El Club De Los Suicidas - El Amor Antes De La Muerte.

7 - EL INFIERNO ESTÁ CLAUSURADO.

EL INFIERNO EsTÁ CLAUsURADO

 

 

No la vi durante los días siguientes. Mejor dicho, sí la vi pero no cruzamos miradas en lo más mínimo. La observé pasar por mi lado sin inmutarse. Siempre acompañada de Fénix y de André. Nissan la acompañaba durante el almuerzo o hasta las clases que no compartían.

Ese día en particular teníamos Español. Sabine no había faltado un solo día a ninguna clase y no creí que ese día fuera la excepción.

La esperé sentado como un imbécil con la espalda demasiado recta sobre el respaldo con un grado más de ansiedad del que le admitiría a cualquiera.

El aula se llenó y acto seguido la profesora González cerró la puerta.

Sabine nunca apareció.

La encontré en mi casa. Riendo con mi hermano. ¿En qué momento había pasado eso? Calum parecía suelto, como si el terreno de Sabine fuese uno conocido. Saludé con un asentimiento de cabeza y un breve “hola” que no tuvo respuesta. Ella no me miró y yo no pude sacarle los ojos de encima hasta que me obligué a entrar a la cocina.

En el entrenamiento del día siguiente, el entrenador tuvo que separarnos a mi mellizo y a mí. De un codazo le desvié el tabique de la nariz.

Estaba decidido a encararla. A esperarla aunque me llevara todo el día. Era sábado nueve de la mañana y yo ya iba por el tercer cigarrillo. No me sorprendió cuando la puerta se abrió y María me invitó a pasar; ya eran las doce del mediodía para ese momento.

Sabine estaba acostada sobre el colchón tarareando una canción. Sin mirarme me hizo un lugar al lado suyo al que yo acudí sin chistar.

Escupió las palabras casi sin pensar y me habló de su famoso Club de los Suicidas.

–No pretendo que lo compartas. Solo que lo entiendas. No quiero tenerte cerca pero no puedo tenerte lejos. Siempre me despido de Fénix, de Nissan y de André como si no los fuera a volver a ver. Pero no puedo hacer lo mismo contigo. Pertenecer al club requiere pagar costos muy altos.

–¿Ellos también… –no pude terminar la pregunta por el simple hecho que no sabía qué preguntar ¿ellos también van a suicidarse? ¿Hicieron un pacto suicida? No fue necesario terminar la pregunta porque ella me dio la respuesta.

–¿Si ellos van a suicidarse? No –ríe suavemente, sin mostrar los dientes–. Claro que no. Solo están ahí para asegurarse.

–¿Asegurarse qué? –pregunto curioso.

–Que cumpla todas las condiciones que me impusieron.

Resulta que bailar descalza en plena lluvia era una de las cosas que tenía que hacer antes de irse para siempre. Me niego rotundamente a decir que ella se iba a morir. Irse es más ambiguo, no hay certezas de dónde.

El término “irse” me hace mejor. Es incierto. Como lo nuestro. Como yo. Como ella.

Terminamos con una gripe que me obligó a perderme el juego de ese fin de semana. No puedo recordar la mentira que dije en casa pero sé que lo volvería a hacer. Estuvimos todo el sábado acostados viendo películas y tomando té.

Conocí a su madre el domingo por la tarde cuando ambos estábamos comiendo en la sala. Me había instalado el fin de semana ahí. Porque quise y porque ella lo quiso así también.

Hoy, con el pasar del tiempo, recuerdo su mirada penetrante muy parecida a la mirada que te regalaba Sabine, casi, todo el tiempo. Pero era en lo único que se asemejaban. Luego, eran agua y aceite. Me sentí ajeno cuando intercambiaron unas cuantas palabras. Como si hubiese un secreto entre ellas del que yo no era parte.

Luego supe que no se veían mucho pero que se tenían un amor infinito. Laura vivía trabajando fuera de la ciudad mientras ella se dedicaba a estudiar.

Nunca mencionó a su padre hasta tiempo después.

Compartimos lo que quedaba del fin de semana entre besos inocentes y abrazos eternos. El día siguiente todo iba a volver a la realidad donde solo compartíamos Español, en el cual había mejorado notablemente, y unos cuantos saludos entre clases.

Me sorprendió, y no gratamente, verla en mi casa ese viernes por la tarde abrazada a mi hermano como si de un ancla se tratara.

Ninguno de los dos notó mi presencia por lo que, con la sangre latiéndome en las sienes, subí a mi cuarto cerrando la puerta de un portazo.

La semana siguiente fui yo quien no le dirigió la palabra y se la pasó con Stacy ¿o era Stella? paseándose por los pasillos del colegio.

No me duró mucho. Al finalizar el viernes ella me esperaba sonriéndome con un cigarrillo en mano para llevarme a casa. Ese día llovía.

–Tacha de la lista tomar tequila con sal y limón luego de subirte a una montaña rusa –me dice mientras pone el reproductor de música en marcha.

–Ah, ¿sí? ¿Y quién fue al afortunado que te acompañó en esa odisea? –pregunto mientras que con una lapicera tacho ese punto de la “lista de cosas a hacer mientras estoy viva”.

Con una soltura que no me sorprendió en absoluto y sin mirarme me respondió algo que hubiese preferido no saber.

–Con tu hermano.

Mi relación con Calum iba de mal en peor y se notó cuando en la mesa de la cena de esa noche mi padre tuvo que separarnos. No era porque no me había pasado la sal, ni porque estaba cansado de escucharlo hablar de lo bien que le había ido en Química en el examen. Aunque mi papá creyó eso en un principio, supo que algo no estaba funcionando entre nosotros dos. No quise hablar ese día y ambos nos fuimos a dormir dejando solo a nuestro padre en el comedor.



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En el texto hay: hermanos, suicidio, amor amistad

Editado: 16.05.2021

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