El pañuelo arrugado en mi mano era la prueba de mi derrota contra ese ejército invisible de virus que había decidido invadir mis pulmones. Quedarme en casa, envuelto en frazadas y con la nariz roja, era mucho menos copado que explorar mundos virtuales con Lucas. El ruido de la tele de fondo era mi única compañía, un contraste aburrido con el quilombo organizado del colegio.
Mi vieja se había empeñado en prepararme un arsenal de remedios caseros, desde mates de yuyos con un gusto raro hasta vapores de eucalipto que me hacían sentir como si estuviera adentro de un sauna portátil. El día se arrastraba con la lentitud exasperante de una tortuga con asma.
De repente, el timbre sonó en casa, un ruido inesperado que me sacó de mi sopor gripal. "¿Quién carajo será?" murmuré con la voz tomada. Mi vieja abrió la puerta y escuché murmullos y risas contenidas.
"¡Sorpresa!" Un coro de voces conocidas invadió el living. Lucas, Sofía, Carla y Javier estaban parados en la entrada, cargados de bolsas de papas fritas, gaseosas y una caja de galletas.
"¡¿Qué... qué hacen acá?!" logré decir, levantándome torpemente del sillón.
Lucas sonrió de oreja a oreja. "¡Operación 'Levantemos el ánimo del ermitaño engripado' en marcha!"
Sofía se acercó con una sonrisa dulce, aunque con un brillo travieso en los ojos. "Nos enteramos de que estabas hecho un trapo y pensamos que necesitabas un poco de compañía... y quizás evitar que te aburrieras hasta morir."
Carla y Javier asintieron, dejando las provisiones sobre la mesa ratona. "Y queríamos saber si la granja te había traumado para siempre," añadió Javier con una sonrisa burlona.
Un leve color se me subió a las mejillas al recordar mi pelea épica contra las aves y mi zambullida involuntaria en el barro con bosta. "Fue... una experiencia enriquecedora," dije con sarcasmo.
Lucas no pudo aguantar la risa. "¡Enriquecedoramente apestosa, diría yo! Todavía me acuerdo de tu cara cuando la gallina intentó hacer nido en tus pantalones."
"¡No intentó hacer nido! ¡Me atacó!" protesté, sintiendo cómo mi dignidad, todavía frágil por la enfermedad, se resentía.
Sofía se sentó en el piso frente al sillón, con las piernas cruzadas. "Admití que fue un poco gracioso, Mateo. Hasta la vaca me dio una ducha de leche personalizada."
"Fue un complot de la fauna local contra mí," dije, tratando de mantener una cara seria.
Carla se sumó a las risas. "Y tu elegante clavado en el barro... ¡el mejor momento de la excursión!"
Pasamos un buen rato recordando los desastres de la granja, exagerando los detalles y riéndonos de mi torpeza. Hasta yo terminé riéndome, aunque mi voz sonaba como la de un cuervo resfriado.
Entre anécdotas y snacks, la charla fluyó de manera natural. Hablamos de las clases que me estaba perdiendo, de los chismes del colegio y de los planes para el próximo finde. Me sorprendió lo fácil que era hablar con ellos, incluso con Sofía, sin sentir la necesidad de encerrarme en mi silencio.
En un momento, mientras Lucas y Javier discutían acaloradamente sobre quién era mejor personaje de un videojuego, Sofía se acercó a mí en silencio.
"¿Te sentís mejor?" preguntó en voz baja, con una mirada de preocupación sincera.
"Un poco," admití. "Gracias por venir."
"No queríamos que estuvieras solo y aburrido." Su voz tenía una calidez que no podía ser solo cortesía.
Hubo un silencio corto, durante el cual nuestras miradas se cruzaron. Sentí una punzada rara en el pecho, algo distinto al simple alivio de tener compañía. Era algo más... una conexión silenciosa que parecía flotar en el aire entre nosotros.
Lucas interrumpió el momento con una carcajada fuerte. "¡No puedo creer que digas que el 'Guerrero de la Noche' es mejor que el 'Dragón de Fuego'! ¡Estás delirando!"
Sofía y yo nos separamos por la interrupción, la tensión, si es que había alguna, se esfumó con la ligereza de la discusión de mis amigos.
Más tarde, mientras compartíamos un paquete de galletas de chocolate, Sofía me contó sobre un libro de fantasía que estaba leyendo. Para mi sorpresa, me encontré escuchándola con atención, hasta preguntándole detalles de la historia y los personajes. Su entusiasmo por el libro era contagioso, y por primera vez, sus palabras no me parecieron un simple ruido de fondo.
"Deberías leerlo," me dijo al final, como invitándome a compartir algo más que una charla casual. "Creo que te gustaría el protagonista, es un poco... solitario al principio."
"Quizás lo haga," respondí, sintiendo un calor suave en mis mejillas.
Antes de que se hiciera muy tarde, mis amigos decidieron que era hora de irse para que yo pudiera descansar. Me ofrecí a acompañarlos a la puerta, sintiéndome notablemente mejor que unas horas antes, y no solo físicamente...
En la puerta, Sofía se detuvo y me miró directo a los ojos. "Cuídate, Mateo. Y no dejes que las gallinas te ganen." Su sonrisa tenía un toque juguetón, pero sus ojos transmitían una dulzura que me resultó inesperada.
"Lo haré," dije, devolviéndole la sonrisa. "Y vos tené cuidado con las vacas vengativas."