El Coleccionista de Muñecas

Capítulo 4: La Venganza de la Tela y el Hueso

La presión no era física, sino una marea de hostilidad pura. Caspian, el depredador, se sintió de repente observado por setenta pares de ojos muertos. Se enderezó, sintiendo un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura.

—¿Qué pasa? —murmuró, mirando de reojo a la muñeca más cercana, la de la cortesana parisina.

La muñeca no se movía, pero el ojo de cristal de la cortesana pareció captar la luz con una intensidad antinatural, como si estuviera a punto de romperse. Y Caspian escuchó algo. No un grito, sino un susurro seco y prolongado que venía de todas partes a la vez, como el roce de seda sobre huesos.

¡Pagaras!

Caspian se giró, su rostro de mármol finalmente mostrando una fisura de miedo. —¡Silencio! ¡Son solo piezas de arte! ¡No son nada!

Somos todo lo que queda de tus caprichos, Vance —respondió el coro de la sala.

La muñeca de la geisha, vestida de seda color cereza, se inclinó imperceptiblemente sobre su peana. Su mano, una mano de polímero perfectamente conservada, se levantó lentamente. El movimiento era antinatural, silencioso, como el giro de un maniquí roto. El dedo rígido señaló a Caspian.

Y ahora... tú eres nuestro.

El terror inundó a Caspian. No era el miedo a un fantasma, sino el pánico de un control absoluto, reflejado en los ojos de sus propias creaciones. Intentó huir, correr hacia la puerta, pero el mecanismo de la cerradura no reaccionaba.

Zia, en su peana, sintió una oleada de energía. Su conciencia estaba conectada a las demás. Entendió. El té de Lótus del Silencio había paralizado su cuerpo, pero el shock de la traición y la presencia del Corazón Esmeralda (la joya incrustada en su pecho en un retcon mental de emergencia) había roto la barrera entre las almas encarceladas y sus cuerpos de muñeca. Ellas no podían moverse libremente, pero podían ejercer una influencia sutil, psíquica, un control parcial sobre el espacio.

Zia pensó en la silla de Caspian. ¡Quieta!

La silla, que Caspian estaba a punto de usar para intentar romper un panel, se deslizó por el suelo y se puso exactamente en el centro de su camino. Tropezó con ella, cayendo torpemente.

Mientras estaba en el suelo, el coro se intensificó. El sonido ahora era una sinfonía de tela rasgándose y cristal crujiendo. Las muñecas comenzaron a arrastrarse.

No se movían con la fluidez de un cuerpo vivo, sino con el crujido de bisagras oxidadas y la lentitud de una pesadilla. Los pies de seda y polímero se arrastraban por el suelo. La muñeca de la enfermera, con su ropa blanca almidonada, se acercó primero.

Caspian intentó gritar, pero su voz se quebró en un patético chillido. El miedo se había convertido en un veneno que paralizaba su propia voluntad.

El final de Caspian fue lento y meticuloso, digno del horror que había infligido. Las muñecas lo rodearon. No lo tocaron para rasgar su carne o romper sus huesos. Lo torturaron con el mismo arte que él había aplicado.

Mientras las muñecas lo inmovilizaban con una presión invisible y psíquica, la muñeca de la geisha se acercó y, con el mismo bisturí que Caspian iba a usar en Zia, comenzó a trabajar.

No lo mataron. Lo convirtieron.

Trabajaron toda la noche, bajo el mando silencioso de Zia. Lo embalsamaron mientras estaba consciente, preservando su expresión de terror absoluto y su cuerpo perfectamente. Le reemplazaron los ojos por el mismo cristal de roca que había usado en sus víctimas. Su vestimenta fue cambiada por un uniforme de marinero de juguete, irónico y humillante.

Al amanecer, la obra estaba terminada. Caspian Vance era ahora la última y más preciada adición a su propio museo. Estaba colocado en la peana que había destinado para Zia, con su rostro psicópata de terror congelado para la eternidad.

Zia, en su peana, seguía paralizada, pero ahora sentía una paz fría. El terror había terminado, reemplazado por la justicia.

El coro de susurros resonó en su mente, esta vez con una nota de triunfo:

Bienvenida a casa, hermana Zia.

La puerta de la cámara se abrió. Nadie había ido a buscarlos, nadie había escuchado los ruidos. Los sirvientes simplemente encontraban la casa abierta y sin rastro de su amo. El plan de Caspian para salir y celebrar su última "creación" había sido frustrado por las muñecas. Ellas habían abierto la puerta.

Ahora, la sala era su refugio y su infierno. Las setenta y una almas atrapadas vivirían para siempre en sus cuerpos inmutables, contemplando la pieza central: Caspian.

Y cuando el siguiente huésped desprevenido fuese atraído por la belleza mágica de la mansión, el círculo de muñecas, con Zia entre ellas, solo necesitaría girar sus cabezas de cristal para esperar, en un silencio eterno, a que el nuevo coleccionista se convirtiera en la próxima víctima. La puerta estaba abierta. La trampa, perfecta.

FIN




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