El Color de la Lluvia

La Invitación

La idea llevaba dando vueltas en la cabeza de Mateo desde el torpe pero significativo beso bajo la lluvia. Invitar a Sofía a una cita "de verdad" era algo que lo llenaba de una mezcla paralizante de emoción y terror. Cada vez que intentaba formular la pregunta, las palabras se le trababan en la garganta, reemplazadas por un tartamudeo incomprensible o una repentina necesidad de analizar la composición química del aire.

Finalmente, armado con una dosis excesiva de café y los ánimos (quizás un poco burlones) de Lucas, Mateo interceptó a Sofía junto a su casillero antes de la primera clase del lunes. Ella estaba guardando unos libros, con la cabeza un poco inclinada y una cara de concentración que a Mateo le parecía inexplicablemente adorable.

"Sofía," logró decir, su voz saliendo un poco más aguda de lo que quería.

Ella se giró, con una sonrisa amable que hizo que su corazón diera un vuelco. "¿Hola, Mateo? ¿Todo bien?"

"Sí, bueno... eh... más o menos," balbuceó Mateo, sintiendo cómo sus mejillas empezaban a calentarse. "Yo... quería preguntarte si... si quisieras... quizás... hacer algo... ¿algún día?"

Sofía lo miró con curiosidad, sus ojos brillantes con una pizca de diversión. "¿Hacer algo como qué, Mateo?"

La pregunta, aunque inocente, lo paralizó. Su mente se quedó en blanco, olvidando por completo la elaborada lista de posibles actividades que había preparado (un paseo "casual" por el parque, quizás un helado "espontáneo").

"Como... como... eh... como... ¿ir a... ver... las... eh... ardillas urbanas?" logró decir, maldiciéndose mentalmente por recurrir a su anterior fracaso conversacional.

Sofía contuvo una risa. "¿Las ardillas urbanas? ¿Otra vez?"

Mateo se sintió hundirse. "No, no necesariamente las ardillas. Solo... algo. Lo que vos quieras. ¿Quizás... no sé... un... un planeta?"

La confusión en la cara de Sofía era total. "¿Un... planeta, Mateo?"

Lucas, que había estado observando la escena desde una distancia prudencial, se acercó disimuladamente y tosió, haciendo una señal elaborada con las manos que Mateo interpretó como "¡Decí algo coherente, idiota!".

Respirando hondo, Mateo intentó de nuevo. "Quería decir... ¿ir a algún lugar? ¿Juntos? ¿Como... una... cita?" La palabra "cita" salió en un susurro casi inaudible, teñido de un nerviosismo palpable.

El silencio se extendió por unos segundos que a Mateo le parecieron una eternidad. Observó la cara de Sofía, tratando de descifrar su expresión. Había sorpresa, sí, pero también algo que parecía... ¿interés?

Finalmente, una sonrisa suave se dibujó en los labios de Sofía. "Una... cita, ¿decís?"

Mateo asintió torpemente, sintiendo que su corazón latía fuerte contra sus costillas. "Si... si vos querés."

Sofía se rio suavemente, y el sonido alivió parte de la tensión que lo atenazaba. "Me encantaría ir a una cita con vos, Mateo. ¿Qué te parece el sábado por la tarde? Hay un pequeño parque al sur de la ciudad que es bastante tranquilo."

El alivio que sintió Mateo fue casi físico. "El parque al sur... sí, perfecto. Me encantaría."

"Genial," dijo Sofía, su sonrisa iluminando su rostro. "Entonces, nos vemos el sábado ahí."

Mientras Sofía se despedía para ir a su clase, Mateo se apoyó contra el casillero, sintiendo sus piernas temblar un poco. ¡Lo había hecho! Había invitado a Sofía a una cita, y ella había dicho que sí. La idea de pasar una tarde a solas con ella, sin la presencia de sus amigos como amortiguador, lo llenaba de una mezcla de emoción y pánico ante la inminente posibilidad de más interacciones torpes y conversaciones sobre la fascinante vida de la ardilla urbana. Sin embargo, bajo todo ese nerviosismo, una pequeña chispa de ilusión comenzaba a encenderse. El sábado prometía ser, como mínimo, interesante.




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