cintura como si su vida dependiera de ello y yo acariciando su espalda y su pelo con una ternura desconocida. Vamos, no era el príncipe azul que todas esperaban y de hecho era bastante conocido por ser bastante brusco, ¿por qué seguía teniendo éxito en el sector femenino? Una pregunta sin respuesta.

Acompañé a Sabine hasta su casa en silencio quebrado únicamente cada tanto cuando se sonaba la nariz en un gesto muy poco femenino. Cuando llegamos me invitó a pasar y no lo dudé.

Comimos en silencio y nos acostamos en la cama luego de sacarnos las zapatillas. En un acto que consideré involuntario la abracé y me inundé de su olor.



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En el texto hay: hermanos, suicidio, amor amistad

Editado: 16.05.2021

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