El Coleccionista de Muñecas

Capítulo 1: La Trampa de la Elegancia

El nombre de la joven era Zia. Un nombre que evocaba tierras lejanas, especias raras y atardeceres imposibles, pero que en la gris urbe moderna sonaba a anhelo de otra vida. Zia había pasado sus veintiséis años sintiéndose ordinaria, hasta que él apareció.

Él se llamaba Caspian Vance.

Caspian no era simplemente atractivo; era un concepto de belleza masculina. Poseía la serenidad de una estatua de mármol, pero con una chispa de inteligencia líquida en sus ojos, de un color ámbar tan puro que parecían filtrar la luz. Su cabello, del tono de la caoba pulida, caía en ondas perfectas sobre un traje que parecía hecho de seda de sombra. Conoció a Zia en una galería de arte moderno, donde su risa melódica sobre un comentario banal eclipsó el arte expuesto.

El cortejo fue un torbellino de elegancia y exclusividad. Cenas en restaurantes secretos, viajes en avioneta a viñedos remotos, regalos que no eran ostentosos, sino inquietantemente perfectos, como si hubiera leído los deseos de Zia antes de que ella misma los formulase. Zia, la chica que se había sentido tan ordinaria, cayó rendida a sus encantos. Su vida se había transformado en un cuento de hadas donde ella era, por fin, la princesa.

Las primeras citas fueron en público, llenas de la luz de la ciudad. Pero la relación se profundizó y Caspian comenzó a invitarla a su santuario privado: una mansión a las afueras de la ciudad.

La Mansión Vance no era una casa, sino una aparición. Levantada en una colina solitaria, estaba construida con una piedra oscura que cambiaba de color con la luz, y sus jardines, geométricos y perfectos, estaban cuidados con una manía casi enfermiza. Era tan hermosa que parecía mágica, como si un hechicero la hubiera invocado de un sueño.

—Es magnífica, Caspian —dijo Zia la primera vez, sintiendo una punzada de nerviosismo ante tanta perfección.

—Es solo mi refugio, Zia. Y ahora, espero que sea el nuestro —respondió él, besándole la mano con una reverencia que la hizo sentir como una reina.

Pero la belleza de la mansión venía acompañada de una sombra sutil. Cada vez que Zia se quedaba a dormir después de una velada romántica, los sueños la asaltaban con una intensidad perturbadora. No eran sueños de miedo, sino de una desesperación susurrada.

En la penumbra del sueño, escuchaba voces etéreas, femeninas, que se arremolinaban cerca de su oído:

Vete, Zia. Vete ahora.No regreses, te lo ruego.El encantamiento es solo una capa... el interior es frío.

Zia se despertaba sudando frío, el corazón martilleándole en el pecho, pero la mañana llegaba con el café humeante y el rostro sereno de Caspian, quien la tranquilizaba con besos y promesas. Zia, cegada por el amor y la novedad de ser deseada, los desestimaba como pesadillas inducidas por el estrés. Eran solo el eco de sus viejas inseguridades. La magia de Caspian era más fuerte que cualquier advertencia onírica.




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