El Color de la Lluvia

El Rescate

El zumbido constante de las luces de tubo era la música de fondo de electrónica, una materia que, por lo menos, tenía más orden que el quilombo impredecible de mis compañeros. Yo estaba metido hasta la médula en un esquema de circuitos, tratando de entender la resistencia de un componente que se me escurría, cuando una sombra se plantó sobre mi cuaderno.

"¡Eh, cerebrito!" La voz inconfundible de Lucas, mi mejor amigo y compañero de incontables horas frente a la pantalla, resonó a mi lado. Él era todo lo contrario a mí: charlatán, con un humor ácido y una habilidad natural para moverse por el lío social del colegio. Para mí, era como un traductor del idioma complicado de la gente.

"¿Qué querés, sanguijuela de píxeles?" respondí sin levantar la vista, aunque una pequeña sonrisa se me escapó.

"Vengo a salvarte de la peste que se viene," dijo con un tono de actor de teatro, señalando disimuladamente hacia la puerta. "Sofía Márquez a la vista, nivel de alerta: charla innecesaria en camino."

Eché una mirada rápida hacia la puerta y, efectivamente, ahí estaba Sofía, parada charlando animadamente con la profesora de química. Su energía parecía llenar el espacio, incluso desde lejos.

"Mi ángel guardián," murmuré con alivio. "Siempre llegás justo a tiempo."

Lucas me dio una palmada en el hombro con una sonrisa cómplice. "Es mi deber protegerte de las novelas sin fin sobre el último drama de sus amigas o la guerra épica contra una uña encarnada."

Justo en ese momento, la profesora de física carraspeó, llamando la atención de la clase. "Señor Benavides, ¿podría decirnos cuál es la resistencia total del circuito?"

"Eh... eh... 12 ohmios," respondí, un poco perdido por la interrupción y la necesidad repentina de volver a la realidad.

"Correcto," dijo la profesora, con un tono que daba a entender que mi respuesta había sido más suerte que conocimiento verdadero.

La clase siguió, y Lucas y yo nos pasamos algunas notitas con comentarios ácidos sobre la explicación de la profesora y las rarezas de algunos compañeros. Él tenía un don para las imitaciones y los chistes rápidos, lo que hacía que hasta la clase más aburrida se aguantara un poco más.

En un momento de cambio de actividad, cuando la profesora pidió que nos juntáramos para un experimento, sentí un toque suave en el brazo.

"Mateo, ¿te molesta si me uno a tu grupo?" Era Sofía, con su sonrisa amable de siempre.

Mi primer impulso fue buscar a Lucas con una mirada de auxilio silenciosa, pero él ya estaba con otros dos compañeros. Me encontré solo frente a la inminente "plaga narrativa".

"Claro," dije, tratando de sonar lo menos entusiasmado posible.

Sofía se acercó a mi mesa, trayendo con ella una nube de su perfume con olor a flores. "¡Genial! Le estaba contando a la profesora sobre el festival de música al que fui el fin de semana pasado. ¡Fue increíble! ¿Te gusta la música?"

"Algo," respondí sin dar detalles, concentrándome en los materiales del experimento.

"¡Ay, tenés que escuchar a esta banda que descubrí! Se llaman 'Los Calamares Cósmicos'. Son... ¡únicos!" Su entusiasmo era contagioso, aunque el nombre de la banda me generaba mis dudas.

Justo en ese momento, una compañera, Carla, se acercó a nuestra mesa. "Sofía, ¿viste mi regla? La necesito para hacer un cuadrado."

"¡Ay, no! Creo que la vi por allá," respondió Sofía, señalando otra mesa. "Ahora vuelvo, Mateo."

"Gracias, Carla," murmuré en voz baja cuando Sofía se fue. Carla me devolvió una sonrisa divertida, como si entendiera perfectamente mi situación.

Cuando Sofía volvió, traía no solo la regla de Carla, sino también a otro compañero, Javier, que parecía igual de interesado en el experimento. La cosa del grupo cambió, y la charla se centró más en cómo hacer las cosas y qué resultados obteníamos que en las aventuras musicales de Sofía.

En otro momento de la clase, mientras esperábamos que un circuito se estabilizara, Sofía se giró hacia mí con una sonrisa traviesa. "¿Sabés a qué me recuerda este circuito? A la que tuve con mi secadora la semana pasada. ¡Fue un cortocircuito épico!"

Intenté poner una sonrisa educada, pero mi cabeza estaba más metida en los números del multímetro. Lucas, desde su mesa, me tiró una mirada de lástima y levantó el pulgar como diciendo "aguanta".

"Ya veo," dije, sin ver realmente nada más allá de los números en la pantalla.

"Pero al final lo arreglé. ¡Soy casi una ingeniera eléctrica amateur!" añadió con orgullo.

"Impresionante," comenté, sin poder evitar un ligero tono de sarcasmo.

Ella pareció darse cuenta, pero en lugar de ofenderse, se largó a reír. "¡Lo decís con tanta seriedad! ¿No te emocionan mis hazañas en casa?"

"Me mantienen despierto," respondí con una media sonrisa.

"¡Ah, entonces sí te intereso!" exclamó, con un brillo juguetón en los ojos.

Sentí que la cara se me calentaba un poco. "No dije eso."

"Pero lo pensaste," contestó, con una sonrisa que ahora tenía algo diferente, algo más... intrigante.




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