El coleccionista y la escurridiza señorita Stuart

Capítulo I. Sobre los cuentos de hadas

—No, no acepto.

—¿Disculpa? —preguntó Fabián anonadado.

—¿Sabes por qué llegamos a esta situación y a tu cara de desconcierto? Porque en algún momento de nuestra conflictiva relación, tú te convenciste de que el motor de mis acciones era un sentimiento de amor hacia tu ex esposa.

—¿Y no lo es? —inquirió frunciendo el ceño.

—Estoy enamorado de la señorita Stuart, por supuesto, pero esto no tiene que ver con ella, sino con la satisfacción personal de ver consumada una venganza.

—No comprendo.

—Intenté ser racional contigo —recordó—. Te ofrecí un trato justo e incumpliste tu palabra; no podía dejarlo pasar.

—Pero…

—Ahora eres tú el que debe decidir si su ego es más grande que su cordura —interrumpió.

—Eres un desgraciado —despotricó vehemente.

—Lo que ofrezco es más que justo y lo sabes.

—No aceptaré tus migajas —reviró—, sería como aceptar mi derrota.

—Estás derrotado, sea que lo aceptes o no.

—Aun puedo destruir a esa prostituta —amenazó enardecido—, puedo ocasionarle más daño del que tu mente es capaz de imaginar.

—Hazlo, nada te detiene.

—Lo haré, juro que lo haré.

—Entonces supongo que no tenemos nada más que hablar.

—¡Quiero mis malditas monedas de vuelta! —vociferó ensayando todo tipo de ademanes ampulosos.

—Entrega la custodia de Ámbar a su madre y te doy mi palabra de que las tendrás.

—¿Y humillarme frente al mundo? —retrucó tembloroso.

—Todos ganamos. Tú obtienes las monedas, Ivana recupera a su hija, y yo me sacié con el más delicioso de los postres; la venganza.

—¿Cómo se supone que gano si solo recupero lo que me robaron? —reflexionó entre dientes, decidido a no dar el brazo a torcer.

—Ivana podría decir exactamente lo mismo —replicó elevando las pestañas—. Sin embargo, estoy seguro de que rebozará de felicidad con la noticia.

—Maldita la hora en que te cruzaste en mi camino —despotricó impotente, abriendo y cerrando los puños de modo incesante.

—No, maldita la hora en que comenzaste a creer que eras mejor que yo.

Entretanto, mientras buscaba refugiarse en los brazos amorosos de su madre, a la espera de que amainaran los ánimos caldeados producto de su sociedad circunstancial y temporal con un bibliófilo descarriado, Ivana recibió un llamado sorpresivo que le permitía saborear el fruto de su engaño demasiado rápido, casi como si se tratara de un milagro divino, un guiño del destino que le permitía rasguñar la felicidad en toda su dimensión.   

—Fabián me llamó esta mañana —comentó mientras degustaba su café.

—Odio a ese cretino.

—Son buenas noticias mamá.

—¿Viniendo de él? —preguntó con un gesto adusto—. Déjame dudarlo.

—Dijo que sus abogados se pondrán en contacto conmigo para modificar los términos de la tenencia de Ámbar.

—¿Eso qué significa? —indagó Miranda temblorosa, generando con sus temblores un pequeño tsunami en su taza de té semi vacía—, ¿acaso se dignará a dejarte ver a tu propia hija?

—Mejor.

—¿Mejor?

—Tendré la custodia completa —anunció con un grito estridente.

—Creo que mis oídos están jugándome una mala pasada.

—Tus oídos están perfectos.

—¿Cederá la custodia así sin más? —inquirió con un nudo en la garganta.

—Bueno, no es tan sencillo como parece.

—Lo sabía —replicó—, siempre hay truco con ese desgraciado.

—¡No! —exclamó—. Me refiero a que no lo hace por bondad, mucho menos de motu proprio.

—¿Entonces?

—Es una larga historia.

—Lo escucho y no lo creo.

—Podrás ver a tu nieta todos los días —anunció con las lágrimas cayendo a raudales de sus ojos.

—Quiero los detalles.

—Dudo que quieras escuchar que tu hija se convirtió en una vulgar criminal.

—¿Ivana? —balbuceó—. Aclárame ese enunciado antes de que me dé un infarto.

—Fabián es un ser sin escrúpulos, egocéntrico y controlador que no tolera que nadie lo supere.

—Un narcisista hecho y derecho —asintió.

—Por eso le dimos de tomar de su propia medicina.

—¿Le dimos?

—No puedo quedarme con el crédito, la idea salió de una mente tan brillante y perversa como la de Fabián.

—¿Acaso Darío…

—Mamá —interrumpió—, ese es otro tema que me gustaría charlar contigo.

—Reconozco ese tono de voz, son malas noticias.




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