El collar de la discordia

II

El placentero sueño del detective Fausto se vio interrumpido por el canto de algunas ruidosas aves que volaban en el tranquilo cielo del pueblecito de San Miguel. Como un reloj bien afinado, se levantó de un salto, consciente de que sería una larga y tediosa jornada por delante. 

Después de una rápida ducha, se vistió, agarró un portafolios y salió rápidamente de su hotel. Se dirigió a la cafetería donde la misma chica del día anterior se dispuso a tomar su pedido.

— Buenos días señor. ¿Que le apetece?

—Buenos días, un café, por favor.– exclamó poniendose cómodo en una mesa.

Dirigió su mirada a su lugar de trabajo, al otro lado de la calle, donde un hombre de, aproximadamente, unos cincuenta años, vestido elegantemente esperaba junto la puerta acompañado por otro hombre, vestido menos formal.

—Que el café sea para llevar. — se puso en pie, sacó rápidamente un billete y se dirigió rápidamente a la caja.

En cuanto estuvo el café, lo agarró y salió apresuradamente, cruzando la calle sin siquiera ver a ningún lado.

—Buenos días caballeros, ¿en que les puedo ayudar?— exclamó en cuanto se acercó.

— Buenos días, ¿Es usted el nuevo detective? — preguntó el hombre elegante.

—Si señor, soy el detective Fausto Galvis, ¿y usted?

—Dorian Gandul, el alcalde de San Miguel.

—Tenía deseos de conocerlo señor alcalde, es más pensaba visitar la alcaldía el día de hoy.

—Ahorrese las formalidades detective, he venido a buscarlo por un asunto muy delicado y usted, se supone, es el hombre para resolver un delito

—Digame señor, de que se trata.

— Subamos al carro.

—Claro.— Respondió nerviosamente mientras el café en su mano delataba el temblor de la misma.

El acompañante abrió la puerta al alcalde, mientras por el otro lado rápidamente se subió Fausto. Una vez estuvieron dentro el hombre puso en marcha el vehículo.

—Le contaré mientras disfruta de su café. Anoche se celebró una fiesta por el cumpleaños de mi sobrina menor. Mi hermano había comprado un muy valioso collar, para entregarselo durante la fiesta; sin embargo, a la hora de buscarlo, simplemente no apareció, fue robado.

—¿Qué tanto es "muy valioso"? — preguntó el detective, dando un sorbo al café.

— Lo suficiente, como para buscarlo hasta el fin del mundo. — aseveró el alcalde frunciendo el ceño.

— ¿Y eso es?

— Un millón... De dólares.

Se hubiese tirado el café encima, de no haberlo terminado justo en el trago que acababa de tomar, se atragantó y tosió bastante.

— Eso es mucho, señor.— atinó a responder apenas se repuso.

— Claro que si hombre, por eso le he buscado, usted debe ayudar a dar con el ladrón y con el collar.

El auto se detuvo en frente a una gran mansión, bajaron del auto y se entraron a la que era la mansión de los Gandul, donde se encontraba la escena del crimen. Al entrar, fue recibido por un hombre de mirada severa y elegante apariencia, que mostraba su preocupación por el collar perdido.

—Este es el hombre. — dijo el alcalde al hombre.

—Soy el detective Fausto Galvis, y voy a investigar la desaparición del collar. Puede dejarnos señor Alcalde.

— Astón Gandul, el dueño del collar robado.— El hombre apenas si se movió — El collar era una joya histórica y de incalculable valor, y su desaparición simplemente no se puede permitir.

— ¿Donde fue la última vez que lo vio?

— En esa habitación, la cual siempre estuvo cerrada, y a la cual solo yo tengo acceso.

 Fausto examinó la habitación donde se suponía que estaba guardado el tesoro, buscando pistas que lo llevaran al culpable.

La habitación, decorada con muebles antiguos y cuadros de artistas famosos, tenía un aire de elegancia en cada rincón. Sin embargo, no se encontraba ninguna señal evidente de un robo. No había puertas forzadas ni ventanas rotas. Parecía como si el collar se hubiera evaporado en el aire.

—No hay ninguna señal de se haya forzado la puerta, ni mucho menos las ventanas, están intactas. Señor Gandul, voy a hacerle unas preguntas para tratar de entender mejor los detalles de los hechos.

Gandul asintió.

—Aparte de usted, ¿quien más tiene acceso a esta habitación?

—Ya le dije, no entra nadie más que yo, las personas del servicio entran cuando yo se los permito, para que hagan la limpieza.

—¿Cuándo fue la última vez que vio el collar?

— Ayer, a media tarde lo puse en ese cofre.

— ¿En ese momento habia alguien más con usted?

— No, hombre, no había nadie conmigo. Puse el collar en el cofre y salí, cerrando con llave.

— ¿En que momento noto que no estaba?

—A las ocho y media más o menos. Cuando vine a buscarlo para llevarlo al salón de la fiesta.

— Recibió visitas, antes que llegarán los invitados a la fiesta.

— No, nadie.

Las respuestas de Astón dejaban desconcertado a Fausto, esperaba encontrar al menos un sospechoso, o algún indicio que le permitiera avanzar en la investigación.

— Tendré que entrevistar, a solas, a los empleados que estuvieron ayer durante el tiempo que se perdió la joya

— Todos están aquí. Puedo acomodarle una pequeña oficina.

— Se lo agradecería mucho.

Salieron de la habitación y en la sala estaban tres mujeres y dos hombre sentados en la sala, eran las personas del servicio.

—Antonio.— dijo el señor Gandul.— Que el estudio este vacío.

Uno de los hombres se levantó y se marchó rápidamente, al cabo de unos segundos volvió e hizo un gesto de aprobación a su jefe.

—Le ruego señor Gandul que me deje a solas con ellos.

La solicitud pareció no agradar a Astón; sin embargo accedió.




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