El Color de la Lluvia

Bajo la Lluvia

El cielo era una tela gris plomizo que descargaba una lluvia constante sobre la ciudad, convirtiendo las calles en espejos brillantes y generando un murmullo que parecía envolverlo todo. Mateo, con su paraguas raquítico peleando una batalla perdida contra el viento, caminaba junto a Sofía después de una clase extra de matemáticas a la que ambos habían ido con resultados más bien dudosos…

"Creo que mi cerebro decidió declararse en huelga," comentó Sofía, con una sonrisa resignada mientras una gota rebelde se deslizaba por su mejilla. "Las ecuaciones son como un idioma de otro planeta para mí."

Mateo asintió, sintiéndose extrañamente identificado aunque las matemáticas no eran su peor pesadilla académica. "Por lo menos lo intentamos. Siempre podemos echarle la culpa a la lluvia por trabarnos las neuronas."

Lucas y Carla caminaban unos pasos atrás, compartiendo un paraguas demasiado chico para los dos y una charla animada llena de risas. Javier, fiel a su naturaleza precavida, llevaba un impermeable amarillo brillante que lo hacía parecer un patito gigante. La presencia de sus amigos aligeraba el ambiente, transformando una tarde lluviosa y aburrida en una especie de pequeña aventura urbana.

"¡Cuidado con ese charco, Mateo! ¡No queremos que te conviertas en un tritón de biblioteca!" gritó Lucas, señalando un pozo de agua considerable en la vereda.

Mateo hizo un esfuerzo para esquivarlo, tropezando un poco y agarrándose del brazo de Sofía para no perder el equilibrio. Por un instante, sus manos se tocaron, un contacto breve pero que le dio una pequeña descarga eléctrica. Sofía le dedicó una sonrisa amable, y él sintió un calor inesperado en las mejillas a pesar del frío húmedo.

Mientras caminaban, la conversación pasó a temas sin importancia: el último escándalo en las redes, el tráiler de una película de terror que prometía dar mucho miedo, la dieta rara del hámster de Javier. Mateo escuchaba a Sofía con una atención diferente, notando cómo sus ojos brillaban incluso bajo la luz gris del día, la manera en que su pelo ondulado se rizaba más con la humedad.

De repente, Mateo se dio cuenta de algo que nunca antes había pensado de verdad: nunca había besado a una chica. La idea lo golpeó con una fuerza sorprendente, generando una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Observó a Sofía mientras hablaba, su labio superior curvándose un poco con cada palabra, y una pregunta silenciosa empezó a formarse en su mente. ¿Cómo sería? ¿Qué se sentiría?

La lluvia se hizo más fuerte, obligándolos a refugiarse bajo el toldo de una pequeña cafetería. El ruido de las gotas golpeando la lona creó una especie de burbuja sonora a su alrededor. Lucas y Carla aprovecharon para pedir un café caliente, mientras Javier se sacudía el impermeable como un perro mojado.

Mateo y Sofía se quedaron parados cerca de la entrada, mirando la calle empapada. El silencio se extendió entre ellos, no incómodo, sino cargado de una tensión suave que Mateo no podía identificar. Sentía su corazón latir un poco más rápido de lo normal.

Sofía se giró hacia él, con una pequeña sonrisa en los labios. "Parece que la lluvia no quiere que nos vayamos."

"Supongo que no," respondió Mateo, sintiendo que las palabras se le trababan en la garganta. Sus ojos se posaron sin querer en los labios de Sofía, recordando su fugaz pensamiento anterior.

Ella pareció notar su mirada, y su sonrisa se desvaneció un poco, reemplazada por una expresión de curiosidad expectante. El aire entre ellos se cargó de una electricidad silenciosa.

Lucas carraspeó desde adentro de la cafetería. "¡Che, tortolitos! ¿Se van a quedar ahí plantados o van a entrar a tomar algo caliente?"

La interrupción rompió el hechizo, pero la tensión siguió ahí. Mateo sintió que sus mejillas se calentaban otra vez.

"Vamos," dijo Sofía, con una sonrisa nerviosa, entrando a la cafetería.

Sin embargo, al salir de la cafetería unos minutos después, la lluvia había parado un poco, convirtiéndose en una llovizna suave y constante. Lucas, Carla y Javier se despidieron en la esquina siguiente, siguiendo sus propios caminos. Mateo y Sofía siguieron caminando juntos, bajo el paraguas ahora menos necesario.

El silencio volvió a instalarse entre ellos, pero esta vez era diferente, cargado de una anticipación tácita. Mateo sentía los nervios revolotear en el estómago. La idea de besar a Sofía, que antes era una curiosidad vaga, ahora se sentía como una posibilidad inminente, aterradora y emocionante a partes iguales.

Se detuvieron frente a la casa de Sofía. Ella se giró hacia él, con la mirada fija en sus ojos. La llovizna fina brillaba en su pelo, y su cara tenía un brillo suave y húmedo.

"Gracias por acompañarme, Mateo," dijo en voz baja.

"No fue nada," respondió él, su voz apenas un susurro. Su corazón latía fuerte contra sus costillas.

El silencio se hizo largo, solo interrumpido por el suave caer de la lluvia. Mateo sintió una necesidad imperiosa de romper la distancia que los separaba. Levantó la mano despacio, dudando un instante, antes de acariciar suavemente la mejilla de Sofía con el dorso de los dedos. Su piel era suave y fría por la lluvia.

Sofía cerró los ojos un momento, inclinándose un poco hacia su toque. Luego, los abrió otra vez, sus ojos llenos de una mezcla de nerviosismo y una suave invitación.




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